Una historia que refleja una dimensión diferente del buen corazón de la Rebetzn es bastante desconocida en Jabad y más sorprendente aún por relacionarse con un animal. En el invierno de 1972, cuando aquella misma prima, Hadassah Carlebach, fue a visitarla, se sorprendió de que la Rebetzn tuviera ambos brazos enyesados. La Rebetzn explicó que, poco tiempo antes, había abierto la puerta de su casa para recoger el correo, pero no había notado una delgada capa de hielo prácticamente invisible en el porche. Ella resbaló y se fracturó ambas muñecas. Como no podía sostener sus brazos, no pudo ponerse de pie, y debido a que la caída ocurrió en un sector del porche que no se veía fácilmente desde la calle, tampoco hubo transeúntes que acudieran en su ayuda.

Entonces apareció un perro grande. Esto, sin embargo, no fue meramente una coincidencia; la Rebetzn le dijo a Hadassah que era un perro callejero que había aparecido en el vecindario varias semanas antes y solía ladrar fuerte y constantemente. La Rebetzn sentía lástima por el perro y salía a alimentarlo. Ese gesto puede parecer nada fuera de lo común, pero es bien sabido que los judíos más tradicionalmente ortodoxos no están interesados en los animales domésticos. En cualquier caso, este perro caminó hacia el porche y, como recuerda Hadassah Carlebach, la Rebetzn le dijo: “Puse mis brazos alrededor del cuello del perro y él me introdujo en la casa, y así logré pedir ayuda”