Aunque crecí en una familia religiosa en Jerusalén, no tuve ninguna conexión real con Jabad hasta que mi hermana se casó con un lubavitcher. Esto me llevó, en 1974, a la Yeshivá de Jabad, en Kfar Jabad, y dieciocho meses después a conocer al Rebe en Brooklyn, Nueva York.

Cuando eso sucedió, sentí que había descubierto un tesoro, y decidí quedarme en Nueva York por el resto de mi vida. Tomé un trabajo como maestro en la escuela primaria, Oholei Torah, y sentí que tenía lo mejor de todos los mundos— estaba cerca del Rebe, y como estaba enseñando en una escuela de Jabad, sentí que estaba trabajando como su emisario.

Cuando llegó el momento de casarme, mi futura esposa, Toby, me dijo en nuestra primera cita que tenía la intención de salir al mundo con su marido, que serviría como emisaria de Jabad. “Espera un minuto”, le dije, “Ya soy emisario, aquí en Brooklyn”. Pero no fue así como lo vio.

Esto creó un dilema. De hecho, su padre le preguntó al Rebe si debíamos seguir viéndonos, pero el Rebe solo respondió: “Depende de los dos”.

Fue entonces cuando tuve la idea de conquistarla, porque ya sabía que quería casarme con Toby. Le dije: “Sabes qué, cuando llegue el momento, preguntémosle al Rebe y lo que nos diga que hagamos, lo haremos”. Ella estuvo de acuerdo. “Eso es suficiente para mí”, dijo y, después de reunirnos unas cuantas veces más, nos comprometimos.

Una semana después de casarnos en marzo de 1977, escribimos al Rebe con esta pregunta, pero al enviar la carta, le rogaba al Rebe desde mi corazón que me dejara quedarme donde estaba —en mi puesto de enseñanza en Oholei Torah― donde me encantaba trabajar con los niños, y donde estaba cerca de él.

El Rebe estuvo de acuerdo. ¡Estaba tan feliz! Mi esposa lo estaba menos, pero por supuesto aceptó la decisión del Rebe.

Un año después, ella propuso que escribiéramos de nuevo, pero me opuse. “El Rebe ya nos respondió”, insistí. Pero como esto era tan importante para ella, acepté escribir, y obtuvimos la misma respuesta que antes.

“Todo bien hasta ahora”, pensé.

Pero, en el tercer año, mientras todos mis amigos recibieron las bendiciones del Rebe para comprar casas en Crown Heights, yo no la obtuve, y me di cuenta de que era probable que me enviaran a algún lugar pronto. Esperaba que fuera sólo otro vecindario en Brooklyn, como Flatbush o Borough Park, para que no fuera muy lejos, pero mi esposa sintió que servir realmente como emisarios implicaba un autosacrificio.

Poco después, conocí a uno de los emisarios en Sídney, Australia, y me preguntó si conocía a alguien que pudiera tomar el relevo como director de la escuela Jabad allí. Sin pensar, le dije: “Tal vez yo”.

A pesar de que había propuesto esto, realmente no quería ir. Pero una vez que hice la sugerencia, él pasó mi nombre a Sídney, y tuve que decidir. Tratando de escabullirme, dije que tenía que consultar con el Rebe. Realmente no estaba preparado para ir tan lejos, así que escribí al Rebe simplemente preguntando si debía “evaluar” esta oferta, suponiendo que me dijera que me quedara en Brooklyn como lo hacía antes. Pero esta vez el Rebe respondió: “Sí, evalúala”.

Me sorprendió esa respuesta, pero mi esposa dijo: “Un trato es un trato, si eso es lo que dijo el Rebe, eso es lo que tenemos que hacer”.

Así que lo evalué, y luego escribí al Rebe que había cinco lugares diferentes posibles donde podría servir, terminando —con no poca modestia al despedirme— con “Haz conmigo como quieras”.

Pero no obtuve respuesta. Mientras tanto, mi escuela en Crown Heights me presionaba para que firmara un contrato para el año siguiente, y el rabino Pinjás Feldman, quien dirigía Jabad en Sídney, me presionaba para que tomara una decisión porque necesitaban un director. Así que después de cuatro semanas de espera, le pedí al rabino Leibel Groner, secretario del Rebe, que revisara, y lo que descubrí fue que cuando el rabino Groner puso mi carta encima de la pila de correo, el Rebe rápidamente la trasladó al fondo.

Por otra parte, cuando el rabino Feldman le preguntó si debía buscar a alguien más, todo lo que el Rebe le respondió fue: “Tengo su carta”.

Sin saber qué hacer con todo esto, le pedí consejo a mi mentor espiritual, y me reprendió: “¿Estás jugando? Le preguntaste al Rebe si debías considerar a Australia, y el Rebe respondió que sí. Pero en lugar de informarle sobre lo que descubriste, le enviaste al Rebe una carta con cinco lugares. ¿Quieres que Rebe elija para ti? Tienes que tomar una decisión. El Rebe no te dirá exactamente qué hacer. Él te guiará, él te aconsejará, pero tienes que tomar la iniciativa”.

A la mañana siguiente, mi esposa y yo nos sentamos y escribimos al Rebe que estábamos preparados para aceptar la oferta de Sídney, y estábamos pidiendo su bendición. En diez minutos, tuvimos su respuesta y su bendición junto con dos dólares australianos para que diéramos a la caridad una vez que llegáramos a nuestro destino.

Para mí, toda esta experiencia resultó ser una tremenda lección de vida. El Rebe quería que yo fuera un líder: que eligiera correctamente y tomara las decisiones adecuadas sin esperar que me dijera qué hacer en cada paso. Esta lección me ha guiado durante todo el tiempo que he estado sirviendo como emisario.

Cuando estuvimos listos para abordar, fuimos a ver al Rebe con nuestros hijos, y le dije lo doloroso que era para mí irme. En respuesta, el Rebe nos llenó de tantas bendiciones que mi actitud cambió por completo.

Cuando me fui, estaba encendiendo todos los motores—estaba volando. Y no me detuve; no me devolví.

Mientras nos preparábamos para irnos, la gente me preguntaba: “¿Has estado alguna vez en Australia?”

Les respondía: “No”.

“¿Tienes idea de cómo es?”

“No.”

“Pero estás tomando a tu esposa y tres hijos y yendo al otro lado del mundo?”

“Sí”.

Tenía la confianza en mí mismo para hacer esto porque sabía que podía contar con el Rebe para asegurarme de que estaría bien. Una vez que tomé mi decisión, una vez que tomé posición, el Rebe me respaldaría siempre.