Rabí Schneur Zalman de Liadí (fundador del Jasidismo de Jabad, 1745-1812) estaba reunien­do dinero para el rescate de prisioneros judíos.

Primero fue a una ciudad que era famosa por su avaricia. Parece que en esa ciudad había un hombre avaro que, a pesar de su considerable riqueza, era muy renuente a compartir sus bendiciones, sin importar lo meritoria o urgente que fuera la causa. Rabinos y mendigos por igual evitaban ir a su casa. Quien, sin conocer la situación, terminaba en la puerta de su casa recibía como ofrecimiento una única y herrumbrada moneda de cobre, que incluso el pobre más desesperado rápidamen­te rechazaba.

Cuando Rabí Schneur Zalman llegó a la ciudad, los ancianos de la comunidad lo recibieron afablemente, pero cuando anunció que quería visitar la casa del avaro y que quería que dos rabinos lo acompañaran, encontró una seria resistencia. Pero el Rebe se mantuvo firme, por lo que finalmente aceptaron y le dieron la escolta que solicitaba.

A la tarde siguiente, los tres estaban parados frente a la mansión del avaro. Antes de llamar a la puerta, el Rebe se volvió a sus compañeros y les pidió que no pronunciaran ni una sola palabra, sin importar lo que oyeran o vieran. Momentos después, estaban sentados en la lujosa sala, y el propietario volvía de su caja fuerte con un pequeño monedero de terciopelo.

"Sí," dijo el hombre rico." ¡Una historia conmovedora, por cierto! Viudas y huérfanos en cautiverio. ¡Ah! ¡Los sufrimientos del pueblo judío! ¿Cuándo terminará todo? Tome, Rebe. Tome mi hu­milde donación".

Para sorpresa del avaro, el Rebe pareció complacido por el donativo. De hecho, le sonreía cálidamente mientras ponía la mo­neda en el bolsillo y decía, "Gracias, Se­ñor Solomons, que D-os lo bendiga y pro­teja siempre". El Rebe procedió entonces a escribirle un recibo, agregando toda clase de bendiciones con la caligrafía más hermosa.

"Gracias otra vez, mi amigo," dijo el Rebe mientras se ponía de pie y  estrechaba la mano del hombre mirándolo profundamente a los ojos con admiración. "Y ahora, -agre­gó, volviéndose a sus compañeros- debe­mos seguir nuestro camino, tenemos que hacer mucha colecta esta noche".

Mientras los tres rabinos se dirigían a la puerta, el Rebe se volvió y dio al anfitrión otra cálida despedida. "Debería habérsela arrojado a la cara", susurró uno de los rabinos después de que oyeron cerrarse la puerta detrás de ellos.

"No se vuelvan ni digan una palabra," susurró el Rebe mientras caminaban por el sendero hacia el portón de entrada.

De pronto, oyeron abrirse la puerta y el avaro llamán­dolos "Rabinos, rabinos, por favor vuelvan un minu­to. Hola, hola, por favor, debo hablarles. Por favor..., por favor, entren".

En pocos minutos estaban sentados otra vez en la cá­lida y elegante sala, pero esta vez el hombre rico ca­minaba para aquí y para allá, inquieto. Se detuvo un instante y se dirigió al Rebe. "¿Exactamente cuánto dinero necesita para rescatar a esos prisioneros?".

"Alrededor de cinco mil rublos," respondió el Rebe. "Bueno, aquí hay mil... Decidí darle mil rublos; puede contarlos si quiere," dijo el avaro, mientras sacaba un atado de billetes del bolsillo de su saco y lo ponía sobre la mesa. Los otros rabinos quedaron pasmados. Miraban fijamente el dinero y hasta temían mirar al avaro, no fuera que cambiara de idea.

Pero el Rebe, impasible, volvió a estrechar la mano del Sr. Solomons, agradeciéndole cálidamente y escribiendo un hermoso recibo repleto de bendiciones y alaban­zas, exactamente como la primera vez.

"¡Eso fue un milagro!" dijo en un susurro uno de ellos al Rebe cuando salieron de la casa y caminaban otra vez hacia el portón. Una vez rnás el Rebe les hizo una señal para que se mantuvieran en silencio. De pronto, volvió a abrirse la puerta de la casa. "Rabinos, por favor; he cambiado de idea, por favor, entren otra vez. Quiero hablar con ustedes", dijo el Sr. Solomons.

Entraron a la casa por tercera vez mientras el avaro se volvía hacia ellos y decía, "He decidido dar toda la suma necesaria para el rescate. Aquí está; por favor, cuéntenla para ver que no he cometido un error".

"¿Cuál es el significado de esto?", se preguntaron los asombrados acompañantes del Rebe, después que ha­bían salido de la casa del hombre rico por tercera vez esa tarde. "¿Cómo consiguió que ese notorio tacaño diera 5.000 rublos?".

"Ese hombre no es tacaño", dijo Rabí Schneur Zalman. "Ninguna alma judía lo es realmente. Pero ¿cómo po­día descubrir su generosidad, si nunca en su vida había experimen­tado la alegría de dar? Todos a quienes daba esa herrumbrada moneda se la arrojaban de vuelta a la cara".

Popular maestro, músico y cuentista, el Rabino Tuvia Bolton es co-director y profesor en la Yeshivá Ohr Tmimim en Kfar Jabad, Israel.