Uno de los desafíos de la vida es la “montaña rusa” espiritual que muchas veces atravesamos. Además de la dificultad en sí de encontrarnos por momentos en un estado de ánimo y poco después en un estado de ánimo opuesto, el peligro más grande es ver en los momentos bajos una descalificación de los momentos elevados, tildándolos de “fallutería”.
Para muchos, dicha inestabilidad es vista como hipocresía: “¿Cómo puede ser que comas solo kósher si no respetas el Shabat?”; “No quiero colocarme los tefilín porque no lo siento”.
Ajarei mot nos enseña que dichas actitudes, de “todo o nada”, son un gran error.
El primer capítulo de la parashá trata sobre el servicio de Iom Kipuren el Tabernáculo (realizado después en los Templos de Jerusalem). El segundo capítulo, sobre las normas referentes al consumo de carne y la prohibición de consumir sangre. El tercer capítulo aborda las relaciones íntimas prohibidas.
En la mañana de Iom Kipur leemos públicamente el primer capítulo de Ajarei Mot y en la tarde, en Minjá, leemos el tercero. Nuestros sabios señalan que dicha yuxtaposición de temas parece algo incongruente. Iom Kipur es el día más sagrado del año, el día en el que el hombre llega a su máximo nivel espiritual y a su más fuerte conexión con D-os. ¿No hubiese correspondido complementar dicha parashá sobre el servicio de Iom Kipur con temas de índole más espiritual, en vez de leyes relativas a la decadencia sexual del hombre?
He aquí una gran enseñanza de vida: el hombre no es un ángel. Incluso en los momentos más elevados, debe ser consciente de su potencial “animal”. Más aún: es justamente cuando se encuentra en un nivel espiritual elevado que debe tomar las precauciones para que su “animal” interior no lo domine luego. Si buscamos hablarle a una persona cuando su “animal” está suelto, muy probablemente ni siquiera nos escuche; menos aún nos entienda, y ni hablar de que acepte lo que le estemos diciendo. El fuego del instinto lo consume.
Fuego e incendio
Esto me recuerda algo que aprendí en un curso que tomé en la Dirección Nacional de Bomberos para poder habilitar nuestra escuela, Rambam Day School. “¿Cuál es la diferencia entre el fuego y el incendio?”, nos preguntó el oficial. “El incendio es el fuego fuera de control”, vino la respuesta.
De manera similar, todos tenemos “fuego” en nuestro interior; el desafío consiste en controlarlo en vez de ser controlados por él.
Los momentos bajos no descalifican los momentos altos; son simplemente el reverso de la moneda de lo que implica ser hombre: si no pedaleas, caes. Solo el esfuerzo continuo evita la caída. No es una descalificación de los logros espirituales; es una confirmación de la necesidad de hacer un esfuerzo continuo, ya que no hay “piloto automático” en lo que a lo espiritual se refiere. En los momentos más elevados de Iom Kipur leemos sobre las relaciones íntimas prohibidas porque no podemos olvidarnos de ese aspecto tan real de nuestro ser; debemos permanecer vigilantes para que el instinto no nos domine.
La sexualidad
¿Cuál debe ser la actitud frente a la expresión sexual? ¿Es simplemente una actividad recreativa más que solo necesita el consentimiento de los adultos involucrados para que sea aceptable y respetable?
Para el judaísmo, la sexualidad humana es una dimensión sagrada; tiene el potencial de expresar lo más refinado del hombre, colocándolo en un nivel superior a los ángeles. Expresarla fuera de su debido contexto puede llevarlo al hombre a la degeneración espiritual, colocándolo en un nivel inferior a los animales.
Esto es así porque la esencia del hombre es su libertad. Lo que distingue al hombre del animal es su capacidad de dominar sus instintos. En otras palabras, el animal es esclavo a sus instintos, en tanto el hombre tiene la capacidad de optar por no serlo.
El instinto más fuerte en el hombre es el instinto sexual. Sobre esto, las enseñanzas jasídicas explican que el que controla esa faceta de su ser es digno de llamarse hombre, en tanto que el que se deja controlar por este instinto es espiritual y moralmente inferior a los animales.
Lamentablemente, en el mundo actual se ha desvalorizado la sexualidad y, consecuentemente, la humanidad. Para gran parte de la sociedad “libre”, se trata nada más que de una actividad recreativa. No tiene nada que ver con las ideas de santidad y espiritualidad ni, por supuesto, con la de Divinidad.
¿Expresión de libertad o de esclavitud?
La yuxtaposición de los temas de Iom Kipur y la sexualidad nos enseña que nada de lo humano se encuentra fuera de lo Divino. Todo puede y debe ser utilizado para expresar nuestra dimensión Divina, incluyendo (y, quizás, especialmente) la sexualidad. El lograrlo es una verdadera expresión de libertad.1
José
La Torá no esconde esta realidad. Por el contrario, incluso nos cuenta con lujo de detalles un episodio en el que José es intentado seducir por la esposa de su amo, Potifar. José vivía solo en Egipto, lejos de su familia, y la esposa de su amo constantemente intentaba seducirlo. Se dio la oportunidad ideal una mañana en que todos los miembros de la casa se encontraban en el Templo y José llegaba para trabajar. La esposa de Potifar, que había decidido no ir al templo ese día, se acercó a José, se le insinuó y lo agarró por su ropa. José rápidamente tomó control de la situación y huyó, quedando su túnica en manos de la mujer. Cuentan nuestros sabios que en ese momento vio la cara de su padre, Jacob.
Hay dos maneras de entender esta visión: el recuerdo de su padre y de todo lo que representaba lo inspiró para dominarse y hacer frente a la prueba; al dominarse y no ceder a la seducción, José se hizo merecedor de ver la imagen de su padre, conocido por su extraordinario dominio sobre la libido.
El mensaje que la Torá nos da con respecto a la sexualidad es claro: cuanto más hombre se es, tanto más controla sus instintos, expresándolos únicamente cuando y como D-os manda.
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