En la antigua Roma vivía un sastre judío. Trabajaba muy duro y vivía de manera simple y modesta. Gastaba la mayor parte de lo ahorrado durante la semana en Shabat y Iomtov, los que tenía en gran estima y honor. Era erev-Iom Kipur, el sastre fue al mercado a comprar pescado para la comida especial del día, ya que sabía que era una gran mitzvah honrar el día con un festín y pescado era especialmente conveniente para la ocasión.
Buscó por todo el mercado, pero no había pescado. Finalmente, encontró a un pescador que vendía un pescado grande. El sastre estaba muy feliz y sacó su bolsa para pagar lo que el pescador le pidiese. En ese mismo momento apareció un hombre de librea, que se veía muy importante.
"¡Pescador!" dijo el extraño. "¿Cuánto quieres por el pescado?"
"Pero este judío vino primero, mi señor. Se lo venderé a él si paga mi precio". replicó el pescador.
"Yo pagaré cualquier precio que pidas," se apuró a decir el sastre.
"¿Pero sabes quién soy yo? ¡Soy el mayordomo del Corregidor! Además te pagaré más que el judío," dijo el mayordomo enfáticamente.
El pescador no sabía qué hacer. Mientras tanto se había formado una muchedumbre que miraba la disputa con curiosidad. Alguien en la multitud gritó: "¡Véndeselo al que ofrezca más!"
"¡Te daré un dinar completo!" exclamó el mayordomo, esperando silenciar de una vez al sastre judío e impresionar a la multitud al mismo tiempo.
"¡Qué fortuna que se ofrece por un solo pescado!" algunos en la multitud exclamaron con sorpresa. Pero antes de que superaran su sorpresa, el sastre hizo su oferta:
"Dos dinares," dijo suavemente.
"¡Dos dinares!" rugió la multitud. "¿Oistéis eso? ¡Dos dinares!"
"¡Tres!" pujó el mayordomo.
"¡Cuatro!" pujó el sastre.
"¡Cinco!" pujó el mayordomo, claramente mostrando su irritación y disgusto.
"¡Seis!" pujó el sastre.
Las pujas continuaron, hasta que el sastre ofreció no menos de doce dinares por el pescado! En este momento el mayordomo se rindió, temiendo que su señor lo considerase loco si le traía un pescado a ese precio nunca oído.
El sastre pagó el dinero, consiguió el pescado y se fue a su hogar a prepararlo para el festín de erev Iom Kipur.
Cuando el mayordomo volvió donde su amo sin el pescado y le contó lo que había ocurrido en el mercado, el Corregidor mandó por el sastre judío.
"¿Por qué pagaste tal precio por un pescado?" preguntó el Corregidor.
"Hoy es un día sagrado para nosotros los judíos, mi señor," replicó el sastre. "Es la víspera de Iom Kipur, cuando nuestro D-os perdona nuestros pecados si nos arrepentimos con sinceridad. En Iom Kipur ayunamos, pero el día anterior debe ser honrado con festines especiales. Doce dinares era todo lo que yo había ahorrado, pero cuando se trata de una mitzva, no puede ser medida en términos monetarios. . . ."
La sinceridad del sastre judío y su devoción a su religión causaron una profunda impresión en el corregidor, y lo dejó volver a su hogar ileso.
Poco sabía el pobre sastre la recompensa que le esperaba allí. Cuando su esposa abrió el pescado, ¡se encontró adentró una gran perla!
"D-os verdaderamente nos ha recompensado," dijo el sastre.
A partir de ese momento vivieron con comodidad el resto de sus días y cada año, cuando llegaba erev-Iom Kipur, lo observaban todavía con más honor que antes.
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