Luis viajaba en su automóvil. Iba rumbo a una importante reunión de negocios. De repente, se percató de que uno de sus neumáticos estaba pinchado. Su primera reacción fue estacionar y verificar la gravedad del daño. Cuando inspeccionó la situación, se dio cuenta de que era necesario cambiar la llanta afectada lo antes posible. El inconveniente era que no traía consigo un gato hidráulico para hacerlo. Luego de contemplar lo que había ocurrido durante unos segundos, se dio cuenta de que estaba en el vecindario de Roberto.

Luis y Roberto habían sido grandes amigos durante muchos años, pero seis meses atrás, hubo una situación complicada entre ellos que provocó un distanciamiento. Luis no sentía la suficiente confianza como para aparecerse en la casa de Roberto y pedirle un favor. Sin embargo, frente a las circunstancias apremiantes en las que se hallaba, no tenía otra opción.

Mientras se dirigía lentamente a la casa de Roberto, Luis se vio invadido por una serie de pensamientos obsesivos: “Roberto y yo estamos peleados; seguro que él se negará a prestarme su herramienta; además, él está resentido conmigo por aquel altercado; es muy probable que le enfade el hecho de que me atreva a pedirle ayuda”.

A cada paso, los pensamientos de Luis lo llevaban un paso más cerca de la desesperación. Llegó a destino y golpeó la puerta con vacilación. En el momento en que Roberto estaba parado frente a él y antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, Luis le gritó con el ceño fruncido y una actitud desafiante: “No necesito tu estúpido gato hidráulico”.

Esta historia es una muestra contundente de lo que nos ocurre cuando le damos rienda suelta a nuestros pensamientos obsesivos. Es verdad que Luis y Roberto estaban peleados, pero fue la actitud negativa de Luis la que evitó que ellos hicieran las paces.

De igual modo nos ocurre a nosotros cuando permitimos que los pensamientos negativos controlen nuestro comportamiento, terminamos provocando los resultados negativos que deseábamos evitar. Dicho de otro modo, la obsesión se encarga de que aquello que más tememos, se convierta en realidad.

Los pensamientos obsesivos son ideas o imágenes que repetimos muchas veces, esto ocurre cuando tenemos puesta la atención en algo de forma extrema y, a su vez, excluyente del resto de información que nos rodea. Estos pensamientos tienen la particularidad de ser indeseados y automáticos, por lo tanto, es difícil lidiar con ellos. Para aliviar la molestia, procuramos controlarlos o prevenirlos, luchamos contra ellos, pero esto hace que incrementemos su aparición, y el malestar se exacerba.

Si realmente deseamos librarnos de la negatividad, lo primero que debemos hacer es impugnar los pensamientos que la generan. ¿Por qué las personas aceptan los pensamientos negativos y, además, les atribuyen validez? ¿Acaso es tan difícil percatarse de que son ficticios y representan una distorsión?

El problema es que esos pensamientos surgen de nosotros mismos, entonces, como nuestra propia mente es la que origina los pensamientos, nos cuesta ignorarlos. Es nuestra confianza en nosotros mismos los que nos lleva a actuar de esa manera. Nuestros padres invirtieron mucho esfuerzo en enseñarnos a creer en nosotros mismos. Y esta también es la razón por la cual siempre conseguimos justificar nuestro comportamiento.

Partimos de la premisa de que somos personas valiosas, por ende, nos resulta sencillo explicar por qué nos conducimos de determinada manera sin que nos importe la gravedad de nuestros actos. El principal argumento que utilizamos ‒y para nuestro gran pesar es aceptado incluso en las cortes legales‒ es “las circunstancias me han conducido a actuar de esta manera”.

Sin embargo, si otra persona cometiese la misma falta, de inmediato la enjuiciaríamos y criticaríamos su comportamiento. Es fácil ser objetivo cuando se trata de los demás, pero en el instante en que una mala actitud viene de mí, soy capaz de justificarla a toda costa. Lo que demuestra esto es que cuando escuchamos nuestros pensamientos negativos, no estamos atentos a su contenido, sino solo al hecho de que son nuestros.

Es más, en mi experiencia, los pensamientos se presentan hasta en el mismo “tono de voz” con el que habla la persona. Cuando uno escucha que su voz está pronunciando una idea, antes de examinar su veracidad, ya asume que se trata de algo importante y le otorga validez.

No obstante, debemos comprender que nuestra identidad está fragmentada. Como dijimos en el capítulo anterior, poseemos dos almas, una que anhela apegarse a Di-s y posee valores verdaderos, y otra que se comporta por instinto y persigue la gratificación inmediata. Esta es la encargada de los pensamientos negativos, pues ella sabe que si consigue que te sientas ansioso, será mucho más fácil empujarte hacia cualquier vicio y conducirte por el camino de los placeres banales que tanto desea.

Por lo tanto, tienes que tomar conciencia de que esos pensamientos no son tuyos. Cuando logramos entender que nosotros no somos los que estamos generando estos pensamientos obsesivos y que se trata de una artimaña de nuestra Mala Inclinación, recuperamos la capacidad de ser objetivos y rápidamente nos damos cuenta que son ficticios, que no representan amenaza alguna.

Si logramos distinguir al autor de esos pensamientos, se torna muy fácil aplicar otra poderosa enseñanza que el Alter Rebe promulgó en su Libro Tania, citando el versículo en Salmos, “Enfurézcanse y no transgredan”, él explica que la persona debe enfurecerse contra su Mala Inclinación. Tiene que tratarla como se merece, es decir, como trataríamos a alguien que desea destruirnos. Debemos gritarle: “Tú, ser despreciable, ¿crees que no sé lo que estás haciendo?, ¿me consideras tan ingenuo como para caer en tu trampa? ¡Me das asco! ¿Crees que eres capaz de hacerme daño a mí, un hijo del Rey de Reyes, el Santo Bendito Sea? ¡Debería darte vergüenza!

Encuentra tus propias palabras para intimidar a tu Mala Inclinación. Hazlo con orgullo y valentía. Recuerda que ella te ha estado victimizando hasta este momento, pero por fin, estás decidido a desenmascararla y vencerla.

De ahora en más, la Mala Inclinación no tiene permitido invadir tu mente ni tu corazón, ni robar la paz que tanto te has esmerado en conseguir. Se acabó el rol de víctima. A partir de este momento, los malos pensamientos deben saber que no son bienvenidos y que serán tratados con la hostilidad que se merecen.

Una estrategia interesante que aprendí, cuando se trata de lidiar con pensamientos negativos, me la transmitió el Rabino Eliezer Shemtov (emisario del Rebe de Lubavitch en Uruguay).

Había un joven en su comunidad que estaba siendo invadido por pensamientos negativos y obviamente su estado de ánimo estaba decaído. El Rabino escuchó con atención su predicamento y luego le dio el siguiente consejo: Debes tratar al pensamiento con astucia: cuando se presenta en tu mente y demanda tu atención, debes decirle así: “Tú eres muy importante para mí, pero en este momento me encuentro muy atareado y me resulta imposible darte la atención que mereces. Con todo, te ruego que me hagas el favor de regresar mañana temprano, a las diez y media, con la ayuda de Di-s, estaré libre en ese momento para atenderte como es debido”.

Te sorprenderás cuando observes que el pensamiento toma en serio tus palabras y efectivamente regresa a las diez y media de la mañana. Entonces, una vez más tienes que impresionarlo: “Señor pensamiento, me avergüenza haber olvidado nuestra reunión, le suplico me disculpe y retorne esta noche…”. Cada vez que el pensamiento aparezca, sigues manipulándolo y dándole largas, hasta que se dé por vencido.

Lo que está ocurriendo es que al tratar a los pensamientos de esa manera, alimentas el ego de la Mala Inclinación y le haces creer que ella es dominante y que está consiguiendo su objetivo. Eso la lleva a disminuir su esfuerzo. Lo que ocurre en realidad es que tú la estás manipulando a ella; y por lo tanto, mientras ella se relaja, tú te haces más fuerte. Finalmente, ella pierde toda su fuerza y te deja en paz.

Quisiera compartir contigo una idea interesante.

El 23 de agosto de 1973, dos delincuentes armados con ametralladoras entraron en un banco de Estocolmo, Suecia. Mientras empuñaba su arma, uno de ellos que se había fugado de prisión, llamado Jan-Erik Olsson, les anunció a los aterrados empleados del banco que "La fiesta acaba de empezar". Los dos atracadores tomaron a tres mujeres y un hombre como rehenes. Durante las 131 horas siguientes, los rehenes permanecieron atados con dinamita en una cámara blindada del banco hasta que fueron rescatados cinco días después, el 28 de agosto.

Tras su rescate, los rehenes mostraron una actitud impactante si tenemos en cuenta por todo lo que habían pasado. En las entrevistas con la prensa, fue evidente el apoyo que ellos les brindaban a los secuestradores y el miedo que les provocaban los oficiales que acudieron en su rescate. Los rehenes habían llegado a pensar que en realidad los secuestradores estaban protegiéndolos de la policía.

Una de las mujeres que había caído cautiva mantuvo después una relación de pareja con uno de los criminales, y otra creó un fondo de defensa legal para ayudar con los gastos de la defensa de los delincuentes. Evidentemente, los rehenes habían creado un vínculo emocional con sus secuestradores.

Hasta el día de hoy, no existe un consenso entre los especialistas sobre cuál es la causa de este trastorno. Aunque hay varias teorías y ciertos puntos básicos que todos aceptan, aún no se sabe qué es lo que motiva un comportamiento tan extraño, como el que aparece en el relato anterior.

Probablemente, si estás leyendo acerca de este suceso por primera vez consideres que es algo increíble y absurdo. Pero lo que deseo es demostrarte que todos nosotros, cada uno en su nivel, sufrimos este trastorno: cuando la Mala Inclinación aparece con la única intención de atormentarnos y hacernos miserables, no solo la escuchamos con atención, sino que, incluso, la consideramos una sabia compañía y creemos que nos está alertando y protegiendo.

De hecho, si un amigo cercano tratara de explicarte en un momento de estrés que tus temores son irracionales, seguramente le responderías: “Créeme lo que te digo, esta es la realidad y debería dar gracias a Di-s de que estoy consciente de ella”.

En otros términos, de forma muy sutil defendemos al enemigo e ignoramos a quienes nos aman de verdad.

Creo que este trastorno está relacionado con una de las estrategias que nos han inculcado inconscientemente: “Si no puedes con tu enemigo, únete a él”. O sea, cuando nos sentimos indefensos y nos consideramos víctimas de alguna situación, preferimos aliarnos con nuestros enemigos porque creemos, en forma ilusa, que de esa forma conseguiremos que nos dejen en paz. Pero lo que se inicia como una estrategia, termina convirtiéndose en realidad, y acabamos ligados emocionalmente a la fuerza enemiga.

Es por esta razón que no nos debemos considerar víctimas, sino que debemos tratar con el enemigo con diplomacia, pero demostrándole que tenemos el control. Esto nos permite ser dominantes y no aliarnos con él, además de manipularlo a nuestro antojo y por fin vencerlo.

Otro recurso que está siempre a tu disposición es burlártele en la cara. Ríete de lo absurdo que es y de lo ridículo que te resulta el hecho de que crea que puede engañarte con argumentos tan incrédulos. Imagínate que tu Mala Inclinación aparece con un pensamiento aterrador deseosa de atormentarte, y tú simplemente sonríes, miras de frente sin ningún tipo de preocupación y dices: “¿Se trata de una broma? ¿Crees que puedes hacerme dudar? ¿No sabes tú que Di-s está protegiéndome y que nadie puede hacerme daño porque Él me ama?”.

De esta manera, la Mala Inclinación es humillada por completo, y ya que a nadie, ni siquiera a ella le agrada que lo degraden y humillen. Finalmente, dejará de molestarte y tus miedos desaparecerán para siempre.

El instinto negativo utiliza varias estrategias para lograr su cometido. Nos llena de pensamientos negativos e inseguridades. No hay que escucharlos. Su intención es llevarnos a la depresión.

EJERCICIO 4

Objetivo: Tomar conciencia de la existencia del enemigo interno e identificarlo. Actividad: Es probable que tengas la mente llena de pensamientos que te acosan. Es hora de que los ordenes. Haz una lista con aquellas situaciones que te ponen ansioso. Reléela. Ahora, pregúntate:

a) ¿Cuáles son racionales?

b) ¿Surgen de mi instinto positivo o del negativo?

c) ¿Estos pensamientos me ocasionarán acción o inacción?

d) ¿Me ayudarán o su objetivo es que en poco tiempo me encuentre deprimido?

Una vez que respondas estas preguntas u otras más que puedas incluir, piensa si es válido seguir invirtiendo tu tiempo, tu vida, en estos pensamientos. Piensa si no debes eliminar aquellos que te perturban y que solo debes aferrarte a los positivos, a los que te impulsan hacia delante