En los capítulos anteriores, hemos hablado sobre la actitud que debemos adoptar para vencer a nuestra Mala Inclinación. En primera instancia, establecimos que su único objetivo es hacernos daño, y que jamás debemos considerar con seriedad sus argumentos y, mucho menos, atribuirles validez.
Ahora, deseo que entendamos otra de las consecuencias de acoger los malos pensamientos.
El Alter Rebe, Rabí Shneur Zalman de Liadí, describe la batalla contra la Mala Inclinación como si se tratara de un enfrentamiento entre dos contrincantes. Si en una lucha física entre dos adversarios uno de ellos está dominado por la pereza y la pesadez, para el otro será muy fácil derribarlo a pesar de que el primero sea más fuerte. Lo mismo ocurre en la batalla contra la Mala Inclinación. Resulta verdaderamente imposible vencerla si estamos con “pereza y pesadez”, la única manera de salir victoriosos es a través de la verdadera alegría y la apertura del corazón. El Talmud explica que “Si Di-s no nos ayudara a vencer la Mala Inclinación, no podríamos lograrlo”. Para que Di-s se manifieste en nuestra vida, tenemos que nos estar felices. La presencia Divina se revela solo cuando estamos alegres.
Si aceptamos que invadan pensamientos negativos y les permitimos gobernar sobre nuestros sentimientos, el resultado es justo aquello sobre lo que el Alter Rebe nos advierte: pesadez y pereza. Más todavía, estos dos síntomas pueden ser la causa, pero también el efecto. En otras palabras, por causa de la pesadez y la pereza le damos rienda suelta a los pensamientos obsesivos, y estos terminan incrementando la misma pereza y pesadez que experimentábamos, y así se retroalimenta el círculo vicioso.
Si hemos actuado en forma negligente y nuestros sentimientos de ansiedad se hallan fuera de control, lo peor que podemos hacer es retirarnos a descansar. Eso sería lo mismo que pasaría si una persona que se viera en peligro decidiera tomarse una siesta. Si eliges echarte a dormir, estás otorgándole el control de tu vida a la ansiedad. La solución radica en que hagas lo opuesto: enfréntate a la pereza y busca actividades que te entusiasmen y demanden ligereza y celeridad.
Uno de los mejores consejos que puedo darte es que hagas ejercicio físico. La batalla principal se presenta mientras te colocas las zapatillas y piensas que tienes que salir a la calle, pero créeme, una vez que estés afuera y empieces a caminar o a trotar, la sangre se oxigenará y tu ánimo cambiará de forma radical en cuestión de segundos.
Tenemos que estar atentos. Está claro que el miedo y las preocupaciones no traen ningún beneficio, lo único que logran es que incrementemos los grados de ansiedad y estrés. Pero ¿qué podemos hacer cuando el fuego ya está ardiendo, cuando nuestros sentimientos ya están fuera de control? Ante este interrogante, nos responde el libro Tania cuando cita en Mishlei el siguiente versículo: “Bejol Etzev Ihye Motar”, que literalmente significa ‘En toda forma de tristeza, habrá un beneficio’. A primera vista, este versículo manifiesta lo contrario de lo que venimos diciendo, porque nos dice expresamente que habrá un beneficio en la tristeza. ¿Qué significa esto?
El Alter Rebe analiza con precaución los términos del Rey Salomón, autor de Mishlei: “En toda tristeza habrá un beneficio”. Si dijera “En toda tristeza existe un beneficio”, podríamos pensar que, en realidad, la tristeza posee cierta virtud. Pero como utiliza la palabra ihye, ‘habrá’, él está afirmando que, aunque la tristeza es negativa y no tiene nada de bueno, de ella vendrá aparejado un provecho. O sea, la tristeza no es buena en lo absoluto, pero a pesar de ello, puede llevarnos a conseguir algo muy bueno.
Lo que el Alter Rebe intenta explicarnos es que existen dos alternativas para lidiar con la tristeza. La primera consiste en una reacción natural e impulsiva. La persona al verse abrumada por la melancolía decae emocionalmente, y permite que los pensamientos negativos dispongan de su estado de ánimo. Esto conduce a la desesperanza y a la más profunda frustración, además lleva al individuo a instalarse en un rol de víctima.
Alberto tenía treinta y cinco años y ya habían pasado varias semanas desde que había roto con Ivana, su novia desde hacía seis años. Si bien la relación había tenido muchos altibajos, él la amaba con todo su ser y estaba convencido de que ella iba a ser su esposa y la madre de sus hijos. Debido al distanciamiento y pensando que este era el fin de la relación, su tristeza fue en constante aumento, al punto tal que al llegar a su casa no tenía nunca ganas de hacer nada. Aparecían en su mente pensamientos tales como “¿Es posible que todo haya terminado así?”, “No podré vivir sin ella”, “No puedo imaginármela casada con otra persona”, “Nunca me casaré”, y otros tantos de la misma índole. Una tristeza profunda lo abrumaba, y los pensamientos obsesivos le provocaban una tempestad en la cabeza. Sentía el cuerpo pesado, y se solía encerrar en su recámara durante largas horas a llorar mientras visualizaba escenas inolvidables. Sentía culpa por el desenlace de la relación y pensaba en los errores que había cometido, reflexionaba severamente en lo que podía haber hecho para que las cosas fueran diferentes.
Sus emociones y sentimientos le pedían una sola cosa: olvidarse de todo y echarse a dormir. El creía, en forma errónea, que el sueño se encargaría de borrar su inmensa aflicción, pero cuando escuchaba el despertador, ahí estaban sus sentimientos y la desesperación se mantenía. Despertarse y darse cuenta de que la tristeza seguía presente, activaba de nuevo el círculo vicioso de la ansiedad. Sin embargo, nada de esto iba a regresarle a su “pareja” soñada.
La segunda y más sabia perspectiva es la que el Alter Rebe reconoce como merirut, ‘amargura’. La diferencia está en que, mientras la primera debilita, la segunda nos induce a cambiar. Sentirse amargado implica frustración, no tristeza. Esta frustración proviene de las expectativas que tenemos en relación con nuestro verdadero potencial; sabemos que podemos ser mejores, entonces, nos sentimos frustrados por el bajo desempeño que hemos demostrado. Se trata de una clara percepción de la capacidad que poseemos, no una reiteración de nuestras fallas.
Al reconocer esto, se puede llegar a experimentar una verdadera amargura, sucumbimos frente a los malos rasgos, pero son estos los que nos incentivan a superarnos y enmendar nuestros errores, pues vienen cargados de intensas energías positivas.
Con relación al merirut, el Talmud expresa que “Del árbol mismo proviene el mango del hacha que tala el árbol”. Es algo similar a lo que ocurre con el antídoto que proviene del veneno. Aunque la tristeza en sí no es más que un veneno insuflado por la Mala Inclinación, cuando la convertimos en amargura, se transforma en una plataforma desde la cual conseguimos volar más alto.
Además de la amargura que surge de reconocer nuestro desaprovechado potencial, el Alter Rebe trata también sobre la amargura que proviene de reconocer nuestras transgresiones y de sentir la responsabilidad del deber de rectificarlas. Lo que plantea es que, en principio, la tristeza no tiene ningún beneficio, pero si te sientes triste, debes enfocarte en las cuestiones referentes a tu vínculo con Di-s. Debes comenzar a reflexionar sobre faltas en las que has incurrido, recordar los momentos en que permitiste que flaqueara tu compromiso con Él. De esta manera, podrás canalizar tu tristeza hacia donde pertenece, pues el motivo verdadero por el cual nos sentimos tristes es porque defraudamos a nuestro Creador. Lo increíble es que la tristeza nos faculta a retornar a Él; y ya que Di-s es la fuente del bien y del placer, cuando volvemos a Su camino, alcanzamos una alegría completa.
Cuando nuestra Mala Inclinación se percata de que su artimaña para destruirnos es lo que nos conduce a ser más felices, inmediatamente, retira su influencia, y la ansiedad cesa.
Esto es lo que se define como: “El valor de la luz que proviene de la oscuridad”, es decir, la existencia de la oscuridad ‒llámese también ansiedad o depresión‒ permite revelar el valor más esencial que posee la luz.
Veamos un ejemplo, si nos encontráramos en un cuarto oscuro y quisiéramos reconocer sus detalles, necesitaríamos tocar y palpar con nuestras manos todo lo que se nos pusiera delante. La falta de luz o, mejor dicho, la oscuridad, en este caso, nos posibilitaría tener una conexión más íntima con los detalles y particularidades de la recámara. Luego de un gran esfuerzo, podríamos saber qué hay allí.
Sin embargo, nos faltaría la visión general de las dimensiones del cuarto, y por consiguiente, podríamos tropezar. Una vez que el lugar se ilumine y recibamos una visión total, no nos caeremos, pero ya no nos conectaremos con cada detalle de los que componen la recámara.
Cuando estamos deprimidos o tristes, estamos en una dimensión de oscuridad; pero en lugar de sufrir o de tener miedo ante la falta de luz, reconozcamos que en esta situación podemos palpar, tocar y revelar poderes innatos del alma que en una posición “iluminada” no podríamos alcanzar.
Un día, Alberto se dio cuenta de que no podía seguir perdiendo el tiempo sumido en su depresión y sus pensamientos negativos y decidió que estos no iban a determinar las circunstancias de su futuro cercano. Entonces, se preguntó “¿Puedo hacer algo para conquistar a Ivana otra vez?”, “¿Puedo cambiar mi actitud y no volver a cometer los viejos errores que afectaron nuestra relación?”.
Pensó que, si no podía hacer nada al respecto, no debería perder el tiempo meditando en cómo serían las cosas si aquella situación fuera diferente. Pero obviamente, tenía el poder de cambiar. Así fue como decidió que haría lo que estuviera a su alcance para lograrlo y demostrarle a Ivana los resultados.
Ante todo, debía reconocer los errores, los malos hábitos y las conductas que provocaron el distanciamiento de la pareja. No fue una tarea fácil, porque esto significó ser honesto consigo mismo y percatarse de sus equivocaciones.
Tomó una pequeña libreta y anotó todos los detalles de su mal proceder. Y si bien en un principio en aquella introspección personal, sintió amargura y dolor, a posteriori, sobrevino una liberación y una alegría verdadera.
La experiencia estaba atravesada por un sabor agridulce, pero la amargura de este balance emocional estaba trayendo como resultado la dulzura que catapulta al individuo a mejorar y crecer como persona.
Era el dueño de sus decisiones, por tanto, el camino hacia el futuro estaba en sus manos, independientemente de su pasado. No debía permitir que su pasado limitara las buenas decisiones que estaba tomando. Se decía “Cada día tenemos la oportunidad de empezar de nuevo”, “He perdido muchas batallas sucumbiendo a mis malos pensamientos y miedos, pero no me castigaré más por ello, sé que hay esperanza de atraer a Ivana, todo depende de mi capacidad de cambiar mi proceder.
Aceptó sus equívocos, reflexionó sobre ellos con dolor y amargura y tomó la firme decisión de poner “manos a la obra” para cambiar, aceptando que el cambio debía darse no solo para reconquistar a su expareja, sino porque estos cambios implicaban algo positivo e importante para él como persona. Los cambios que logró llegaron a ser tan profundos e significativos que, al cabo de unas semanas, Alberto e Ivana ya estaban fijando una fecha para su compromiso y posterior casamiento.
El Zohar dice: “Dichoso el hombre que transforma la amargura en dulzura y la oscuridad en luz”.
EJERCICIO 5
Objetivo: Enmendar el pasado. Actividad: Toma un tiempo para realizar un balance personal cada noche. Medita sobre los logros y los equívocos del pasado. Realiza una profunda introspección para lograr un verdadero arrepentimiento. Una vez que hayas terminado este balance, registra las conclusiones a las que has llegado y ve a dormir tranquilo y feliz sabiendo que aquella reflexión rectificó tu pasado
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