Hasta el mismísimo último día, horas antes de que se convocara al farbrenguen para conmemorar el primer Iortzait del Sexto Rebe, aún no estaba claro si Menajem Mendel aceptaría el cargo. El farbrenguen estaba programado para el décimo día de Shevat (16 de enero de 1951), y esa mañana los Jasidím, muchos de los cuales habían ido a Nueva York para el citado farbrenguen de Iortzait, distribuyeron una carta pública (pan klali), que fue leída en voz alta en la Ieshivá.

Era una súplica dirigida a todos los Jasidím, tanto los de las cercanías como los de lejos, para que implorasen al alma del fallecido Rabi Iosef Itzjak a fin de que intercediera desde el otro lado e influenciara sobre Menajem Mendel Schneerson para que asumiera el cargo de líder. Después de la lectura pública, la carta fue presentada a Menajem Mendel; al principio, se negó a leerla. Entonces, cuando fi nalmente lo hizo, comenzó a sollozar. En medio de las lágrimas, finalmente dejó en claro que sí, aceptaría el rol de Rebe, pero “ustedes [los Jasidím]”, agregó, “deben ayudarme”.

Esa noche, una gran multitud se reunió en el Beit Midrash de la Ieshivá (sala de estudio); entre ellos había también no Lubavitchers; durante el mes anterior, informes en periódicos judíos implicaban que “Ramash” aceptaría formalmente el cargo de Rebe esa noche.

Casi a las 10:00 p.m., después de pasar gran parte del día consagrado al estudio, a la plegaria y a una visita a la tumba de su suegro, donde leyó cartas de Jasidím de todo el mundo reconociéndolo como Rebe, Ramash entró en la sinagoga.

Allí se había preparado dos lugares para él. Uno era el lugar donde solía sentarse en los farbrenguens, en el medio de una mesa y rodeado de otros Jasidím. Otro sitio fue preparado en la mesa principal, en el lugar reservado para un Rebe, al lado de donde Menajem Mendel solía sentarse en las ocasiones en que su suegro le pedía que hablase.

Cuando entró Menajem Mendel, fl anqueado por hombres que habían sido Jasidím del quinto y sexto Rebe, los Jasidím quedaron expectantes. ¿Qué sitio ocuparía? Él procedió hacia la cabecera de la mesa.

En el transcurso de las siguientes dos y tres horas, Menajem Mendel habló cinco veces, la mayoría de los discursos fueron bastante cortos. Su apariencia física era vibrante y enérgica mientras exponía temas que pronto definieron sus años como líder: un énfasis en el amor entre los semejantes judíos y cómo deben tratarse mutuamente; el compromiso de llevar el judaísmo y sus enseñanzas a cada comunidad judía, sin importar cuán remota estuviese; y un compromiso de seguir los pasos del patriarca Abraham, el primer judío, y dar a conocer las enseñanzas del monoteísmo a los no judíos, a todo el mundo.

En un momento, Menajem Mendel recordó un incidente sucedido diez años antes: “Cuando él [Sexto] Rebe llegó a América, citó las palabras de los Sabios (Génesis Rabá 48:14): ‘Cuando llegas a una ciudad, sigue sus costumbres’. Aquí, en los Estados Unidos, a la gente le gusta escuchar anuncios, declaraciones novedosas y preferiblemente vanguardistas”.

Luego procedió a ofrecer una visión de la relación entre Dios, el pueblo judío y la Torá que fue revolucionaria en sus implicaciones. Si bien su estilo fue sobrio, no había dudas de que las palabras que siguieron —con su enfoque distintivo en el amor del prójimo— fueron históricas. Rabi Schneerson citó la enseñanza cabalística que establece que “los tres amores —amor a Dios, amor a la Torá y amor al prójimo— son uno”.

“Amar sólo a Dios no es suficiente”, continuó luego. “Sin amor a la Torá y sin amor por el prójimo judío, el amor a Dios... no perdura. Por otro lado, donde existe amor por el prójimo judío, ello lleva también al amor a la Torá y al amor a Dios”. Lo que el nuevo Rebe estaba transmitiendo era que si un judío ama a Dios pero le falta amor sus semejantes judíos, eso en sí mismo indica que algo falta en su amor a Dios. Por otro lado, si un judío ama a las personas, se preocupa por “proporcionar pan a los hambrientos y agua para los sedientos”, esa persona puede alcanzar también el amor a Dios y a la Torá.

El énfasis del Rebe en la centralidad del mandamiento de amar al prójimo fue sorprendente en su formulación: “porque así como fuimos exiliados de nuestra tierra por hacer lo opuesto de amar al semejante judío [eufemismo para las luchas internas judías], es precisamente a través del amor al prójimo que la Redención vendrá rápidamente, literalmente en nuestros días”.

Por muy dramático que fuera el contenido del discurso, con su llamamiento a la difusión universal, aún fue pronunciado en el estilo de lo que los Lubavitchers llama un sijá, un discurso convencional. Los Jasidím quedaron impresionados, pero faltaba algo.

De repente, un Jasid de ochenta años de Manchester, Inglaterra, Rabi Avraham Sender Nemtzov, saltó y se dirigió públicamente a Ramash: “La gente pide que el Rebe pronuncie un ma’amar. Las Sijot son buenas, pero la gente pide un Ma’amar... El Rebe debería exponer Jasidus”.

El silencio se apoderó de la sala mientras todos los ojos se volvieron hacia Ramash.

El ma’amar es un estilo de discurso muy específico; por lo general, está precedido por la entonación de una melodía contemplativa, sin letra (nigun), y todos los presentes lo escuchan de pie. El ma’amar mismo comienza con un versículo bíblico, cita muchas enseñanzas jasídicas distintivas, implica un análisis en profundidad de algún tema religioso, y generalmente expone sobre diversas enseñanzas cabalísticas.

El protocolo de un ma’amar es distintivo también. El Rebe por lo general mantiene los ojos cerrados mientras pronuncia el discurso y sostiene un pañuelo en sus manos, lo que garantiza —de acuerdo con la costumbre de Jabad— que permanecerá en tierra aun cuando trate de los asuntos más celestiales. El ritmo del discurso también es único, pronunciado con una melodía específica.

Y lo más importante, un ma’amar sólo un Rebe lo pronuncia. Por lo tanto, al solicitarle tal discurso, el rabino Nemtzov imploraba a Ramash que diera el paso fi nal (equivalente a la toma de juramento a un candidato presidencial electo) y asumiera formalmente el liderazgo del movimiento.

Se produjo un breve silencio durante el cual Ramash abrió un impreso que contenía el último ma’amar de su suegro, el que había preparado para estudiar el día que resultó ser el día de su fallecimiento. Ramash había republicado recientemente el ma’amar y, en las semanas anteriores al Iortzait, escribió cartas a los Jasidím en todo el mundo pidiéndoles que se prepararan para el Iortzait estudiando este ma’amar cuidadosamente, interiorizando su mensaje y haciéndolo leer en voz alta en sus comunidades. Ramash comenzó a leer en voz alta el primer pasaje (“Bati Le Ganí” [‘He venido a mi jardín’]; Cantares 5: 1) como si todo lo que estaba haciendo fuera simplemente enseñar en voz alta el ma’amar del Frierdiker Rebe.

El extenso y emotivo discurso del Rebe se desenvolvió con voz suave, casi trémula —las emociones del Rebe pueden detectarse en la grabación del discurso53—. Lentamente pero con seguridad, la elucidación del ma’amar del Frierdiker Rebe se transformó en un discurso completamente nuevo e innovador, presentado como si hubiera estado allí todo el tiempo, incrustado en las palabras de su suegro.

El tema del ma’amar fue un pasaje midráshico que describe la razón y el propósito de la creación: “Dios desea tener una dirá b’tajtonim” (un lugar de morada en el mundo físico, literalmente “en los reinos inferiores”).

Inicialmente, explicó el Rebe, al momento de la creación, había en la tierra un sentido de la Presencia de Dios manifiestamente claro. Luego, como resultado de varias transgresiones y males, comenzando con Adán y Eva comiendo del fruto prohibido, la Presencia de Dios fue exiliada y ya no era tan accesible.

Pero entonces, cuenta el Midrash, a lo largo del tiempo surgieron siete personas virtuosas, comenzando con el patriarca Abraham y continuando a través de Moisés, quien, por medio de sus actos de bondad extrema, tuvieron éxito en atraer la Presencia Divina hacia abajo, nivel por nivel, hasta que por fin llegó nuevamente a la tierra.

Mientras que cada una de las primeras seis personalidades atrajo la Presencia Divina de vuelta a este mundo nivel por nivel, fue Moisés —el séptimo del ciclo— cuyas acciones finalmente provocaron la reinserción de la Presencia de Dios en este mundo físico, un reingreso ejemplificado por Dios entregando la Torá a Moisés en el Monte Sinai.

¿Cómo pudo Moisés lograr lo que sus seis predecesores, entre ellos el patriarca Abraham, Itzjak y Iaacov, no lograron? ¿Acaso él era tanto más grande que quienes le precedieron?

El Rebe respondió esto analizando las palabras de otro pasaje Midráshico: “Todos los séptimos son agraciados”, y nuevamente señaló que Moisés fue el séptimo en ese ciclo. Lo que sugiere el Midrash es que la principal ventaja, la propia condición de “agraciado” del séptimo, es el resultado tan sólo de ser el “séptimo desde el principio”. Fue la gracia de ser el séptimo, sucesor de aquellos seis que le precedieron, virtuosos todos ellos, los que facultaron a Moisés a lograr lo que esos otros antes que él no pudieron: restaurar manifiestamente la Presencia Divina en la tierra.

En resumen, la grandeza del séptimo no deriva de una superioridad innata, sino de su condición de séptimo desde el primero; por lo tanto, al examinar el séptimo se reconoce también la singularidad y la grandeza del primero. El séptimo es reflejo del primero. ¿Y quién, después de todo, fue el primero en el ciclo que culminó con Moisés? el patriarca Abraham, el patriarca del pueblo judío.

Pronto el Rebe comenzó a llorar. Al principio, el llanto fue como un susurro, como si viniera de muy lejos. Pero luego se profundizó, impregnado de pesados suspiros; parecía como si tuviera problemas para continuar. Pero reanudó. Ahora, explicó, cuando Jabad entraba en su séptima generación desde el Alter Rebe, los Jasidím debían comprender que la naturaleza “agraciada” de ser la séptima generación de Jasidím de Jabad viene con una gran responsabilidad.

Es responsabilidad de todos los presentes, y de los Jasidím de todo el mundo, transformar el mundo, de convertirlo en un lugar al que Dios pueda llamar “hogar”.

“Nuestros sabios nos dicen que cada uno debe cuestionarse: ‘¿Cuándo serán mis acciones como las del patriarca Abraham, Itzjak y Iaacov?’.” El Rebe luego continuó: “Debemos saber que todo lo especial del séptimo es… culminar la misión del primero [Abraham], urgir al mundo entero a proclamar el nombre de un Dios.

“Esto es lo que se exige de cada uno de nosotros, la séptima generación. Aunque el hecho de que seamos séptima generación no sea nuestra elección ni el resultado de nuestros actos, y quizás hasta cierto punto incluso en contra de nuestros deseos, de todos modos, todos los séptimos son agraciados. Nuestro trabajo es completar la manifestación plena de la Presencia Divina en todo este mundo terrenal”.

Dos veces durante el ma’amar de cuarenta y cinco minutos de duración, el Rebe se detuvo para guiar a todos a entonar los nigunim favoritos de cada uno de sus predecesores. Además, durante el curso de su alocución, invocó dos veces a cada uno de los seis Rebes anteriores, una vez expuso sus enseñanzas cabalísticas sobre la Manifestación divina, y la segunda vez mientras reflexionaba sobre instancias específicas en las que cada uno había realizado actos de bondad hacia otros.

“El Alter Rebe, por ejemplo, una vez interrumpió sus oraciones para ir a cortar leña, cocinar una sopa y dar de comer a una mujer que acababa de dar a luz, porque no había nadie más en casa para hacerlo”. En el caso del Tercer Rebe, habló de un incidente cuando se había desviado de su camino para prestar dinero a una persona necesitada, una persona simple, y se aseguró de hacerlo antes, no después, de orar, para no retrasar en absoluto la ayuda al necesitado. El Cuarto Rebe acortó su necesaria estadía en una residencia curativa a fi n de viajar a una ciudad distante, con el objetivo de influir sobre un joven para que retornara al judaísmo.

Obviamente, el Rebe no se refirió a sí mismo ni a eventos de su vida en este punto, pero este enfoque en las personas fue también una característica de su marca. Poco más de veinticuatro horas antes, el teléfono había sonado en la oficina de Merkos, y el único presente, Moshé Groner, respondió.

Era Menajem Mendel quién llamó, preguntando si Groner podía ir a su casa. Cuando llegó Groner, Menajem Mendel le dijo que tenía que visitar a un anciano en una casa cercana (Groner luego se dio cuenta de que la presencia de Menajem Mendel era necesaria allí para garantizar que el hombre recibiera el tratamiento médico adecuado). La visita, sin embargo, insumiría el tiempo necesario para localizar todas las referencias que necesitaba para el discurso que pronunciaría a la noche siguiente. Le mostró a Groner algunos libros, le entregó una nota que contenía varios textos que deseaba revisar, y le pidió que insertara señaladores en las páginas apropiadas. Luego salió para ayudar al enfermo. A la noche siguiente, mientras se desarrollaba el farbrenguen, Groner reconoció muchas de las referencias que había buscado la noche anterior.

El Rebe ahora hablaba de una manera que anticipaba el trabajo que más tarde realizarían los shlujim, a quienes envió por todo Estados Unidos y por todo el mundo: “¡Se debe ir a los lugares donde nada se conoce de la Divinidad, nada se sabe del judaísmo, donde ni siquiera se conoce el alfabeto hebreo, y mientras se está allí, se debe hacer el ego a un lado y asegurarse de que el otro invoque a Dios! ¡De hecho, si uno quiere asegurarse su propia conexión con Dios, debe asegurarse de que la otra persona no sólo se familiarice con Dios, sino que invoque a Dios!” No fue suficiente —nunca fue suficiente— practicar el judaísmo simplemente por uno mismo o en una comunidad que ya es religiosamente observante; uno debe llevar también a otros a abrazar a Dios.

Después de expresar un profundo dolor por la pérdida del Frierdiker Rebe y haciéndose eco de la creencia judía de que los difuntos resucitarán en tiempos mesiánicos, concluyó el ma’amar expresando: “Que tengamos el mérito de ver al Rebe [es decir, su difunto suegro] aquí en este mundo en un cuerpo físico, en este dominio terrenal”, para concluir con “y él nos redimirá”.

Cada Rebe junto con su generación —explicó el nuevo Rebe en una sijá posterior esa noche— logró un paso más y fue un paso más allá que su predecesor. Pero la tarea de hacer del mundo un lugar de morada para Dios, aún no estaba completa. Sería la séptima generación la que completaría la divina misión.

Durante la alocución, varias veces el Rebe lloró suavemente; a menudo, pasaban varios segundos hasta que se recomponía. Y luego continuaba hablando, volviendo siempre a su tema central: el deber de cada Jasid, de cada judío, de llevar a cabo la misión de Dios en la tierra y hacerlo con rebosante amor. Eso es lo que ha de establecer el escenario para que Dios redima al mundo. “Sean mis socios”, suplicó el Rebe a los presentes. “Estamos juntos en esto, porque ello es la responsabilidad de cada miembro del pueblo judío”.

“Ahora todo depende de nosotros”.