Uno de los factores principales de la ansiedad es el ego. En Psicología, el egocentrismo es la característica que tiene una persona que cree que sus opiniones e intereses son más importantes que los de los demás. Esta clase de persona parte de la convicción de que sus pensamientos deben prevalecer por sobre los de los otros. Lo que piensa, opina, decide, cree y razona está en primer lugar y es lo más importante. El mundo gira alrededor de su individualidad, y lo que no se ajusta a eso es rechazado y desvalorizado. El término deriva del latín ego, que significa ‘yo’. Una persona egocéntrica no puede ponerse en los zapatos de los demás luego de quitarse los suyos, siempre cree que todos buscan o deben buscar lo que ella busca.

El hecho de que la persona se considere y esté convencida de que es el centro del universo y de que su percepción de la realidad es precisa y perfecta, hace que vea el mundo de una forma distorsionada, y la ansiedad representa un trastorno y una distorsión en sí misma. Si la persona considera que su perspectiva es la adecuada y no posee una mínima dosis de autocrítica que le permita contradecir su visión, librarse de ella se tornará una misión imposible.

Toda ansiedad surge de un temor o de un miedo. Cuando alguien percibe una amenaza y siente que su bienestar está en riesgo, puede caer de manera involuntaria en un estado de ansiedad. El miedo y el temor son manifestaciones activas del ego. El miedo es la preocupación de que el Yo se vea afectado. Toda inseguridad se inicia a partir de la firmeza con la que una persona se aferra a su ego.

En una fría noche de invierno, un anciano cocinaba una sopa para recibir la visita de su hijo que no veía desde hacía meses. Fue a buscar unas verduras y se dio cuenta de que no tenía más. “Una sopa sin verduras, no es sopa”, pensó. Entonces, decidió salir a buscar algunas en la aldea vecina. Para llegar hasta allí, tenía que atravesar un pequeño bosque de árboles altos y frondosos.

Iba caminando tranquilamente por el sendero y, de pronto, el miedo lo paralizó. Algunos metros adelante, de la rama de un árbol, colgaba una gran serpiente que impedía su paso.

Se quedó parado mirándola durante un largo rato hasta que pensó que su hijo estaría pronto a llegar y no encontraría a nadie en la casa. No quería que se preocupara o que pensara que su padre se había olvidado de su visita, por lo tanto, tomó coraje, se armó con una rama seca y dio unos pasos para azotar al animal y quitarlo del camino.

Pero en cuanto más avanzó y más se acercó al lugar en donde estaba la serpiente, pudo notar que el tamaño era mayor del que creía haber visto. El miedo lo inmovilizó y se dejó caer al suelo con la rama. Comenzó a llorar, estaba desesperado y conmovido por no poder enfrentar al animal.

Su hijo, que ya había llegado a la casa, advirtió que su padre no estaba e inmediatamente tomó la linterna y salió por el oscuro sendero a buscarlo. Caminó un buen rato hasta que, en el silencio de la noche, escuchó el llanto de un hombre. Cuando se acercó al lugar, se dio cuenta de que era su padre.

Intrigado, le preguntó qué le pasaba, por qué lloraba así. El padre lo miró a los ojos con un poco de vergüenza y le explicó lo cobarde que era por no poder avanzar por el sendero a causa de la serpiente. El hijo iluminó con la potente luz de la linterna al árbol, dio unos cuantos pasos hacia el animal hasta que se acercó lo suficiente como para darse cuenta de que lo que colgaba de aquel árbol no era una serpiente, sino una cuerda atada a la rama.

Muchas son las amenazas que nos atormentan, sin embargo, entre todos los temores o miedos que nos aquejan considero que el más básico es el temor al cambio: en el instante en que percibimos que la realidad se altera, perdemos nuestra zona de confort. Eso nos obliga a salir del universo conocido para enfrentarnos con una realidad distinta de aquella a la que estamos acostumbrados. Además, el hecho de penetrar en un terreno desconocido, también, supone la pérdida del control de la situación, lo que hace que nos sintamos expuestos y vulnerables. Pero insisto, todo proviene del ego y del temor a que nuestra identidad se vea afectada de forma negativa.

Entonces, podemos concluir que la ansiedad surge porque estamos enfocados en nosotros mismos. Más si tuviéramos en cuenta que en realidad estamos en este mundo para cumplir una misión Divina y que poseemos todas las herramientas necesarias para lograrlo, entonces, el miedo disminuiría. Debemos tomar conciencia de que nada de lo que tenemos nos pertenece. Además, si pensáramos que, en verdad, nunca tenemos el control total, sino que estamos en las manos del Creador, con seguridad, seríamos humildes, y esa misma sumisión nos liberaría del ego y, consecuentemente, de la ansiedad.

Se cuenta la siguiente anécdota que le aconteció al Alter Rebe.

En cierta ocasión, se presentó ante él uno de sus discípulos y comenzó a hacerle una serie de peticiones, cuestiones básicas que él necesitaba. El Rebe escuchó con atención sus pedidos y cuando terminó le dijo con un tono enérgico: “Veo que estás muy preocupado por lo que necesitas de Di-s, pero ¿has pensado qué necesita Di-s de ti?”.

Cuando este jasid salió de la habitación del Rebe, los demás jasidim que se encontraban afuera vieron su rostro iluminado y sus ojos relucientes. Entonces, muy intrigados, le preguntaron qué le había dicho el Rebe. Él les relató todo el intercambio que habían tenido.

Los jasidim escucharon con mucha atención, pero no lograron entender de dónde surgía tal alegría, ya que parecía que el Rebe lo había amonestado. El jasid les explicó: “Es simple, el Rebe me recordó que Di-s espera algo de mí, ¿acaso existe algo más inspirador?”.

Si logramos entender que somos los protagonistas del Plan Maestro de Di-s, que Él espera algo de cada uno de nosotros; si nos percatamos de que somos indispensables y de que tenemos algo único, entonces, sentiremos que nuestro valor es infinito y eterno. Nos veremos como si fuéramos el centro del universo; ¡pero no de forma arrogante!, sino con el convencimiento de que Di-s nos necesita y de que el mundo requiere de nuestra labor.

Otro de los factores agravantes de la ansiedad es la búsqueda de gratificación material. Hay personas que invierten la mayor parte de su tiempo y esfuerzo en cuestiones materiales. Pero esto no es inocuo, se hace dejando de lado el cuidado de los valores esenciales y las prioridades espirituales. Esta actitud, sin lugar a dudas, genera ansiedad, porque es una de las expresiones más comunes del ego.

Al iniciar este capítulo, planteamos la idea de que el temor más básico del ser humano es el temor al cambio. Pero ¿dónde se presentan esos cambios? La materia es lo único que cambia, el espíritu se mantiene eternamente, además no es susceptible de las circunstancias de alrededor. El mundo físico está en un estado constante de cambio, por ejemplo, los descubrimientos tecnológicos avanzan a un ritmo tan acelerado que nuestras expectativas más exageradas son incapaces de pronosticar los adelantos que se avecinan. Nuestro cuerpo también cambia. Sin embargo, la chispa Divina que reside en lo más interior de nuestra alma se mantiene siempre estable. Las circunstancias externas no pueden ni podrán jamás afectar el espíritu.

Muchos psiquiatras han informado que es posible que en 2020, la ansiedad y la depresión sean la primera causa de muerte. Quizá eso se deba a la obsesión que tenemos por los bienes materiales. Mientras la búsqueda de lo material crezca, veremos un declive en los valores espirituales.

Dos personas mayores cerca de los ochenta años. Una de ellas se encuentra ansiosa y preocupada, la otra se siente tranquila y en paz. La persona que dedicó toda su vida a perseguir los valores materiales sufre al darse cuenta de que se le acerca el fin de lo material. En cambio, aquella que invirtió la mayor parte de su tiempo y esfuerzo en cultivar los valores del alma está serena pues sabe que muy pronto estará en el mundo del espíritu.

Hasta aquí hemos visto las consecuencias de estar centrado en uno mismo, de la ansiedad que producen los temores, de las amenazas que percibimos si algo se altera en nuestro mundo. Ahora, quiero que profundicemos en un tema en particular: los actos de bondad.

Debemos tener en claro que uno de los antídotos para vencer los trastornos de ansiedad es la práctica de actos de bondad. Debemos consagrar nuestro tiempo a las necesidades de los demás; de esta forma, nos liberaremos del egoísmo y nos percataremos de que existe una misión de vida superior a la de saciar nuestros deseos personales. Esa trascendencia nos eleva por encima de la ansiedad y la depresión.

Para que los actos de bondad posean la facultad liberadora de la que estamos hablando, tienen que surgir de una verdad superior. No se trata de satisfacer nuestro deseo personal de sentirnos útiles ni de calmar nuestra conciencia, sino de entender que existe algo más grande que nosotros, un mundo entero que requiere de nuestro aporte.

La actitud que debemos adoptar es semejante a la que tenía nuestro primer patriarca Abraham. La Torá describe cómo él se dedicaba a satisfacer las necesidades de los viajeros de forma incondicional, pero también les exigía que alabaran a Di-s y reconocieran que Él domina el mundo. Además, no se contentaba con ofrecerles solo lo que les faltaba, sino que les otorgaba más de lo que requerían sin esperar nada a cambio.

Un comportamiento así nos permite lograr la plenitud espiritual, pues cuando alguien se encuentra en situaciones difíciles, su Esencia Divina aflora. La vulnerabilidad que generan los desafíos facilita el despertar del alma. Por lo tanto, si nuestro servicio hacia ese individuo es desinteresado, entonces, este brotará de la esencia del alma. Al comportarnos de esta manera, se fusionarán nuestras almas, y esta unión profunda e íntima es la que se convierte en una fuente de bendiciones reveladas para ambos, para el dador y para el receptor.

Hace mucho tiempo, conocí a Mauricio, un joven de veintiún años muy carismático y emprendedor.

Tras veinte años de esmero y dedicación, su padre fue despedido del trabajo. La tristeza ingresó en el hogar de manera muy intensa, y la moral de su padre fue decayendo notablemente.

La gravedad de esta situación familiar le robaba el sueño, él se pasaba la noche pensando qué harían si su padre no encontraba otro empleo. En esa época, Mauricio era un estudiante universitario y no tenía posibilidades de colaborar económicamente en su casa.

Al cabo de unas pocas semanas, comenzó a sufrir de diversos síntomas: sudoración excesiva, bruscos cambios en su temperatura corporal, náuseas, entre otros. Los malestares que estaba experimentando eran tan violentos que, en cierta ocasión, abandonó sus estudios a mitad del día para visitar la sala de urgencias de la clínica que se encontraba al lado de la universidad, ya que estaba sufriendo de un agudo dolor en el pecho y temía que se tratara de un ataque al corazón. Los médicos lo atendieron de inmediato y le diagnosticaron trastorno de ansiedad.

Frente a este pronóstico clínico se le recetó el medicamento correspondiente. Al mismo tiempo, empezó a tratarse con un terapeuta cognitivo. Estos dos procedimientos, la terapia y la medicación, fueron de gran ayuda para Mauricio.

Sin embargo, lo que en verdad determinó su mejoría fue el consejo que recibió de un rabino amigo, quien le dijo que debía aprovechar ese momento para dejar de enfocarse en sí mismo y comenzar un proyecto destinado a ayudar a los demás; de esa forma, conseguiría librarse de los pensamientos obsesivos y de las imágenes aterradoras que lo estaban atemorizando.

Al principio, él se hallaba sin fuerzas ni iniciativa para hacerlo, pero el rabino le aseguró que apenas pusiera en práctica su consejo, la vitalidad interior de su alma emergería y sentiría un caudal de energía positiva.

El rabino estaba relacionado con varias familias locales que tenían niños con “capacidades diferentes”. La idea era que el joven se convirtiera en un colaborador de aquellas familias y se volviera una guía para esos niños.

A Mauricio le agradó mucho la oferta del rabino y decidió que consagraría una hora diaria a esos niños. Y así empezó a realizar distintas actividades con ellos: les daba de comer, hacían deportes juntos, y poco a poco fue desarrollando un gran cariño hacia ellos. Lo más maravilloso fue que durante ese tiempo él se olvidaba por completo de sus dificultades familiares. Mientras jugaba con los niños Mauricio reflexionaba sobre cómo Si deseamos vencer totalmente a la ansiedad, debemos invertir en aquellas cuestiones de carácter eterno, aquellas que no cambian por las circunstancias, aquellas que mantienen la integridad por siempre. Esas son las cosas que el tiempo no puede arrebatarnos: los logros espirituales. Si actuamos de esta forma, lograremos un equilibrio ideal y nos encaminaremos hacia una vida plena de sentido. Eran de alegres, cómo a pesar de los desafíos que tenían, celebraban cada victoria pequeña y la alegría innata de sus almas brotaba sin impedimento alguno. Luego de algunas semanas, su ánimo cambió radicalmente hasta que, por fin, la ansiedad desapareció.

Mientras tanto, la situación familiar también mejoró, su padre fue contratado por una multinacional y con un salario mucho mejor que el de su viejo empleo.

Mauricio no abandonó el proyecto una vez que la ansiedad se desvaneció; al contrario, siguió otorgándoles a esos niños especiales una parte de su tiempo, y también involucró a sus amigos universitarios en esta sagrada empresa.

El secreto de Mauricio fue entregarse por entero con verdad y abnegación por aquellos que necesitaban de su apoyo. Si deseamos emular su actitud, entonces tenemos que estar dispuestos a abandonar nuestra comodidad personal en aras del otro. Debemos aprender de nuestro primer patriarca Abraham, quien consagró su vida entera a beneficiar a los demás, pero lo principal es que seamos genuinos y que no lo hagamos para afianzar nuestras metas egoístas, sino impulsados por la misión Divina que Di-s nos ha encomendado en este mundo.

Si deseamos vencer totalmente a la ansiedad, debemos invertir en aquellas cuestiones de carácter eterno, aquellas que no cambian por las circunstancias, aquellas que mantienen la integridad por siempre. Esas son las cosas que el tiempo no puede arrebatarnos: los logros espirituales. Si actuamos de esta forma, lograremos un equilibrio ideal y nos encaminaremos hacia una vida plena de sentido

EJERCICIO 6

Objetivo: Suprimir el ego y lograr la humildad. Actividad: Tienes que tomar conciencia de lo importante que es que te descentres de tu ego. Piensa en tu entorno, tu comunidad, tu barrio, etcétera. Elige una institución o un centro comunitario y ofrécete como voluntario en algún proyecto o programa de ayuda social. Una vez que comiences, registra día a día qué sensaciones se despiertan en ti.