Hay una parábola sobre una princesa que se casó con un campesino. El padre de la princesa, el rey, había entrevistado a varios pretendientes y ninguno era el adecuado. Finalmente el rey dijo: "El próximo hombre que entre a la habitación será tu esposo". Y la princesa aceptó. Y ¿quién entró? El jardinero que atendía las propiedades del rey y fue así que tuvieron que casarse. Él no cabía en sí de felicidad y ella estaba desolada. Pero, era así que estaban planteadas las cosas. Se casaron, él preparó la casa y colocó paja sobre los bancos en los que iba a dormir, pero ella no estaba contenta. Al día siguiente le trajo papas, pero ella no estaba contenta. Al día siguiente le trajo los mejores tomates de los campos más fértiles, pero ella seguía sin estar contenta. La princesa volvió al palacio a ver a su padre y le preguntó: "¿Cómo puedo explicarle que yo vengo del palacio del rey? No me puede ofrecer lo que necesito porque ni siquiera tiene idea que existe."
Esta es la parábola del alma que se casó con el cuerpo. El cuerpo es el campesino, ofreciéndonos el poder de Wall Street, edificios de apartamentos, éxito, poder y toda clase de papas y tomates. El alma acude a D-os y le dice: este campesino no me está brindando lo que necesito.
La mayoría de nosotros vive razonando como el campesino. Por eso es que no importa cuánto llegamos a tener, nunca es suficiente. Y no lo es porque nos estamos nutriendo equivocadamente. Puede que sea todo lo que el campesino jamás haya podido soñar, pero sigue siendo insuficiente, porque la princesa ha crecido rodeada de mayores refinamientos.
Las enseñanzas de los maestros jasídicos nos permiten acceder a la conciencia de la princesa. Nos hacen estar alertas frente al hecho que, a menudo, pasamos por la vida creyendo que somos algo que no somos y, por lo tanto, corremos tras cosas que no nos van a gratificar.
Yo estaba muy involucrada en actividades relacionadas con el pensamiento académico cuando tuve oportunidad de escuchar las enseñanzas del Rebe de Lubavitch por primera vez. Fue el inicio de la toma de conciencia que podía existir alguien que me superaba ampliamente. Llegada a este punto me di cuenta que fue absolutamente devastador para mi intelecto. Hasta ese momento sabía que podía existir una persona que era como yo pero más inteligente, o parecida a mí aunque dotada de mayor sensibilidad. Pero, cuando tuve la experiencia de conocer las enseñanzas del Rebe, fue la primera vez que me encontré con alguien a un nivel totalmente diferente. Recuerdo haber asistido a clases en las que se enseñaban las disertaciones del Rebe, y encontrarme a la salida sin poder manejar hasta mi casa. El Rebe hizo añicos los principios que yo tenía con respecto al mundo. Hasta ese momento nada había tenido ese efecto. Significó un cambio en toda mi conciencia; el integrar el cambio a nuestro accionar fue solamente el principio.
Si bien no sabía lo que estaba sucediendo dentro de mí de alguna manera percibí que este árbol que podía ser plantado en mi propio suelo iba a poder acompañar positivamente mi propio funcionamiento interior. Esta fue una percepción a nivel intuitivo. Lo que era importante a nivel intelectual era poder tener acceso a las enseñanzas del Rebe y darme cuenta que sus preguntas empezaban donde habían quedado estancadas mis respuestas.
Pienso que a lo largo de toda nuestra vida siempre nos estamos planteando preguntas sobre la propia esencia del ser, incluso sin darnos cuenta que lo hacemos. Hay preguntas que son la raíz de todo, pero solo nos damos cuenta de sus ramas. Planteamos una pregunta y las palabras que surgen son las ramas. Si no sabemos que hay una raíz, podemos llegar a engañarnos pensando que podemos hablar con la rama. Y nunca llegaremos a ser felices porque siempre habrá otra rama creciendo de la raíz. Necesitamos guías espirituales para que podamos darnos cuenta de cuál es la raíz, cuáles son nuestras preguntas fundamentales.
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