Cierta vez un carnicero se acercó a la oficina del rabino Pinjas Horowitz (1730 -1850) con una pregunta halajica. Se había descubierto un problema en uno de los pulmones de un toro durante la faena, poniendo en duda la aptitud kosher de la carne. Era un caso complicado, y el rabino dedicó horas enteras en analizarlo. Luego de un largo rato el rabino llegó a la conclusión: el toro es kosher.

Uno de sus discípulos le preguntó:

- Rabino, ¿Por qué dictaminó que el toro es kosher? Si hay una clara resolución del Shaj (Rabí Shabtai HaCohen, un gran legalista halajico del siglo 17) ¿No debería haber seguido su opinión?

El rabino Pinjas sonrió y le contestó:

Todos deberemos dar explicación por nuestras acciones terrenales en esta vida frente a la corte celestial. Me imaginé que cuando me llegue el día y debería defender la decisión tomada hoy. La fiscalía traería como testigo experto al mismísimo Shaj.

Yo podría justificar mis razones por haber elegido opiniones contrarias al Shaj entre sus colegas de menor talla. Me genera mucha ansiedad en solo pensar enfrentar al Shaj.

Por otro lado, si hubiera dictaminado que el toro no era kosher, mi contendiente sería el propio toro. “¿Cuántas bocas hambrientas podría haber alimentado? ¿Cuántas horas de estudio y plegaria podría haber sustentado? ¿Cuántas buenas acciones podría haber nutrido? Y este hombre dictaminó que no era kosher tirándome a la basura, aunque había opiniones que si lo permitían.

En ese caso podría acudir al Shaj para que me defienda, pero para ser cauto prefiero enfrentarme al Shaj que a un toro furioso.