¡Mi respuesta es sí! Lo haré. Me comprometeré con todo lo que haya que hacer para que nuestro campamento pueda obtener la certificación ‘Kósher’”, afirmó Avi con su voz grave y acento israelí.

A pesar de su noble determinación, mi padre estaba preparado para que fuera una “venta” muy difícil y se sintió satisfecho, incluso asombrado, por esta respuesta.

Era 1975, el año en que el Rebe de Lubavitch lanzó la Campaña de Alimentos Kosher como parte de las campañas de 10 Mitzvot instituidas para alentar a los judíos a experimentar una relación más profunda y gratificante con su herencia judía.

La comida kasher nutre un alma santa y sana, y permite la identificación judía en un nivel muy concreto y fundamental. Dos campamentos con los que mi padre, el Rabino Dovid Schochet, se había puesto en contacto esa semana ya se habían registrado, pero todos presumieron que acercarse al campamento de Hashomer Hatzair era un esfuerzo inútil.

Secular y socialista hasta la médula, Hashomer Hatzair es el movimiento juvenil sionista existente más antiguo de Israel y notoriamente antirreligioso. Sin embargo, la manera digna, cálida y amable en que Avi, el shelíaj de Hashomer Hatzair en Toronto, recibió a mi padre fue alentadora. Se produjo un agradable encuentro de mentes cuando mi padre explicó el motivo de su visita.

“Mis padres eran inmigrantes de Austria. Trajeron consigo una fuerte identidad étnica y sionista”, comenzó Avi. “Pasé algunos años después del ejército viviendo en un kibutz de izquierda radical, pero me crié en Lod. Vivíamos justo cerca de la Ieshivá de Jabad allí.

Debido a los prejuicios en los que me habían enseñado a creer, observé a los muchachos de la Ieshivá con aprensión hasta que me familiaricé con ellos. Promovieron la verdad y la empatía, y aunque soy un pionero acérrimo en mi movimiento, me siento honrado de contar con algunos de ellos como mis amigos. Es debido a su impacto en mí que estoy de acuerdo con su solicitud.

“Al encarnar los valores que son inherentes y centrales a la Torá, y ser campeones de la moralidad, de una vida significativa, de bondad, ética y rectitud en cada actividad individual, tanto interpersonal como religiosa, levantaron la bandera del Amo del Universo y han glorificado Su Nombre. Su comportamiento se convirtió en un símbolo de lo que es Di-s y la observancia de la Torá y las mitzvot y, por lo tanto, pudieron transformar incluso al ambiente más hostil. Muchos de mi jevre (amigos) asumieron una conducta compatible con la Torá y Mitzvot. Al igual que una corriente que fluye a través de un cable crea un campo magnético, la energía que fluye a través de ellos repercutió en el medio ambiente de mi vecindario. Espero hacer todo lo posible para asociarme con ustedes en este esfuerzo Kósher”, concluyó.

Avi demostró ser tan bueno como su palabra. Y parecía que su motivación fue el catalizador de todos los demás obstáculos a superar. Mi padre supervisó la kasherización del campamento y encontró supervisores que accedieron a vivir en el lugar durante el verano. No sólo se preparaba la comida de acuerdo con las leyes dietéticas, sino que se prestaba cuidadosa atención a todos los detalles pertinentes.

El campamento permaneció kasher durante tres años hasta que Avi fue destinado a otro lugar. Por supuesto, la mayoría de los niños no comían alimentos estrictamente kasher en casa, pero el Rebe enfatizó que cada mandamiento tiene valor en sí mismo, y debemos concentrarnos en apreciar los esfuerzos de cada persona, una Mitzvá a la vez.

Esta historia que me contó mi padre me inculcó el mensaje de que el judaísmo no se trata de las verdades que conocemos, sino de las verdades que vivimos. Lo que amamos, otros llegarán a amar, y les mostraremos cómo. El prestigio del “nombre de Di-s” en el mundo depende de cada uno de nosotros, Sus embajadores. Además, me subraya la lección del Rebe: cada bocado de comida kasher, que llena de energía poderosa que da fuerza espiritual, intelectual y emocional al alma judía, es una Mitzvá.

El judaísmo no es solo metafísico, sino parte integral de tu propio ser; después de todo, tú “eres lo que comes”. Esta frase, acuñada por nutricionistas a principios del siglo XX para recomendar alimentos saludables para cuerpos sanos, también es relevante para la comida kasher.

Recuerdo una historia que escuché en la escuela secundaria que destaca este mensaje del Rebe: La Primera Guerra Mundial estaba entrando en su segundo año. Los judíos del pueblo de Radin, Polonia sufrían tremendas privaciones. La comida escaseaba y los impuestos eran altos. Sin embargo, ante la noticia de que había muchos soldados judíos reclutados en el batallón del ejército que había acampado en sus cercanías, la comunidad se unió para proporcionarles comida kasher.

No hace falta decir que vivir una vida judía en el ejército del Zar era prácticamente imposible. No había comida kasher disponible, y el ejército no ocultó sus intentos de convertir a los jóvenes judíos a quienes intencionalmente hicieron pasar hambre.

Pero al descubrir que los soldados judíos consumían la comida kasher y luego hacían fila también para su exigua comida no kasher habitual, la comunidad decidió descontinuar sus esfuerzos, creyendo que eran en vano. El santo Jafetz Jaim, el Rabino del pueblo y un gran líder de la judería mundial en ese momento, instó a la gente del pueblo a continuar. Dijo que su esfuerzo valió la pena, ya que cada bocado de comida kasher implicaba un bocado menos de comida no kasher y, por lo tanto, era una Mitzvá. Además, la comida kasher contenía la nutrición espiritual necesaria que permitiría a los soldados no solo sobrevivir físicamente, sino también sobrevivir como judíos contra viento y marea. Nuestra historia milenaria ha demostrado que cuando la observancia kasher es fuerte, la identidad judía permanece fuerte.

Tras la destrucción de los Templos Sagrados de Jerualem, la mesa individual de cada uno cumple la función del Altar , siendo un recordatorio de que en un mundo sin sacrificios rituales, la comida que comemos tiene el potencial de acercarnos a lo sagrado.