Había una vez unos padres que no sabían qué hacer con su hijo. Realmente deseaban enseñarle la diferencia entre el bien y el mal, y equiparlo con las herramientas para la vida. Le dijeron que comiera sus verduras, que haga su tarea, que mirara a ambos lados antes de cruzar las calles, que sea generoso pero firme en sus negociaciones con los demás, y que se preocupara de las cosas importantes de la vida. Le dijeron una vez, le dijeron dos veces, le dijeron una tercera. Luego, le dejaron de decir. ¿Por qué?
En la puerta de al lado vivían otros padres. Ellos, también, en un cierto punto, dejaron de decirle a su hijo qué hacer. Pero no pararon porque se hayan cansado de la tarea. Al contrario: cada vez que su hijo se enfrentaba a una nueva elección o dilema, les consumía cada gota de autocontrol que tenían, refrenarse de ofrecerle su consejo y guía. Pero entendieron que si su hijo tenía que desarrollarse como un ser humano independiente, responsable y moral, ellos tenían que contenerse. Podían instruirlo hasta un cierto punto, pero más allá de éste, debían darle espacio para crecer.
El primer niño resultó alguien que dejaba mucho que desear. En el momento en que sus padres dejaron de imponerle su código de conducta, básicamente tiró por la borda todo lo que le habían enseñado. Se volvió egoísta y débil en sus relaciones con los demás, rara vez se detenía en las señales de alto, y no le preocupaba nada en la vida, sea importante o insignificante.
El segundo chico se volvió un mench. Disfrutaba de su independencia, pero también extrañaba la guía de sus padres. Muchas veces, al enfrentar una decisión, se imaginaba lo que ellos habrían dicho en esa situación. Cometía errores, pero era generalmente consciente que se estaba equivocando y finalmente intentaba corregirlos. Estaba agradecido de sus fuerzas y consciente de sus imperfecciones; se volvió un hombre gallardo, con una combinación de orgullo y humildad que lo hicieron querido a todos quienes lo conocían.
¿Cuál fue la diferencia entre los dos padres? Los dos recibieron la misma clase de consejo, con el mismo grado de sinceridad. Los dos dejaron su instrucción al mismo tiempo, para arreglárselas solos. Pero los primeros padres pararon porque no tuvieron más cosas para decirle ni la fuerza para hacerlo. Los segundos, porque lo decidieron.
Durante los inicios de su paternidad, ambos padres eran iguales para sus hijos. Pero a medida que los años pasaban, hubieron cambios—no en lo que le decían, sino en la fuerza y vitalidad detrás de sus palabras. El primer niño oyó agotamiento en las voces de sus padres. El segundo, contención. Una contención que creó un vacío en su corazón, pero también el anhelo por llenar ese vacío de modo que sus padres dirían: "Nosotros no lo podríamos haberlo hecho mejor".
El versículo final de Nasó (Números 7:89) describe la manera en que la voz de Di-s emanó del "Santo de Santos" (el recinto más sagrado del Santuario) para ordenar a Moshé—y a través de él a los Hijos de Israel y toda la humanidad:
Y cuando Moshé entraría en la Tienda del Encuentro escuchaba la Voz que se comunicaba con él por sobre la Cubierta del Arca del Testimonio (y dicha Voz emergía) de entre los dos Querubines, Así (Hashem) le hablaba a él.
El Midrash analiza este verso y propone algunas conclusiones interesantes. Del hecho que el verso enfatiza que "él oía la voz que le hablaba" y de nuevo "y le hablaba", derivamos que sólo Moshé oía la voz de Di-s. En otros términos, la voz no llegaba más allá de la puerta de la "Tienda del Encuentro", aunque éste era un recinto relativamente pequeño (aproximadamente 10x15m). "¿ Significa esto que la voz era baja? pregunta el Midrash. No, no era eso, contesta. El versículo también da énfasis en que era "la voz"--la voz de la cual se dice (Salmos 29:4-9) "La voz del Eterno resuena con fuerza; la voz del Eterno resuena majestuosa. La voz del Eterno quebrantó los cedros del Líbano... La voz del Eterno hace estallar llamas de fuego; la voz del Eterno hace temblar el desierto..."El verso da énfasis a que era "la voz"--la voz que, cuando se dio la Torá en el Monte Sinaí, "resonó" de un extremo al otro del mundo".
Esto significa, concluye el Midrash que dentro de la "Tienda del Encuentro", la Voz Divina era tan poderosa e infinita como la que resonaba en Sinaí; pero en el momento en que la voz llegaba hasta el marco de la puerta de la tienda, "abruptamente cesaba" (Midrash Rabá, Bamidbar 14:21; Sifri; cita de Rashi del versículo).
Un fenómeno fascinante, pero ¿qué significa?
Significa, dice el Rebe de Lubavitch, que Di-s le concedió al hombre libre albedrío. Como escribe Maimónides, sin libre albedrío, la noción de una relación entre el hombre y Di-s que da significación a la vida, no tiene mucho sentido. Es por ello que la Voz Divina se detenía a la entrada de la "Tienda del Encuentro"--para crear ese vacío en nuestros corazones, ese espacio en nuestras vidas en que Di-s no interviene pero Nos mira desde afuera.
Di-s nos enseña acerca de cómo vivir nuestras vidas; Su Voz Infinita recorre cierta distancia y luego se detiene. No se interrumpe porque se debilita gradualmente hasta que alcanza el punto que ya no se escucha. Si fuera así como Di-s nos habla, Sus palabras no tendrían efecto en nuestras vidas. Más bien, Él nos habla con poder infinito y autoridad. Y aún así permite que Su voz llegue hasta un cierto punto y no más, para que escuchemos ese poder e infinitud, y también el refrenamiento.
Esta contención crea una gran soledad en nuestras vidas, y también un anhelo de llenar esa soledad de modo que haga decir a Di-s: "Yo no lo podría haberlo hecho mejor".
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