El incidente que les relataré ocurrió hace más de diez años, pero difícilmente pase una semana sin que piense en ello.

Había entrado en una de las Sinagogas de Jerusalem para rezar la Plegaria de Minjá (el rezo vespertino). Unas filas delante de mí se hallaba un padre junto a sus cuatro hijos. Durante todo el rezo, no cesó de molestar a quienes estaban a su alrededor y de reprender duramente a sus hijos. ¡Qué necio! -pensé para mis adentros- Es verdad, estás nervioso, eres grosero, todo bien. Hay mucha gente nerviosa y ruda en estos tiempos de stress que vivimos, ¿pero todo el mundo debe enterarse de ello?

En realidad soy el tipo de persona que "vive y deja vivir", pero este hombre era imposible de ignorar. Su descontento y energía enfermiza impregnaban el ambiente. Ciertamente -pensé- tus hijos son una pandilla alborotada, ¿pero debes gritarles todo el tiempo? ¿Por qué no los dejas en tu casa si te ponen tan nervioso?

Sobre el final de la Plegaria, sus cuatro hijos -de doce, nueve, ocho y seis años- se pararon al unísono y recitaron el Kadish (oración por los difuntos), por su madre recién fallecida.

Repentinamente sentí que mi rostro ardía de vergüenza.

Debido a que hay muchas cosas que no sabemos sobre los demás, todo intento de juicio seguramente fracasará. Debido a eso el Talmud nos indica: "No juzgues a tu prójimo hasta que te encuentres en su lugar". Sin embargo, a veces existen circunstancias en las que debemos juzgar a otros, o que nombramos gente para que haga esa tarea por nosotros. Los llamamos 'jueces', y sin ellos, ninguna sociedad puede funcionar.

Justamente la Torá, en esta Parshá, nos instruye: "Jueces y oficiales nombrarás en tus portones (de todas tus ciudades)" Pero además, la Torá delimita y regula el poder de los jueces, y se asegura que cuando juzguen, lo harán con la máxima precaución y sensibilidad.

Un caso interesante de resaltar es la "ley del asesino indefendible". Así funciona: De acuerdo a la Torá, los crímenes capitales son llevados ante un tribunal de 23 jueces, llamado pequeño Sanhedrín. Después de escuchar a los testigos, los jueces se dividían en dos grupos: los que abogaban por su inocencia y los que demostraban su culpabilidad. Luego votaban. Mayoría de uno era suficiente para exonerarlo, mientras que era necesaria una mayoría de dos para condenar. ¿Pero que sucedía si todos los jueces estaban de acuerdo en que era culpable? ¿Si la evidencia era tan fuerte que ningún miembro del Sanhedrín hallaba nada a su favor? En ese caso, dice la Torá, la persona debe ser absuelta y no puede ser condenada por esa corte.

El Rebe de Lubavitch explica lo racional detrás de esto: No existe persona que sea completamente malvada y que no pueda hallarse en ella algo para decir en su defensa. Siempre hay una justificación, una explicación, alguna perspectiva desde donde pueda verse cierta bondad en su alma, aunque finalmente sea condenado. Pero si los jueces no logran hallar "una parte inocente", se trata obviamente de una corte que sabe muy poco acerca de lo que ha hecho y de quién es el individuo que está delante de ellos y por lo tanto están descalificados para juzgarlo.

Esta es una lección para los jueces. Pero el resto de nosotros no necesita en absoluto juzgar a nadie. Lo que en realidad es una suerte, porque es mucho lo que ignoramos.