Pregunta:
¿Es inapropiado celebrar la muerte de un archi-terrorista? ¿Es ése un valor judío?
Respuesta:
Usted ha hecho lo que yo sólo podría llamar una pregunta muy judía. Para empezar, es típicamente judío sentirse culpable por alegrarse. Aparte de eso, la sabiduría de nuestros sabios sobre este tema es profunda y abundante. ¿Cuándo se sabe que una sabiduría es profunda? Cuando a primera vista parece llena de contradicciones.
Empecemos con Salomón el Sabio, quien escribe: “Cuando perecen los malvados, hay canto de alegría”.1
Suena bastante inequívoco. Hasta que encuentras otra afirmación del mismo autor, en el mismo libro: “Cuando tu enemigo caiga, no te alegres, y cuando tropiece, que no se regocije tu corazón, no sea que el Señ-r lo vea y se disguste, y aparte de él Su ira”.2
El Talmud refleja esta tensión. Encontramos: “Cuando los malvados perecen del mundo, viene el bien al mundo, como dice el versículo: ‘Cuando perecen los malvados, hay canto de alegría'”3
..mientras que en el mismo volumen, el Talmud ya nos ha dicho: “Cuando los egipcios se ahogaban en el Mar de los Juncos, los ángeles querían cantar. Di-s les dijo: 'La obra de Mis manos se está ahogando en el mar, ¿y vosotros queréis cantar?'”4
No somos los primeros en señalar estas paradojas y otras más. Ahora no es el momento de enumerar todas las resoluciones sugeridas. En lugar de ello, vayamos directamente al meollo de la cuestión:
¿Qué hay de terrible, después de todo, en celebrar la muerte de un malhechor perverso? ¿Por qué pensar que es abominable alegrarse de que un hombre que se alegró de la muerte de tantos otros, y que conspiró ingeniosamente para sembrar la destrucción y el terror en todo el mundo, sea ahora apartado de él? ¿Es tan horrible alegrarse de que el mundo se haya convertido en un lugar mejor, más seguro y más feliz?
No, no lo es. Es perfectamente legítimo. Por el contrario, alguien que no está celebrando en este momento aparentemente no está tan preocupado por la presencia del mal en nuestro encantador planeta. Los que se indignan por el mal llevan ahora una sonrisa en la cara. A los apáticos les importa un bledo.
Si es así, cuando el Faraón y sus secuaces, que habían esclavizado a nuestro pueblo durante generaciones —maltratándolo con la mayor crueldad, ahogando a nuestros bebés y matando a palos a los trabajadores—, por fin se ahogaban en el mar, ¿por qué no se alegraría Di-s mismo?
Sencillo: Porque son “obra de mis manos”. Por esto, son magníficos. Y una terrible pérdida.
Como dijo otro profeta: “Vivo Yo, dice el Señ-r Di-s, que no deseo la muerte del impío, sino que el impío se arrepienta de su camino para que viva”.5
Por la misma razón, Salomón te dice que no te alegres por la caída de tu enemigo. Si esa es la razón por la que estás celebrando —porque es tu enemigo, porque has sido reivindicado en una batalla personal— entonces, ¿cómo eres mejor que él? Su maldad era egoísta, como lo es tu alegría.
Pero alegrarse de que haya disminuido el mal en el mundo, de que hayamos hecho algo de nuestra parte para limpiar el desorden, de que haya habido justicia... ¿qué podría ser más noble?
Después de todo, ése fue el pecado de muchos de estos terroristas: Reconocen a Di-s. Suelen ser hombres profundamente religiosos. Rezan a Di-s cinco veces al día y Le agradecen cada uno de sus nefastos logros. El pecado de los terroristas es negarse a reconocer la imagen Divina dentro de cada ser humano, negar el valor que el propio Di-s otorga a “la obra de Mis manos”. Para ellos, este mundo es un lugar feo y oscuro, construido sólo para que pueda ser borrado en algún apocalipsis final, y están dispuestos a ayudarle en su camino. Con ese pecado, todo el culto y la religiosidad se convierten en maldad despreciable.
Ahí está la ironía de todo esto, la profundidad y la belleza que reside en la tensión de nuestra Torá: si celebramos que una persona haya sido asesinada, nos estamos rebajando a su reino de depravación. Pero si no celebramos la eliminación del mal, demostramos que sencillamente no nos importa.
No somos ángeles. Un ángel, cuando canta, está lleno de nada más que canciones. Un ángel, cuando llora, se ahoga en sus propias lágrimas. Nosotros somos seres humanos. Podemos cantar con alegría y llorar a la vez. Podemos odiar la maldad de una persona, al tiempo que apreciamos que sigue siendo obra de las manos de Di-s. De este modo, el ser humano, y no el ángel, es el recipiente perfecto para la sabiduría de la Torá.
Fuentes: Véase Maharshá sobre Sanedrín 39b; Midrash Shmuel 4:22.
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