En el año 1969, yo era el presidente del Gabinete de líderes Juveniles del Programa Nacional de Apelación de Judíos Unidos. Como tal, fui invitado a pronunciar un discurso en el “Consejo de Federaciones Judías” y “Conferencia Anual de Fondos” para la prestación de seguridad y acción social, que tuvo lugar en Noviembre de ese año en la ciudad de Boston. El tema a tratar era “La mirada de los Jóvenes hacia el futuro de la Comunidad Judía Americana”. Dediqué seis meses a preparar esta charla. Normalmente, pronunciaba un discurso resumido de sólo una página. Esta vez, debido a la magnitud del evento había decidido leer el discurso entero.
En él, agradecía a la generación de mis padres por haber hecho posible la creación del estado de Israel y por haber salvado a los sobrevivientes del Holocausto. Dos millones de judíos habían sido salvados de vivir en tierras en donde se encontraban bajo la opresión, y a través de los esfuerzos de esa generación, habían logrado reestablecerse en países libres. Sin embargo, resalté la terrible crisis que atravesábamos en el campo de lo que tenía que ver con la educación Judía de niños y jóvenes. Estábamos corriendo el riesgo de perder más Judíos a través de la asimilación, que los que habíamos logrado salvar por medio de la afirmación de la educación judía. Necesitábamos de alguna manera abordar el fracaso de nuestro Sistema Judío de Educación, y lograr así, inspirar a los jóvenes judíos a mantener la continuidad de su tradición. Recomendé entonces, la creación de una “Organización Nacional Judía de Búsqueda y Desarrollo” que sería fundada con capital de riesgo; Este capital sería invertido luego en programas innovadores, que incentivarían a los jóvenes judíos a seguir su tradición. También, sugerí la creación de un Instituto de Vida Judía que facilitaría la puesta en práctica del proyecto.
Para fundar este Instituto, la Comunidad Judía debía subsidiar el proyecto con $100 millones de Bonos del Estado de Israel por 10 años. Los compradores de estos bonos recibirían así una deducción en sus impuestos. Al finalizar el plazo de 10 años ellos recuperarían la inversión inicial. El Instituto se sustentaría con el interés del capital invertido. Anualmente tendría una rentabilidad de 6 millones de dólares. Tendríamos 10 años para evaluar los resultados del proyecto y si este no diese resultados productivos, el lugar se cerraría. Finalmente, la idea fue adoptada en forma abreviada. Se invirtieron $3.5 millones; Esta versión fue truncada y fracasó en su misión de modo que el Instituto tuvo que ser cerrado. Sin embargo, este fracaso estimuló el debate sobre la continuidad de la Educación Judía, la necesidad de rescatar a los Jóvenes Judíos surgió como una prioridad de la Comunidad Judía Americana.
En Diciembre de 1969, recibí un llamado de un hombre llamado Leibel Alevsky. Él era uno de los rabinos pertenecientes al movimiento Jabad. Me explicó que el Rebe de Lubavitch deseaba verme. Creí que había sido invitado a una audiencia real. Inmediatamente, aunque ni siquiera sabía quién era el Rebe, confirmé mi cita para el mes Enero. Mi rabino me instó a concurrir a la cita y me informó sobre quien era el Rebe. En la fecha prefijada, Alevsky y yo nos encontrábamos en su casa, eran las 11:15 de la noche, cuando recibimos la llamada que nos informaba que el Rebe nos vería en ese momento. Caminamos hasta un modesto edificio donde se encontraban 300 personas de todas partes del mundo, cada una esperando, en medio de la noche, en la oficina central de Jabad, para una audiencia con el Rebe.
Más tarde, me enteré que el Rebe realizaba estas audiencias 3 veces a la semana. Estas, duraban desde la caída del sol hasta la medianoche.
Entré solo a ver al Rebe. Ya dentro de su oficina, observé que una pequeña luz iluminaba todo el cuarto. Los libros empapelaban paredes y techo. El Rebe era un hombre delgado y de piel translúcida. El blanco de sus ojos claro y puro, rodeaba el brillo de las celestes pupilas y su barba delineaba una amplia sonrisa. El Rebe tenía en ese entonces 67 años. Me miró de una manera tan penetrante que sentí como si me estuviesen tomando una radiografía.
“Sr. Zacks, he leído su discurso”, comenzó, “está bien claro que ha cuidado bien su mente. Lo observo, y veo que también ha cuidado su cuerpo. Pero, ¿Qué ha hecho usted por su alma?”
Directo al grano, sin preámbulos de como estaba ni de como estuvo mi viaje. Estaba shockeado.
“La casa Judía está incendiándose”, continuó. “Tenemos una emergencia y no hay tiempo de probar nuevas formas y métodos para apagar el fuego. Hay que llamar a un departamento de gente experimentada, que ya posean métodos probados y eficaces. Nosotros somos ese departamento. Nosotros, los Lubavitchers no poseemos problemas de drogas o casamientos mixtos. Nuestros hijos optan por el Judaísmo. Ellos son educados en el camino de nuestra tradición. Poseemos un programa de alcance global que contacta e impacta a los judíos no observantes y salva miles de almas. Dénos a nosotros los $100 millones de dólares y los invertiremos correctamente para solucionar los problemas que a usted tanto le preocupan.
“Rebe”, le pregunté luego de una pausa, “¿Qué sucede si la casa se está incendiando pero la gente que está dentro se ha olvidado su número telefónico?” “Di-s proveerá”, respondió.
“Hay millones de judíos cuyos hogares se encuentran bajo el fuego”, le expliqué. “Muchos de ellos no lo llamarán porque no tienen su número, o bien, porque no desean comprometerse con el modo de vida que usted les propone. Aun así, es necesario salvarlos, también poseen el derecho de recibir una educación Judía que ocupe un lugar relevante en sus vidas. Este es el objetivo del Instituto”
“¿Cree usted en las revelaciones, Sr. Zacks?” me preguntó.
“Creo en Di-s y creo en Su inspiración Divina... pero no creo que Él escribe”, le respondí.
“Quiere decir, Sr. Zacks, que Di-s creó una enorme estructura de plantas, animales, cadenas alimenticias, estrellas y planetas, y la única criatura dentro de este universo que no entiende cuál es su objetivo y función dentro de este mundo es el ser humano?
Le respondí que sí.
¿Qué podemos decir entonces con respecto a la complejidad del cuerpo humano? ¿Cómo podemos entender la maravilla de una célula? ¿Cómo es que el cuerpo ingiere comida y se renueva constantemente?
No tuve respuesta a esta pregunta.
“¿Por qué, Sr Zacks, la nariz siempre se encuentra en el mismo lugar? ¿Por qué los ojos se ubican en la cara, generación tras generación?”
Me invadió en ese momento una sensación de profundo respeto hacia el Rebe, y lo único que atiné a hacer fue encoger mis hombros como señal de duda.
“¿Cómo puedes explicar la maravilla del cerebro y la mente? ¿Cómo logra este órgano dirigir un sistema tan complejo, de una manera precisa y eficiente? ¿Cómo podemos explicar el increíble mecanismo del ecosistema que nos permite inhalar el oxígeno que las plantas maravillosamente fabrican para nosotros? ¿Puede todo esto ser un accidente?”
¿Cómo podía responder a todas estas preguntas?
“Miremos más allá, lo que sucede cada día en la tierra.” ¿Cómo se puede explicar el hecho de que existan miles de pájaros y criaturas volando en el cielo y que no colisionen una con otra? ¿Es, acaso, el hombre la única criatura en el planeta que no posee una guía que le muestre cual es el camino a seguir?. ¿Debe el hombre ignorar el mapa de ruta que Di-s creó para guiarlo en su vida? Este, es el eslabón faltante que conecta al hombre con la complejidad de la naturaleza.
El Rebe prosiguió exponiendo argumentos, uno tras otro. Yo, tenía cada vez menos herramientas para poder contestar a sus cuestionamientos.
Durante la conversación el Rebe citó el libro de Kazantzakis llamado “Zorba, el Griego”. “Recuerdas al joven de la playa, aquel que conversaba con Zorba, a quien Zorba le preguntaba cual creía él, que era el objetivo de la vida. El joven admitió que no sabía cual era el objetivo de la vida”. Zorba, entonces le contestó: “Bien, dime entonces, ¿Con qué objeto te dedicas a leer esa gran cantidad libros vacíos de contenido? El amigo le respondió que realmente no lo sabía.” Zorba se dio cuenta que su amigo no tenía la respuesta a una pregunta fundamental. Este es el mismo problema que tú tienes. “Su problema, Sr. Zacks, es que usted trata de encontrar a Di-s utilizando el mapa de ‘su’ cabeza. Nunca lo encontrará de esa manera. Permítame que envíe un maestro que viva con usted por un año, para que le enseñe realmente ser un judío. Usted descubrirá una dimensión completamente distinta dentro de su vida. ¡Si realmente desea cambiar el mundo comience con usted mismo! Si usted tira una piedra al agua verá cómo los círculos concéntricos comienzan a expandirse y llegan hasta la orilla. Usted influenciará a todos los seres a su alrededor, y ellos a su vez influenciarán a otros. Esta es la única manera en la que se logra traer mejoría al mundo”
“Rebe, no estoy preparado todavía para hacer lo que me propone”, le respondí. Aun después de haber visto el increíble tapiz del universo que el Rebe me había presentado, me mantuve firme en mi decisión.
“¿Qué tiene usted para perder?”, me preguntó. “¿Un año de su vida?” ¿Qué pasará si estoy en lo correcto? Usted ganará la eternidad, si yo tengo razón, y sólo habrá invertido un año si me equivoco.
“Lo pensaré” le contesté, mientras íbamos cerrando nuestra conversación que había durado una hora y media. Las audiencias normales sólo duraban entre 30 segundos y un minuto. Trescientas personas estaban esperando aun afuera para ser atendidas.
El Rebe tomaba a las personas tal cual como eran. Su máximo objetivo era lograr acercarlas a la vida Judía, pero los métodos que utilizaba para esta gran empresa, no eran polémicas ni demandas. El Rebe además de la increíble inteligencia que poseía, lograba transmitirle a la persona un inmenso sentimiento de calidez y amor. No creo que alguna vez haya dejado el Jabad Center en 770, y aun así estaba al tanto y conocía todos los sucesos que ocurrían en el mundo. Él irradiaba un sentimiento de amor, compasión y respeto por las personas, era un líder espiritual que estaba completamente comprometido con el servicio de Di-s a través de la ayuda a otros.
El Rebe me escribió varias cartas animándome a que me dedicara a la educación judía. Durante varios años recibí varias notas del Rebe explicándome que deseaba enviar a uno de sus representantes a que pase un año conmigo enseñándome como ser judío. Pero respondí negativamente a todas ellas.
En los comienzos del año 1986, todos los domingos el Rebe recibía una cantidad de gente impresionante que formaban una larga fila esperando el dólar que él les daba para caridad a cada uno. La razón de esto, explicaba el Rebe, era que “Cuando dos personas se juntan algo positivo debe surgir para una tercera”. La gente esperaba horas y horas para ser saludados y recibir la bendición que el Rebe les daba junto con el dólar para caridad. En ese entonces tenía 84 años. Una vez, una mujer anciana, que esperaba en la fila le preguntó como podía aguantar tantas horas aquella actividad tan intensa. “Cada alma es un diamante”, le respondió, ¿Quién puede acaso cansarse de contar diamantes?
En 1987, mi hija más pequeña Kim, que recién había llegado desde Israel, deseba participar de la entrega del dólar para caridad. Acepté su pedido y la acompañé. Me paré en la línea junto a ella sin decirle a nadie quien era yo. Habían pasado 17 años desde mi entrevista con el Rebe y 10 años de la última carta que me había enviado. Cuando llegó nuestro turno de hablar con el Rebe, él me miró fijamente y me preguntó: “¿Qué has hecho por la educación Judía?”. Sus ojos poseían la misma mirada penetrante de hacia 17 años atrás. “¿Qué está haciendo Sr. Zacks para cuidar su alma?” Aunque cientos de miles de personas habían pasado por allí en todos estos años, en un segundo sentí que me encontraba nuevamente en su oficina como hacia 17 años sin que nada ni nadie hubiera estado allí.
“¡Es Usted un hombre excepcional!” Exclamé.
“¡¿Qué tiene eso que ver con salvar vidas Judías?! ¡¿Qué está haciendo por la Educación Judía?! replicó. El Rebe, tal vez, no había logrado de mí lo que el deseaba, pero lo que sí consiguió fue enseñarme el poder de cambiar uno mismo para influenciar a otros. Él deseaba que yo fuese “su” fundador de la Educación Judía”. Aunque había considerado su propuesta, nunca la acepté. Fue el hombre más carismático que conocí. Era una combinación de pragmatismo y personalidad. Lograba adentrarse en temas científicos y regresar luego, a la vida religiosa. Ningún Primer Ministro Israelí dejaba de visitar la oficina del Rebe, cuando arribaba a los Estado Unidos. ¿Saben qué era lo más maravilloso? El Rebe se veía a si mismo como un simple hacedor de los deseos de Di-s. Nadie reforzaba o avalaba sus decisiones. No poseía ningún poder como podría ser el de un policía o un general. Su autoridad estaba basada simplemente en su santidad, lo que hacía que la gente se conectara espiritualmente con él. Su autoridad no se la daba el título que poseía, era producto simplemente de su sabiduría en Torá y la proyección de estos conocimientos hacia otros. El Rebe nunca se declaró líder a si mismo. Su sola presencia inspiraba respeto a su alrededor. A través de ganarse el respeto y la confianza de las personas fue que éstas lo aclamaron como su líder espiritual.
Diez años después de mi audiencia con el Rebe, concurrí a la casa de Leibel Alevsky a un almuerzo. Sentado en la mesa con nosotros, se encontraba el hombre que el Rebe había enviado a la Unión Soviética para salvar judíos mientras este país atravesaba la era Stalinista. ¡El Rebe no le había dado ni dinero ni un plan a seguir para desarrollar esta misión tan arriesgada! En la Unión Soviética la mentalidad anti-Judía y anti-Sionista se encontraba en su punto máximo. El hombre designado por el Rebe para esta tarea se las ingenió, no sólo para poder vivir y trabajar, sino también para lograr que gran cantidad de judíos escapasen de la Unión Soviética y fueran en tren, hacia Polonia. Este hombre logró triunfar a pesar de las limitaciones. Al mismo tiempo logró enviar libros de rezos, artículos religiosos y calendarios para los que aún se encontraban dentro de la Unión Soviética. Estableció colegios secretos en donde enseñaba hebreo.
Los Lubavitchers son gente increíblemente emprendedora, que logra llegar al corazón de cada judío. Son la esencia de la creencia en Dis. La primera vez que noté su presencia fue cuando viaje al exterior hacia la ciudad de Marruecos. Ellos habían inaugurado colegios judíos dentro del ghetto. Parecía una simple acción de nobleza, pero realmente era una acción más que trascendental, teniendo en cuenta la realidad social de esta ciudad en ese momento.Muchos de los chicos eran entrenados por sus padres para recoger limosna en las calles y proveer de esta manera a las familias humildes, los lubavitchers les pagaban a los padres para proveerles a los niños judíos una educación digna y sacarlos de las calles
El Rebe simplemente les decía: “Ve a Marruecos y salva a las almas que están allí”. No recibían ni dinero ni ayuda de organizaciones sociales. Lograban salvar miles y miles de judíos física y espiritualmente. La convicción de estar haciendo el deseo de Di-s es lo que los empuja a seguir adelante.
A diferencia de otras figuras que aparecen en mi libro, el Rebe no era una persona Sionista. Aunque apoyaba al Estado de Israel y a sus fuerzas de defensa, el sentía que la redención vendría a manos del Mashiaj. Hacía hincapié también en el hecho de que aunque la persona se encuentre comprometida con el Estado de Israel, este hecho no la exime de recordar su compromiso con el Judaísmo y sus mandamientos. El Rebe era una persona completamente devota a cumplir con el deseo de Di-s.
La esencia de las enseñanzas del Rebe es la celebración de la existencia de Di-s. Y gracias a la repercusión de estas enseñanzas, es que Jabad logra irradiar una atmósfera de inmensa alegría. ¡Ojala pudiera poseer la fe que ellos poseen, que es la que les da la posibilidad de tener una respuesta segura a los sucesos de la vida! El amor puro y sincero que ofrecen a la celebración de las Festividades no tiene comparación. Nada se puede igualar a la celebración del Shabat en el hogar de un Jabadnik. Es el preámbulo a la energía positiva que fluye a través de la celebración del Shabat, el cual nos recuerda cada semana, el festejo de la creación del mundo.
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