Describir la alegría del Rebe es algo así como tratar de describir la majestuosidad del los Alpes a un habitante de la Pampa. Nuestra idea de alegría generalmente está ligada a todas las formas externas, superficiales, el rostro sonriente, la diversión, el "pasarla bien". Lo que observamos en el Rebe era una alegría interior, el tipo de alegría que uno siente como si de pronto una gran lámpara se encendiera por dentro, pero en forma continua, constante. No la felicidad que se disipa y se consume, sino una alegría colmada de optimismo, de poder y de vida sin fin, esperando el momento especial para irrumpir como un inesperado tsunami (gran ola de un maremoto), arrastrando consigo toda alma que encuentre a su paso.

Aún hoy, si entras a la oficina privada del Rebe (es posible, con algún esfuerzo) sientes la alegría revitalizante que impregna el aire y todos los objetos que el Rebe tocó. El Rebe confió, durante una entrevista privada, que él mismo era de naturaleza sombría e introspectiva. Con arduo trabajo, dijo, fue capaz de actuar sobre su espíritu hasta colmarlo de alegría.