¿Saben qué es un gancho celestial (skyhook)? Es una metáfora que alude a confiar en algo sin fundamento racional alguno. Imaginemos a Moshé diciendo: “¡Vayan por allá!”, mientras señala el Mar Rojo, con las fuerzas de élite del ejército egipcio acercándose rápidamente a los esclavos hebreos recién liberados.

Para la gran mayoría, esta instrucción fue una frustración: “Está mojado, es profundo, es enorme, no sé nadar, hay bebés aquí...”. Un fracaso total. Pero para Najshón ben Aminadav, la orden de Moshé fue una orden de marcha. Y marchó. Caminó hasta que el agua le llegó a la nariz. Entonces, sorprendentemente, el mar se partió.

La Torá es atemporal. En lo más profundo de nuestro ser, todos tenemos un Najshón interior, listo para dar un salto de fe cuando llegue el momento oportuno.

Mi momento Najshón

Tuve una especie de momento Najshón un viernes por la mañana, a principios de la década del 2000, mientras impartía una conferencia a cien estudiantes de la Universidad de Toronto sobre “El Ser y su Cerebro”.

El curso se llamaba Fe y Ciencia y los asistentes representaban una amplia diversidad de razas, religiones, nacionalidades y orígenes. Lo había impartido durante años, pero esta vez decidí añadir un toque especial a mi plan de clase.

Comenzaría utilizando a mis alumnos —quienes no estaban al tanto— para demostrar un fenómeno de la neuropsicología que el Rebe de Lubavitch, Rabí Menajem Mendel Schneerson, mencionó en uno de sus discursos.

El experimento

“Me gustaría comenzar mi charla con dos preguntas. No tomen notas ni usen dispositivos para esto”, anuncié.

Luego pedí cuatro voluntarios del aula y los ubiqué en cada uno de los cuadrantes del salón (atrás a la izquierda, atrás a la derecha, adelante a la izquierda y adelante a la derecha). Les di una única instrucción: por cada pregunta que hiciera, debían observar si los estudiantes de su zona miraban hacia arriba o hacia abajo al pensar la respuesta.

La primera pregunta fue: “¿El martes pasado, qué almorzaron y dónde estaban?”. Observé que algunos estudiantes se distraían, pero la mayoría parecía estar reflexionando… y, al menos para mí, muchos miraban hacia arriba.

Luego planteé la segunda pregunta: “¿Cuál es la respuesta de 17 x 17? Nada de escribir ni usar dispositivos. Tómense su tiempo”.

Escuché algunos gemidos. Era una pregunta difícil (aunque no demasiado, eso esperaba). Algunos se rindieron de inmediato, pero la mayoría se concentró. A mi parecer, la mayoría bajaba la cabeza al enfocarse en el problema.

Después de 30 segundos, llamé a los voluntarios al frente para que informaran. En la pregunta de memoria, los cuatro coincidieron en que la mayoría miró hacia arriba. En la pregunta de concentración, todos dijeron que la mayoría miró hacia abajo.

Una historia sorprendente

Entonces les conté lo siguiente:

“Hace unos cien años, un santo rabino de Rusia compartía la cena con amigos y familiares. Uno de los invitados habló de un nuevo descubrimiento científico: un vaso sanguíneo en el cerebro que influye tanto en la memoria como en la concentración.

Después de la cena, el rabino se disculpó y volvió con un delgado libro escrito por su bisabuelo, también unos cien años antes. En él se describía ese mismo vaso sanguíneo con detalle. Decía que se movía en función de su presión de vapor y podía estimular la corteza prefrontal para la memoria o el cerebelo para la concentración.

El autor afirmaba que una prueba de su función es nuestra tendencia a mirar hacia arriba cuando tratamos de recordar y a inclinar la cabeza hacia abajo cuando nos concentramos.

El invitado quedó atónito y sugirió que el autor del libro debía haber sido un gran médico. Pero el rabino lo refutó categóricamente: ese vaso sanguíneo existe, sí, pero en el patrón espiritual de la humanidad en los Reinos Celestiales, y por eso también se manifiesta en el cuerpo físico.”

Con esta historia, recogida en las charlas del Rebe de Lubavitch, comencé mi conferencia sobre El Ser y su Cerebro.

Un salto de fe

Introducir la charla de esa manera fue, para mí, un verdadero “momento Najshón”. Tuve que dejar de lado mi escepticismo científico natural y aceptar con entusiasmo la idea de que esa historia describía una realidad, un fenómeno natural verificable.

A decir verdad, aunque en ese momento sentí algo de miedo, sé desde hace años que creer en la Torá y en las enseñanzas del Rebe es más razonable que dudar de ellas.

Han sido demostradas muchas veces y de muchas formas distintas. Pero esa... es una historia para otro momento.