Cuando era chica y vivía en Estados Unidos, muchas veces me preguntaba cómo hacían los israelíes para vivir bajo el peso constante del terrorismo. Escuchaba una noticia tras otra sobre atentados, y me decía: “¿Cómo hacen para soportar algo así?”.

Y sin embargo, acá estoy. Vivo en Israel hace ya 16 años. Pasé por atentados, por el 7 de octubre, por una guerra que todavía sigue… y ahora por una nueva guerra con Irán.

Hoy entiendo cómo hacen los israelíes.

No hay opción. Es hundirse o nadar. Y nadamos.

Con humor negro y un espíritu de comunidad increíble, seguimos adelante, apoyándonos como una gran familia.

El viernes 13 de junio, a las 5 de la mañana, nos despertaron las sirenas anunciando que había comenzado la guerra con Irán. Tuvimos que salir corriendo al refugio antiaéreo.

Era Erev Shabat y ya no nos quedaban cosas básicas en casa, así que, cuando se calmó un poco todo, fui al makolet a las 7:30.

Mientras caminaba entre las góndolas con mi carrito, empezaba a entrar cada vez más gente. Parecía que todo el barrio había tenido la misma idea. Había de todo: ancianos, un nene de seis años, religiosos, seculares, argentinos, rusos, marroquíes… Todos buscando abastecerse antes de que se intensificara el conflicto.

Se sentía la tensión en el aire, claro, pero también una energía muy particular. Esta vez no nos quedamos esperando: nosotros tomamos la iniciativa. Atacamos primero, y eso nos dio una sensación de decisión, de convicción. Todos sabíamos que teníamos que ganar. La gente se hacía chistes, se daba una mano para embalar las compras o cargar botellas pesadas hasta la caja.

Esa misma noche, durante la cena de Shabat, nos despertaron cuatro tandas distintas de cohetes. Cada vez que sonaban las sirenas, salíamos corriendo de casa, cruzábamos el patio y bajábamos las escaleras al refugio que está justo afuera.

El sábado a la noche también nos despertaron varias veces las sirenas.

El domingo a la noche, otra vez lo mismo. Y los ruidos de los misiles interceptados por el Domo de Hierro explotando arriba nuestro.

Y acá estoy. Tratando de sostener algo parecido a la normalidad... entre sirenas.

Nunca lavar, cocinar y limpiar me pareció tan importante —y hasta terapéutico. Lo que antes era rutinario y hasta tedioso, ahora es lo que nos mantiene a flote. Nos ayuda a seguir funcionando.

Tener la casa en orden, comida nutritiva, ropa limpia: todo eso es lo que nos permite soportar esta realidad, que desgasta el cuerpo y la mente. Porque te despertás en mitad de la noche y tenés que correr con tus hijos para proteger sus vidas. Y eso no es normal. Pero lo hacemos. Una y otra vez.

Las salidas, el trabajo, la escuela, las actividades de los chicos, incluso la apertura de la pileta para las vacaciones de verano… todo eso quedó en pausa. Por ahora no hay lugar para lujos.

Estamos en modo supervivencia. Viviendo entre sirenas.

No sabemos cuánto va a durar esto. Pero si esta guerra puede ser la última, la que ponga fin a todas las guerras acá, estamos dispuestos a seguir firmes. Con la ayuda de Di-s.

Rezamos por una paz verdadera, por una victoria clara, por la Gueulá —la redención—. Que llegue el día en que el pueblo judío pueda vivir libre, seguro, en su propia tierra.