Al ser el menor de mi familia, no estaba familiarizado con las sutilezas del arte de cambiar pañales. Antes del nacimiento de mi hijo mayor, me encontré ansioso por este rito de la paternidad, esperando ser introducido en este nuevo ritual.
Al principio no fue tan malo; no mucho más que un desafío. Sin embargo, más recientemente, a medida que mi hijo se acercaba a su segundo cumpleaños, el hedor que emanaba de su pañal era insoportable. Realmente no pensaba cambiar su pañal —y el olor me incentivaba a hacerlo expeditamente —pero el olor que precede al cambio es bastante insoportable.
El desorden que mi hijo hace en el comedor, la platería ensuciada en el armario chino, o mi cama deshecha —todo me molesta. Pero son relativamente manejables en comparación con el hedor que sale del pañal. Lo encontré intrigante. ¿Por qué puedo bloquear mentalmente imágenes de caos y desorden pero no un mal olor?
Irónicamente, la facultad de oler parece ser el menos importante de los sentidos y facultades humanos. La carencia de la habilidad para caminar, hablar, oír o ver es considerada una desventaja importante. Una deficiencia en esas áreas vitales presenta desafíos extremos al individuo que posee esas inhabilidades. La carencia de olfato, por el otro lado, no es considerada una desventaja grave. Todavía no he oído a nadie decir "Qué lastima ese hombre, ¡no puede oler!" Todavía estoy esperando el día cuando uno de mis colegas entre a la oficina y anuncie "¡Di-s mío, no olí nada hoy! Por favor, tráiganme algo fragante, ¡rápido!" La vida en mi oficina me ha "endurecido"; actualmente raramente me asombro por alguna de las raras costumbres que observo… ¡Pero admito que estaría muy sorprendido de oír tal declaración!
Esto es porque el olfato no es una necesidad humana. Al contrario de la comida. La comida nos provee de energía vital; no podemos existir sin comer. Y si, diariamente uno o más de mis compañeros de trabajo entran a la oficina protestando porque está hambriento, o expresando su absoluta imposibilidad de funcionar a menos de que tengan un café.
Sin embargo, tan "insignificante" como pueda parecer el olfato, es una cualidad intrínseca que va más allá de la comida, más allá de la voz y la vista. Un individuo se siente refrescado al oler una fragancia placentera. Venir a casa el viernes por la tarde y oler los deliciosos aromas de la comida de Shabat que se cocinan en el horno… en cierto sentido, los aromas nos proveen lo que el ingerir la comida no puede. Calman a la persona; complacen, refrescan y calientan el alma.
En la sinagoga de mi abuelo había un frasco con sales aromáticas. Un miembro mayor de la congregación me explicó que la botella estaba preparada para Iom Kipur, el día más sano del calendario judío, un día en el que todos ayunan. "En el caso de que alguno se desmaye" dijo "tomamos el frasco y lo pònemos debajo de la nariz del individuo. Eso resuelve el problema. Hace que la persona recupere la conciencia". Mientras que yo, personalmente nunca presencié tal incidente, me dejó pensando. Por qué no un trozo fragante de torta de queso en la boca de la persona. ¿No solucionaría el problema?
La comida es muy física y eso es lo que ofrece a la persona —nutrición física. Comemos para fortalecer nuestros cuerpos, y así proveemos a nuestras almas de un hábitat saludable.
La fragancia no es palpable, y tampoco lo son los beneficios que ofrece. La Cabala enseña que el olfato es la conexión de lo físico con lo espiritual; nuestra conexión con el alma.
En la historia de la Creación, tras que Di-s formó a Adán de la tierra "insufló en sus narices el aliento de vida". La conexión entre la nariz y el alma permanece. El olfato es una sensación del alma; el alma beneficiándose o sufriendo por aromas placenteros o desagradables. La habilidad física de la persona para compartir las sensaciones provistas por el olfato es una ventana al mundo del alma.
Cuando me resfrío y mi nariz congestionada no me permite oler, no estoy en desventaja. No poder oler no es una desventaja física; es un impedimento espiritual. He perdido mi conexión entre cuerpo y alma.
Debido a que el sonido y la vista están conectados con lo físico, tienen la habilidad de absorberme completamente —puedo estar absorto con una película, todo mi ser cae en el olvido mientras veo un fascinante documental o escucho una deliciosa composición de buena música.
El olfato, por el otro lado, calma. Trae renovada fuerza de un escenario más alto, el alma. Despierta a uno de un desmayo porque llega al alma y trae renovadas fuerzas al cuerpo.
Y cuando es un mal olor, también toca mi alma. Y por lo tanto no puedo soportar el olor. Mi alma no puede soportarlo y me siento compelido a quitar la fuente del olor ofensivo y ventilar el cuarto.
Cada Shabat somos dotados de un alma adicional que nos acompaña en ese santo día. Este alma parte con la llegada de las tinieblas del sábado por la noche, y nuestra "alma diaria" se lamenta por la pérdida de su compañera espiritual.
Durante el servicio de havdalá, cuando despedimos al Shabat, olemos fragancias placenteras. Esto conforta al alma, trayéndole una sensación de tranquilidad y alivio.
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