Esto sucedió a principios de los sesenta, cuando las primeras computadoras centrales estaban siendo introducidas en el mercado. El profesor Abraham Polichenco, un pionero en la tecnología de la computación, visitó al Rebe de Lubavitch y le planteó una pregunta:

“Yo sé que todo lo que existe en el mundo, incluso lo que se va descubriendo a medida que avanzamos en la historia, tiene su origen en alguna parte de la Torá. ¿Y donde aparecen las computadoras en la Torá?

Sin dudar, el Rebe contestó: “los tefilín”.

El profesor quedó perplejo.

“¿Y, qué es lo novedoso que presenta una computadora?” siguió diciendo el Rebe. “Entrás en una habitación y ves muchas máquinas que te resultan familiares: una máquina de escribir, un grabador de gran tamaño, un aparato de televisión, una perforadora, una calculadora. ¿Qué es lo nuevo? ”

“Pero, debajo del piso, hay cables conectando a todas las máquinas para que trabajen como una sola.”

El profesor asintió con entusiasmo. Hasta ese momento no se había dado cuenta, pero sí, esto es todo lo que es una computadora: “una síntesis de dispositivos de los medios de comunicación y del procesamiento (de datos)”.

“Ahora obsérvate a ti mismo. Tienes un cerebro. Éste se halla en un mundo. Tu corazón se encuentra en otro. Y, a menudo, tus manos terminan involucradas en algo que es completamente ajeno a ambos mundos. Tres máquinas diferentes.”

“Y te colocas los tefilín. Es la primera acción del día, conectas tu cabeza, tu corazón y tu mano con estos cables de cuero para que trabajen al unísono como si fueran una única entidad. Y después, cuando sales a enfrentar al mundo, todas tus acciones encuentran armonía en un objetivo único y coordinado.”