David miró el armario desordenado. "Si ordenás tu armario para el último Domingo de las vacaciones de invierno," le dijo su madre dos semanas atrás, "Papá te va a llevar al parque de diversiones."

"Yo sabía que no debería haberlo dejado para el último momento," se lamentó David.

Ester hacía muecas cuando su madre le decía que el único día disponible para una visita al dentista era en el primer día de escuela.

"Me voy a perder parte del día más excitante de año," murmuró Ester, "Yo sabía que no tendría que haber usado todo el dinero en caramelos".

¿Qué pasó con David y Ester? Los dos afirmaron que sabían lo que deberían haber hecho. Entonces, ¿por qué David no ordenó el armario? Y ¿por qué Ester comió tantos caramelos cuando sabía que no le hacen bien a los dientes?

Quizás David y Ester, y todo aquel que sabe que debería estar comportándose mejor, necesitan ser recordados sobre la lección de los árboles.

En la parashá de esta semana, la Torá compara a una persona con un árbol. Hay muchas cosas buenas sobre los árboles pero, por sobre todo, apreciamos las deliciosas frutas que producen.

Así como un árbol que produce frutos, una persona desarrolla emociones, que luego lo llevan a realizar buenas acciones. Así como los pequeños brotes florecen, con el tiempo, en una bella y deliciosa fruta, nosotros fortalecemos nuestras emociones y éstas traen a la luz buenos actos.

¿Cómo desarrollamos buenas emociones?

Todo comienza en la mente.

Cuando aprendemos y entendemos lo que HaShem quiere, sabemos qué es lo que se supone que debemos hacer. Pero como vimos con David y Ester, sólo saber no alcanza. Ambos afirmaron que sabían.

La Torá nos recuerda que somos comparados con los árboles que dan frutos. A través de nuestro estudio, llegamos a comprender y saber, pero tenemos que asegurarnos de que nuestro conocimiento tenga frutos. Tiene que causar buenas emociones y actos de bien.