La encantadora fragancia del floreciente campo acompañaba al campesino Eliézer mientras caminaba lentamente por las filas de árboles. Él inspeccionaba los brotes para encontrar señales de las primeras frutas. Pequeños higos verdes se balanceaban al ritmo de la brisa. Eliézer introdujo su mano en el bolsillo, sacó una cintita roja y la ató alrededor de la fruta.
"¡Maravilloso!", exclamó. "Ahora no voy a tener dificultades para encontrar y colectar esos higos cuando estén maduros. Entonces los voy a llevar a Ierushaláim".
Eliézer se estaba preparando para cumplir la mitzvá de Bicurím. Él va a llevar esas frutas al Templo y se las dará al Cohen.
Vamos a imaginarnos ser Eliézer por un instante. Somos campesinos, trabajamos muy duro desde temprano en la mañana, hasta la puesta del sol. Soportamos el verano ardiente y las estaciones frías y lluviosas. Cavamos, aramos, plantamos, limpiamos las malas hierbas, regamos, recortamos y cuidamos nuestra cosecha. A veces, un temporal causa que todo el producto se pierda. Otras veces, los animales mordisquean nuestras plantas. Imagínate cuán felices estamos cuando las primeras frutas crecen. Como Eliézer, estamos ansiosos por tomarlas y traerlas a nuestra casa, o venderlas en el mercado.
Pero la Torá nos ordena que llevemos las primeras frutas al Templo y se las demos al cohen aún antes de tener cualquier beneficio. ¿No suena duro y difícil? ¿Cómo te sentirías si tuvieses que entregar o regalar algo nuevo tuyo, antes de tener la posibilidad de usarlo?
Sin embargo, cuando el campesino recuerda que todo lo que tiene viene de Di-s, no es tan difícil. Cuando trae las frutas al Beit HaMikdash, el Templo, se da cuenta de que fue HaShem quien las hizo crecer y que todo en el mundo le pertenece a Él.
En el Beit HaMikdash, los bicurím no eran quemados en el Altar, como otras ofrendas. En lugar de eso, eran comidos por los cohaním. Aún así, HaShem consideraba el comer de estas frutas tan especial y santo como los sacrificios que eran ofrecidos en el Altar.
La Torá nos llama "una nación de cohaním". Cuando vivimos nuestras vidas en una forma santa, como los cohaním, entonces, todo lo que hacemos, aún comer nuestra comida, puede ser tan santo como rezar y estudiar Torá.
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