El otro día tuve que llevar a mi hija Ayden al doctor. Era algo que realmente había estado evitando. Con todo lo que anda por ahí, el consultorio de un médico era el último lugar en el que quería estar. Y los médicos sienten lo mismo. Se me advirtió que, a menos que realmente necesitara traerla, lo mejor era evitar el consultorio a cualquier costo. Si había un campo de cultivo para la gripe, H1N1, y cualquier cosa que pudiera contraer, era la sala de espera.
La cínica que hay en mi quiere minimizar toda la histeria actual. Quiero decir, las salas de espera usualmente están llenas de gente enferma, ¿correcto? Y nunca antes tuve pánico, aun a pesar que mis hijos y yo estuvimos seguramente expuestos a una variedad de enfermedades las numerosas ocasiones que fuimos a una cita. Y sin embargo esta visita fue bastante diferente.
Ayden tiene asma bronquial. Básicamente cuando estalla, ella tose casi sin pausa. Y estalla cuando termina el verano hasta que vuelve a comenzar. Generalmente su inhalador mantiene las cosas bajo control, pero esta vez la tos realmente no sonaba bien. Como precaución, queriendo estar segura que no era contagioso y que podía seguir asistiendo a la escuela, la traje al doctor para que me diera luz verde.
La sala de espera estaba llena. Y todos estaban usando una máscara protectora sobre sus narices y bocas. Y si, me rendí ante la presión y me puse también una. Es decir, después de todo, ¿quién quiere ser la única persona en la sala que no usa máscara?
Todos nos veíamos ridículos, pero la importante lección que aprendí bien lo vale.
Generalmente la máscara protectora es usada por la persona que es contagiosa, así no puede infectar a nadie próximo. Pero en la sala de espera, todos usaban máscara. La posibilidad era que pocas, sino ninguna de las personas en la sala de espera tuvieran realmente H1N1 o fuera contagiosa. Y sin embargo, todos usaban máscara. ¿Por qué? Muy simple: todos temían contraer una enfermedad.
Pero cuando todos nosotros tuvimos puestas nuestras máscaras, aquellos que se protegían y aquellos que protegían a los otros se convirtieron en uno. Finalmente, no importaba cual era la intención; todos estábamos tanto protegiéndonos como ayudando a la persona junto a nosotros al mismo tiempo.
¿Cuán a menudo los padres envían a sus niños enfermos a la escuela? ¿Cuán a menudo vamos a trabajar o a una reunión pública con dolor de garganta o fiebre dado que tenemos mucho trabajo para hacer o no queremos perdernos la fiesta? Casi todos lo hacemos. Nos tenemos que sentir muy mal para abandonar algo a lo que debemos, o realmente queremos, asistir. Y entonces, si renunciamos al evento es simplemente porque no podemos ir —no por consideración a los otros que estarán ahí.
Es rara la ocasión en que nos sentimos realmente bastante bien, pero decidimos que la fiebre en la noche puede ser algo contagioso por la mañana. Es aun más raro mantener a un niño fuerte y felizmente medicado en casa durante un día porque, a pesar que se está sintiendo mejor, aun es contagioso durante las primeras veinticuatro horas con ese antibiótico. Al menos en base a mi experiencia, si mis hijos se sienten bastante bien, generalmente cuido el período de contagio, imaginando que la mitad de los niños están tosiendo, con narices goteando. Y saben que… ¡Ellos lo están! Que es como mi hijo probablemente se enfermó.
Tan esencialmente hemos estado viviendo con una mentalidad de "Lo que anda por ahí, viene por aquí". Seguimos enfermando a otros porque no estamos dispuestos a pensar en el bienestar de los demás.
¿Entonces qué cambió en la sala de espera? Irónicamente, a causa de nuestro temor a enfermarnos, nos comportamos de una manera más preocupada y apropiada. ¿Era egoísta nuestro motivo? ¡Seguro! ¿Pero quién se preocupa? Finalmente, si me pongo una máscara porque estoy asustado de enfermarme, entonces también lo protejo a usted de cualquier cosa que pudiera tener. Por lo que protegiéndonos estamos realmente protegiendo al otro.
Y este es un fenómeno que, de a poco, se ha convertido más y más prevaleciente en la sociedad.
Nuestros sabios nos enseñan que si alguien hace lo correcto por motivos incorrectos, eventualmente hará lo correcto por el motivo correcto. Ahora la gente está acostumbrada a desinfectar y lavar sus manos. Y porque lo están haciendo, es menos probable que ustedes y yo nos enfermemos al acercarnos a ellos. Y porque tomamos las mismas precauciones, es menos probable que se enfermen por nosotros. Estamos haciendo lo correcto. Ya ni siquiera importa si es por motivos correctos o incorrectos.
Y el hacer eso nos ha sensibilizado. Cuando mi hija tose, me apresuro a asegurarles a todos que es asma y no bronquitis. ¿Y cuando no estoy segura? Le llevo primero al doctor.
Una enfermedad nos ha hecho híper concientes de nuestra propia fragilidad, sensibilidad y posibilidad de afectar y ser afectados por otros. Y en nuestros intentos de autoprotección, estamos creando una sociedad de preocupación y cuidado del otro. Porque estoy preocupada de enfermarme, esto preocupada si usted está enfermo. Y quiero que usted esté mejor. Todos lo hacen. Porque si usted está enfermo nos puede afectar a todos.
Si sólo fuéramos siempre tan híper concientes y sensibles. Si cuidáramos las palabras que salen de nuestras bocas con la misma intensidad que lo hacemos con los gérmenes. Pero estamos ahí. Pues después de todo, nos estamos moviendo en la dirección correcta. Y estamos aprendiendo que todo lo que hacemos afecta al otro y que necesitamos protegernos mutuamente. Pues nos guste o no: como nos sentimos, actuamos y nos comportamos, es contagioso.
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