En estos días los iehudim de todo el mundo tenemos los ojos y el corazón puestos en Israel.
La situación es trágica y una solución político- diplomática parece estar cada vez más lejos.
Los ataques ya no se enfocan en centros neurálgicos, sino en todos lados (Ranana, Afula, Bet Shemesh, etc.) y no son perpetrados únicamente por militantes de grupos terroristas, sino por civiles (incluso de ciudadanía israelí) y esto profundiza aún más la dificultad para lidiar con esta nueva realidad.
Hoy más que nunca resuena el siguiente midrash (Tanjuma Toldot 5):
Le dijo el keisar Adrianos a rabí Yehosua ben Levy: “¡Qué maravillosa es esta oveja que sobrevive entre 70 lobos!”. Le respondió el rabí: “Cuán grande es su pastor que la cuida y la salva constantemente”. Estamos rodeados por enemigos que expresan abiertamente su deseo, anhelo y amenaza de destruirnos y acabar con nosotros. Lidiamos a diario con la presión de la ONU y la comunidad internacional que constantemente insinúa sus dudas con respecto a nuestro derecho histórico y bíblico a nuestra tierra, y a pesar de todo, la resiliencia del pueblo judío es admirable, la protección milagrosa de su “pastor” es innegable.
Y es justamente en estos difíciles momentos que los iehudim revelamos esa fuerza interna, esa unión, esa riqueza espiritual, esa capacidad de trascendencia, esa luz tan especial que nos mantuvo a lo largo del exilio con el cual, claramente, aun lidiamos.
La reacción de la población civil frente a estos ataques es verdaderamente admirable, vemos a diario gente de todas las edades con conocimiento de defensa personal o sin él, con armas o sin ellas, arriesgar sus vidas para salvar a sus hermanos (la mayoría de los terroristas fueron neutralizados por civiles, evitando así tragedias inimaginables), cantidad de voluntarios que dejan de lado su rutina y sus obligaciones para acompañar a los heridos y sus familiares. Familias que recorren las calles repartiendo pizza y golosinas a los tan exigidos jóvenes soldados.
El amor al prójimo, la consideración y la unión son nuestra mayor riqueza. Y esto nos trae al título de la nota.
En el Talmud (Menajot 53:2) el rabí Iojanán relata una cruda comparación entre el pueblo judío y la oliva: “Así como la oliva no da su aceite sino a través del prensado, así también el pueblo de Israel…”. El Rebe de Lubavitch expresó claramente que estamos al umbral de la redención, de aquella época donde reinarán la paz, el amor y la prosperidad, y quizás sea este el último desafío que debemos afrontar como pueblo, para demostrar nuestra predisposición a la redención:
Lograr despertar y mantener este nivel de heroísmo, de luz espiritual, de hermandad, altruismo y profundo valor sin necesitar que un enemigo desde afuera nos presione con ataques y amenazas para llevarnos a eso.
Quizás la luz del mashíaj que todos tenemos dentro está esperando que podamos dar nuestro mejor aceite sin necesitar más de las obsoletas prensas.
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