Tengo amigos que viven en otros países y suelen preguntarme: “¿Cómo es vivir en Israel?”.
En especial durante la guerra o los tiempos difíciles, la pregunta que hace la gente es: “¿No te da miedo formar una familia allí?”.
Por supuesto que hay desafíos, como con todas las cosas buenas de la vida. De hecho, nuestros rabinos nos enseñan que la Tierra de Israel fue obtenida atravesando la adversidad.1
De todas maneras, quiero compartir tres de las razones más importantes por las que amo vivir en Israel. Mi familia y yo hicimos aliá hace ocho años, y mi cariño por esta tierra crece cada vez más cuando pienso en estas bendiciones.
1. La sensación de estar en casa
¿Qué se siente salir del Aeropuerto Internacional Ben-Gurion? El cielo despejado de Tel Aviv se extiende delante de ti; el aire cálido de Israel te rodea como un capullo. Las palmeras ondulan en la brisa como si te dieran la bienvenida.
Para mí, y para tantos otros, se siente como en casa.
En Israel, adonde sea que vayas y hagas lo que hagas, vives una experiencia judía. Desde ir de compras hasta usar el transporte público, todo te conduce a relacionarte con otros judíos y aprender algo especial sobre ellos en el proceso.
Nuestra hija de 12 años, Mushka, suele ir a la escuela en ómnibus. Un día nos contó la manera en la que una mujer que estaba sentada a su lado le había pedido un favor. Quería que Mushka la escuchara mientras bendecía su bebida y que respondiera “Amén”.
Por supuesto, nuestra hija lo hizo con alegría, y el impresionante mensaje del poder de las bendiciones y el “Amén” subsiguiente permanece con ella desde entonces.
Luego están las festividades judías, que en Israel son espectaculares. Cuando se acerca el invierno, los colores temáticos son el azul y el blanco en todas sus variantes. Nos rodean las menorot de Januka y la decoración da a las carreteras y a los centros comerciales una atmósfera festiva. Incluso las estaciones de radio pasan conocidas canciones de Januka.
Cerca de Pésaj, las botellas de gaseosa tiene un diseño atractivo especial que dice “¡Jag sameaj (Felices fiestas)!”.
En Lag Baomer, que señala el fallecimiento de Rabí Shimón Bar Iojai, hay fogatas que iluminan casi todos los parques y espacios abiertos del país.
Iom Kipur es particularmente reconfortante. No hay autos en los caminos, porque la santidad del día se impregna por todo Israel. Judíos vestidos de blanco, de todos los grupos religiosos, se entremezclan en las calles y se desean un feliz año, lleno de bendiciones.
Agradezco que nuestros hijos crezcan en una atmósfera en la que ser judío es lo más natural del mundo, donde nos podemos sentir en casa junto con otros judíos.
2. Los milagros son la regla
Cuando nos mudamos de Florida a Ierushaláim, llamamos a personas que vivieran ya en Israel para tener una idea de qué esperar. Siempre que abordábamos el tema de la seguridad económica, las respuestas se hacían vagas.
Lo que solían repetir era: en Israel, la Divina Providencia de Di-s es evidente. En los papeles, a veces parece que los números no dan; pero de alguna manera, las cosas se acomodan por milagro.
Luego de hacer aliá, experimentamos esto en persona.
Fundamos Jabad de Baka durante nuestro primer mes en Ierushaláim. Construir una comunidad para nuevos olim fue emocionante, pero presentó ciertos desafíos en términos de presupuesto. Por fortuna, contamos con la ayuda de Di-s en cada paso del camino.
Un mes, el día que vencían nuestros pagos, mi marido notó que nos faltaban 400 shekalim para cubrir el presupuesto de la sinagoga. No pasó mucho tiempo hasta que fuimos testigos de la palpable Divina Providencia que caracteriza a nuestra tierra.
Mi marido revisó sus mensajes del teléfono y devolvió las llamadas a quienes no había atendido. Marcó uno de los números y una mujer respondió en hebreo. “¿Puedo pasar a pagar una deuda que tengo con Jabad?”, preguntó.
Le dimos la bienvenida y, por supuesto, apareció en nuestra puerta con 400 shekalim que donó a nuestro Beit Jabad de Ierushaláim.
¿Cuál era su historia? La mujer nos contó que su hija se casaba en una semana. La novia de repente recordó que le debía ese dinero a Jabad y quiso saldar la deuda antes de su casamiento.
Un año antes, había viajado por Tailandia y le habían robado. Desesperada, se contactó con el Beit Jabad de la zona. La recibieron con calidez, y una persona le dio 100 dólares para ayudarla hasta que pudiera conseguir que alguien le enviara más dinero.
Con mucha gratitud, la chica israelí preguntó por una dirección para devolver el dinero. Su benefactor le indicó: “Sólo transmite la generosidad y dáselo a cualquier Beit Jabad del mundo”.
Y aquí estaba su madre, en nuestra puerta, un año después, con la exacta cantidad de dinero que nosotros necesitábamos.
Sentimos el gusto de las bendiciones de Di-s a la Tierra de Israel: “os ojos de Hashem tu Di-s están siempre sobre ella, desde el principio hasta el fin del año”.2
3. La unidad judía
Una de las cosas más especiales de vivir en Israel es experimentar la amabilidad y la unidad de nuestra gente. Esto es más evidente en los sitios sagrados de Éretz Israel.
En nuestra caminata reciente al Muro de los Lamentos (el Kótel), en Shavuot, nos emocionó la generosidad de los demás judíos. En la tumba del rey David se distribuían una gran cantidad de bebidas y de pasteles. Los niños les regalaban libros de salmos a los que pasaban. Con ojos brillosos y sonrisas en sus rostros, decían: “¡Por el rey David!”.
En el muro, muchachas jóvenes compartían jalá casera y regalos, y reconfortaban los corazones de todos los presentes.
En el camino hacia la Ciudad Vieja de Ierushaláim, y también de regreso, vimos cientos de judíos. Si bien los estilos de vestimenta y las bases religiosas eran muy diferentes entre ellos, la mirada de emoción y la sensación de pertenencia era igual en todos.
Son los momentos como estos los que impulsan nuestro amor y pasión por estar aquí.
¡Rezamos por el momento en que Di-s nos reúna a todos los judíos del mundo y nos haga retornar a nuestro amado hogar como un solo pueblo!
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