Muchos nos sentimos inútiles, preguntando: “¿Qué puedo hacer por la situación en Israel?” Tenemos mucho que decir a los políticos, a los líderes mundiales, a los militares y a todos los demás jugadores importantes. Pero para el resto de nosotros, aquellos que nos sentimos impotentes en las arenas de la política, ¿qué se supone que debemos hacer además de sentarnos y leer los periódicos?
Ante todo, tenemos que recordar que ésta es la nación judía, una nación milagrosa. Nunca hemos sobrevivido por medios naturales, sino por una sucesión de milagros impredecibles. ¿Cuándo fue la última vez en la historia que el pueblo judío pareció ser una empresa viable, capaz de durar otro siglo? Como declarara el historiador Arnold Toynbee –en un tono de ofensa y espanto–: “Por todos dictados del sentido común este pueblo debería ser una reliquia del pasado antiguo”. Lo siento, Sr. Toynbee. Milagrosamente, estamos vivos, tenemos nuestra tierra, y somos fuertes.
Nuestra supervivencia nunca fue cuestión de tener los tratados adecuados, los amigos correctos, o la apropiada estrategia económica o militar. Cuando todo parecía seguro y estable en la época de la Reina Ester, fuimos amenazados con la aniquilación. Y cuando parecía imposible, como en la época de los Macabeos, salimos victoriosos. Y así el modelo –o la falta de éste– continuó a lo largo de las edades. Participar del juego como buenos persas o egipcios, romanos, españoles, polacos o alemanes, nunca nos ayudó mucho. Sin embargo, mientras los imperios se desmoronan en el polvo de la historia, todavía estamos aquí, más vivos e invencibles que nunca.
Esto no quiere decir que no debamos luchar por nuestra supervivencia o que deberíamos evitar la política por entero. Ester hizo juego político y los macabeos pelearon. Pero ellos no se fiaron de esas cosas — pues de hacerlo se habrían dado por vencidos antes de comenzar. Las vieron sólo como un anexo a una estrategia superior. Sabían que las verdaderas cartas del juego no estaban en manos de guerreros o reyes, sino en poder de Aquel que habló y el mundo fue llamado a ser.
La nación judía tiene una misión a cumplir. Todo nuestro éxito y supervivencia depende de esa misión, y sólo de esa misión.
En segundo lugar, debemos saber que la nación judía no es un conglomerado de individuos. Somos un entero con muchos rostros. Ya sea si eres un profesor en Haifa o un colonizador en Yesha, ruso o americano, ortodoxo, reformista o no-afiliado, tienes parte en las acciones y el destino de todos los demás judíos. Nuestros enemigos no nos podrían haber resaltado más fuerte el concepto: Nos dicen que si un judío ha de ser culpado por lo que está sucediendo ahora mismo, entonces todos somos culpables — y tiene razón en un 100%. Funciona también a la inversa, aún más enérgicamente: Cuando un judío hace algo bueno, todos somos elevados.
Estos dos puntos se relacionan entre sí: Es esta unidad la que hace que los milagros sean posibles. Todas las acusaciones, las disputas internas, las declaraciones de “Te lo hemos dicho”, no serán de utilidad. Por escandalizador que pudiera sonar, la unidad y trabajar juntos es más importante que tener razón. “Si todo el pueblo judío junto adoró un ídolo”, enseñaron los Sabios, “Di-s no los podría castigar. Sólo una vez que comienzan a reñir sobre cuál ídolo es mejor, es que sobreviene el castigo”. Cuánto más entonces cuando están unidos en una buena causa — esa unidad es el recipiente para recibir milagros manifiestos.
Y estamos unidos: Todos queremos paz. Todos queremos la supervivencia de la tierra y sus habitantes. En el 95% de la cuestión, el 95% de nosotros está de acuerdo. Ciertamente, el otro 5% es de consecuencias estremecedoras. Pero cuando miras a la cara a otro judío que está del lado opuesto del mostrador, debes recordar que estás viendo a tu hermano y aliado en un tiempo de tribulación — no a tu enemigo.
Es por eso que, en cada crisis encarada por el pueblo judío en el último medio siglo, la respuesta del Lubavitcher Rebe fue levantar los ánimos de los judíos dondequiera se encontraran, juntarlos, alzarlos con más mitzvot, más Torá, más compromiso a nuestra pueblo.
En 1967, fue la campaña de tefilín. En el ’73, fue mediante la alegría y las reuniones de niños. En la crisis del Líbano, fue principalmente mediante el estudio de Torá y las plegarias de niños judíos. En la Guerra del Golfo, fue consolidando nuestra confianza en el Protector de Israel y la fe en que todo esto es una señal del inminente final del exilio y el comienzo de la redención.
Hoy, lo máximo está sobre el tapete: Jerusalén y el Monte del Templo. No te engañes pensando que estos son meros lugares en un mapa. Son lugares en el alma judía, en su núcleo mismo. El hecho mismo de que judíos puedan analizar su abandono es un síntoma de algo muy grave dentro de nosotros. Algo que ahora tenemos la capacidad de subsanar.
Por eso es una aberración que un judío intente salvar a Jerusalén atacando verbalmente a otro judío. Así es como la perdimos en primer término. Jerusalén es un sitio donde todo Israel viene junto como uno. ¿Cómo puede la falta de unidad salvar la integridad unitaria del pueblo judío?
Haz todo lo esté en tu poder y más, si el pueblo judío y su corazón y alma significan algo para ti. Pero, sea lo que hagas, no ventiles tu frustración en palabras contra un semejante judío. Tenemos suficientes enemigos ya para hacer eso.
Somos uno. Somos fuertes. Y todos nos reuniremos en Jerusalén. Que sea antes de lo que imaginamos.
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