La vida judía es un calendario de objetos: el shofar sonó en Rosh Hashana, la sucá fue construida para Sucot, el aceite o las velas alumbrarán en las noches de Jánuca, la matzá se pondrá sobre la mesa para que la comamos en Pesaj, y así sucesivamente.
Los objetos deben tener un cierto tamaño. Una silla de 3 centímetros no es una silla, ya que no podemos sentarnos en ella, ni tampoco lo es una de 30 metros. Es por eso que la Halajá, el código de leyes que definen la vida judía, está llena de especificaciones: la cantidad mínima de matzá que debemos comer en Pesaj, la altura máxima que puede tener la menorá de Jánuca. Para que algo sea “esa” cosa, no puede ser ni muy pequeña ni muy grande.
La sucá se define como una “morada temporal” que, por un período de siete días que comprende la festividad de Sucot, se convierte en el hogar de los judíos. Por lo tanto, tiene una altura mínima –por debajo de diez tefajim, aproximadamente 101.6 centímetros, no se considera “morada”, sino un lugar para agacharse–. Tampoco puede ser muy alta –si el techo es más alto que 20 amot, alrededor de 9 metros, respecto del piso, la sucá es demasiado masiva para ser considerada una morada temporal–. La Torá también especifica el largo mínimo que debe tener la sucá, la cantidad de paredes que debe poseer, el espacio máximo permitido para huecos en las paredes, debajo y arriba de estas. Y así sucesivamente. Ciertas partes del tratado Talmúdico de Sucá y los correspondientes capítulos del Código de Ley Judía parecen más un manual para un ingeniero que un texto religioso.
Existe una sola excepción a todas estas especificaciones: no hay límite para el largo y ancho de la sucá. Esta puede ser del tamaño de una ciudad, o de un continente, aun así, seguirá siendo una sucá kasher.
Esta norma va en contra de todo lo que hemos dicho respecto de los objetos y de las moradas. Pero el Talmud deduce esto de un versículo de la Torá, y el Rebe de Lubavitch explica su centralidad respecto de la temática de la festividad de Sucot para cuyo fin es construida la sucá.
El versículo (Levítico 23: 42) reza lo siguiente: “En Sucot (cabañas) morarán por siete días, todos los ciudadanos del pueblo de Israel habitarán en Sucot”. En este versículo, la palabra en hebreo sucot, el plural de sucá, se escribe sin la letra vav, de forma tal que también puede ser leída como sucat, “la sucá (de)”. Por lo tanto, dicho versículo también nos dice, conforme al sistema exegético de múltiples significados que tiene la Torá, que “todos los ciudadanos del pueblo de Israel habitarán en la sucá”. El Talmud explica que la Torá pretende que infiramos que “es propicio que todo el pueblo de Israel habite una misma sucá”.
Cada una de las festividades es “un espacio en el tiempo” que imparte su cualidad espiritual particular en el ciclo de la vida judía: libertad en Pesaj, sabiduría en Shavuot, y así sucesivamente. La cualidad que nos transmite Sucot es la unión. Nuestra interdependencia y unicidad como pueblo se expresa por medio de las cuatro especies utilizadas en Sucot y por el abrazo que la sucá le proporciona a cada judío –cada clase de judío y a cada individuo– dentro de sus paredes.
Por lo tanto, es fundamental que “todo el pueblo de Israel habite la misma sucá”. La gran sucá, aquella que es lo suficientemente grande como para hospedar a todos los judíos juntos, no puede ser una violación de la definición de “sucá”, ya que de hecho es la expresión más adecuada.
Claro está que nosotros construimos sucot significativamente más pequeñas. Como seres finitos que somos, somos limitados en tiempo, recursos y capacidad. Pero sin importar el tamaño de la sucá que construyamos, debemos asegurarnos de que sea “grande” en esencia, un hogar acogedor para todos nuestros hermanos.
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