Para construir una pared de ladrillos se necesitan ladrillos. Para hacer un reloj se necesitan engranajes, resortes y volantes. Para crear una comunidad se necesita gente.
No se puede levantar un edificio duradero usando ladrillos a medio hornear. No se puede armar un reloj exacto a menos que cada uno de sus componentes primero haya sido trabajado con precisión. Y parecería que tampoco se puede armar un mundo perfecto a partir de individuos imperfectos.
El 25 de adar I de 5752 (29 de febrero de 1992) fue un shabat como muchos otros para los jasidim de Jabad Lubavitch que viven en la sección de Crown Heights de Brooklyn, Nueva York. Debido a que era shabat mevarjim (el shabat que precede el comienzo de un nuevo mes del calendario judío) se reunieron con su Rebe, el rabino Menajem Mendel Schneerson, en su sinagoga a las 8:30 a.m. para recitar el libro de los Salmos, tal como es la costumbre de Lubavitch. Eso fue seguido por el usual servicio matutino de shabat, en el curso del cual se leyó la sección de Vaiakhel (Éxodo 35-38) de la Torá. Luego del servicio, algunos se apresuraron a volver a sus casas para una rápida comida de shabat. En una hora estaban de vuelta, reunidos con quienes se habían quedado en la sinagoga así como con otros numerosos miembros de la comunidad que esa mañana habían orado en sinagogas de otros barrios. Hacia la 1:30 p.m., momento en que debía comenzar el farbrenguen (reunión) sabático del Rebe, varios miles de jasidim se apiñaban en la gran sala de Eastern Parkway 770.
Poco después, el Rebe entró. Habló durante tres horas, exponiendo una variedad de temas de la Torá. En los breves intervalos entre sus charlas, los jasidim cantaron y levantaron pequeñas copas plásticas de vino para decir lejaim al Rebe. Era un shabat como tantos otros para los jasidim de Jabad Lubavitch de Crown Heights.
En una de sus charlas, el Rebe se extendió sobre el hecho de que la lectura de la Torá del día, Vaiakhel, en muchos años coincide con otra sección, Pekudei. Debido a la longitud variable del año judío, el ciclo anual de lectura de la Torá incluye ciertas secciones que a veces se combinan entre sí para formar una única lectura. Una característica interesante de esos “pares” potenciales es que a menudo sus nombres expresan significados opuestos. Por ejemplo, Nitzavim, que implica “estar parado” a menudo se une a Vaiéilej, forma del verbo “ir”.
Vaiakhel y Pekudei forman uno de esos pares paradójicos: Vaiakhel, que comienza diciendo cómo reunió Moisés a los hijos de Israel, significa “Y él los reunió” y está relacionado con la palabra kehilá, “comunidad”; Pekudei, que comienza con un desglose de los componentes del Santuario, significa “las cosas contadas” y “las cosas recordadas”: el énfasis sobre la unidad dentro del todo y sobre el individuo dentro de la comunidad.
En otras palabras, explicó el Rebe, Vaiakhel y Pekudei, expresan los valores contrastantes de comunidad e individualidad, y la necesidad de unir las dos cosas para construir una comunidad que fomente, en lugar de suprimir, la individualidad de sus integrantes. Al mismo tiempo, se debe cultivar una individualidad que contribuya al todo comunal y que no esté en conflicto con ese todo.
Entonces el Rebe hizo una pregunta: si es así, ¿por qué Vaiakhel viene antes de Pekudei? ¿No necesitamos primero desarrollar y perfeccionar al individuo antes de esperar construir comunidades sanas sobre su base y la de su prójimo?
Pero ese, explicó el Rebe, es exactamente el punto que nos quiere marcar la Torá: hacer comunidades incluso antes de haber perfeccionado a los individuos. Las personas no son ladrillos ni engranajes, que deben ser forjados individualmente hasta la perfección antes de que puedan ser reunidos de una manera constructiva. Las personas son almas con el potencial de la perfección implícito en ellas. Y nada hace salir tanto el potencial de un alma como la interacción y unión con otras almas. Los individuos imperfectos, reunidos en amor y amistad, hacen comunidades perfectas.
Habiendo terminado el farbrenguen, quienes aún no lo habían hecho se fueron a sus casas para la comida del shabat; tenían que apurarse, porque el corto día de invierno ya terminaba. Tan pronto como finalizó el shabat, un grupo de eruditos (llamados jozrim o “repetidores”) se reunió para recordar y registrar las palabras del Rebe (siendo shabat, en el farbrenguen no se utilizaron dispositivos electrónicos de grabación). A las 24 horas, las palabras del Rebe fueron transcritas, traducidas a media docena de idiomas y enviadas por fax a cientos de centros Jabad Lubavitch en todo el mundo. Ahora los jasidim del Rebe tenían “material” para estudiar, diseminar e implementar hasta el farbrenguen del siguiente shabat, si el Rebe no pronunciaba un discurso en día de semana (como a menudo hacía).
Pero la tarde del lunes 27 de adar I de 5752 (2 de marzo de 1992), el Rebe sufrió un ataque que le paralizó el lado derecho del cuerpo y, lo más devastador, lo privó de la capacidad de hablar. El siguiente shabat no hubo farbrenguen, ni tampoco el shabat posterior. En el verano de 1994, el alma del Rebe ascendió a lo alto, dejando huérfana a una generación. Los jasidim del Rebe siguen esperando el próximo farbrenguen.
Mientras tanto, se siguen construyendo comunidades.
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