Nota del Editor: Escrito en honor al décimo aniversario del Rebe de Lubavitch, de bendita memoria.

Estoy sentado frente a la computadora intentando dar expresión a mis pensamientos y sentimientos.

Es la noche del 3 de tamuz, décimo aniversario del fallecimiento del Rebe de Lubavitch, que su mérito nos proteja.

Me vienen a la mente recuerdos... Recuerdo aquel sábado a la noche cuando me llegó la noticia de que lo impensable ocurrió. No pude dormir. ¿Y ahora qué? pensé. ¿Cómo podremos seguir adelante? ¿De dónde sacaremos las fuerzas necesarias?

Cuando avisé a mis hijos de lo sucedido, uno de ellos me preguntó:

–Y ahora que el Rebe falleció, ¿nos vamos del Uruguay?

–¿Qué deberíamos hacer?–, le pregunté.

–Tenemos que quedarnos– dijo enfáticamente–. Si hacemos nuestra shlijut (misión), el Mashíaj va a venir más rápido y volveremos a ver al Rebe–, explicó.

En ese momento me di cuenta de que el Rebe realmente no se había ido. Su cuerpo sí, pero no su esencia, sus enseñanzas, su presencia e inspiración.

Si un niño uruguayo, menor de 10 años, es capaz de razonar que su comportamiento importa tanto como para lograr que el Mashíaj venga más rápido, y que así volverá a ver al Rebe, ¿acaso hace falta más prueba que esa de que el Rebe sigue estando?

Lo más sorprendente es que ese niño no es una excepción. Hay miles de niños en el mundo que, por el hecho de que sus padres fueron enviados por el Rebe a las comunidades más remotas y distanciadas (geográfica o espiritualmente), son criados lejos de centros religiosos y aun así –o quizá justamente por eso– piensan y miran la vida como una serie de oportunidades para transformar al mundo en una morada para D-os, un lugar en el cual D-os puede sentirse en casa.

Pasaron diez años. Ese niño, sus hermanos y miles de sus pares siguen transitando ese camino con pasos firmes, inspirando con su sinceridad, alegría y fuerza interior a todos aquellos con los que están en contacto.

Los comerciantes de las calles Colón y Arenal Grande, por ejemplo, son testigos de esos jóvenes emisarios del Rebe que van todos los viernes a colocarles tefilín y charlar un poco de judaísmo.

Me vienen a la mente tantas historias, anécdotas que podría contar y otras tantas que no podría, acerca del impacto constante y creciente que el Rebe y sus enseñanzas han tenido y siguen teniendo.

Tenemos mucho para estar agradecidos al Rebe. Pero nos queda todavía mucho más por hacer.