El Shabat previo a Purim, leemos la segunda parashá de la serie especial, zajor (‘recuerda’), que versa sobre el deber de recordar el daño que nos hizo Amalek, pueblo con quien nos topamos en el camino cuando abandonábamos Egipto.1 Amalek fue el primer pueblo que tuvo la audacia de atacar al pueblo judío luego de todos los milagros que D-os hubo manifestado para con él.2
¿Por qué es tan importante recordar lo que nos hizo Amalek hace miles de años atrás? ¿Acaso somos vengativos?
Las enseñanzas jasídicas explican que la palabra korjá, que quiere decir ‘se topó contigo’ se relaciona con kor, ‘frío’. O sea, se puede entender que lo que Amalek nos hizo fue “enfriarnos” en el camino. ¿De qué tipo de frialdad se trata? La “frialdad” de Amalek representa la duda que desalienta, que enfría el entusiasmo. Es interesante notar que el valor numérico del nombre Amalek (=240) equivale al de la palabra safek, ‘duda’.
Lo que debemos recordar, entonces, es que la duda provoca indiferencia y abre el camino hacia una rotunda caída espiritual.
Bien podríamos preguntarnos: ¿desde cuándo el judaísmo le tiene miedo a la pregunta? Más aún: nuestros sabios señalan que una pregunta sabia es la mitad de la respuesta. ¿Cómo podemos aprender sin preguntar?
La explicación es muy sencilla: hay que distinguir entre preguntas constructivas, formuladas en la búsqueda por entender, y preguntas destructivas, hechas con la finalidad de rechazar, desacreditar, desarmar y socavar la convicción.
Hay preguntas que son nada más que excusas y justificaciones. Es contra ese tipo de preguntas que debemos defendernos, para no dejarnos caer en la trampa de una pseudo objetividad, que muy a menudo es apenas un disfraz detrás del cual se esconde la indiferencia y la justificación de todo lo que a uno se le ocurra.
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