No se me dan muy bien las promesas. Dejar el chocolate, el helado, Internet… me conozco demasiado bien. Si fuera a hacer una promesa de ese estilo, no la mantendría por mucho tiempo. Aun así, mi feminista interior se enoja con las leyes de las promesas descritas al principio de la parashá de esta semana, Matot:
Si una mujer le hace una promesa a Hashem, o se impone una prohibición (a ella misma) mientras vive en la casa de su padre, durante su juventud […], si su padre se lo dificulta el día en que se entera, todas las promesas y las prohibiciones que se ha impuesto a ella misma no se mantendrán […].
Pero si hace esas promesas en la casa de su esposo, o se impone una prohibición mediante un juramento […], si su marido las revoca cuando se entera, cualquier cosa que sus labios emitan con respecto a sus votos o prohibiciones no se mantendrá; su esposo las ha revocado, y Hashem debe perdonarla.
Cualquier promesa o juramento obligatorio o aflicción propia, su marido puede aceptarla o revocarla.1
¿Cualquier promesa que haga debe ser primero validada por mi esposo? ¿Necesito su permiso? ¿No soy yo una adulta, capaz de hacer mis propias promesas y de llevarlas adelante?
Pero antes de enojarme, es necesario leer la letra chica. Primero, examinemos el rol del padre en la absolución de la promesa de su hija. ¿A quién aplica? El término que usa la Torá es bineureha: “durante su juventud”. Rashi explica que el versículo no se refiere a una niña menor, porque sus promesas no son en absoluto restrictivas, ni a una adulta soltera, porque ella es responsable por sus propios juramentos. Entonces hay sólo un breve período en el que un padre puede dejar sin efecto las promesas de su hija: cuando ella tiene entre 11 y 12 años. Una mujer soltera mayor de 12, una viuda o una divorciada es responsable por sus propias promesas.
¿Qué pasa en el caso de un esposo que anula las promesas de su esposa? También aquí existen reparos. El tipo de promesa que un esposo puede invalidar es “un juramento de aflicción sobre uno mismo”: uno que restrinja la comida, la bebida, el sueño u otras necesidades físicas, o una promesa que tenga un impacto en su relación. Pero si una mujer prometiera dar una gran suma de su dinero para caridad, por ejemplo, eso va por su propia cuenta. Y el esposo sólo puede anular la promesa el día en el que se entera de que existe. Si espera hasta la noche sin presentar objeciones, la promesa se mantiene.
Aun así, incluso si el poder del esposo por sobre su esposa no es tan amplio como sugeriría una interpretación superficial, aquí hay una asimetría inquietante: un hombre puede desautorizar la promesa de su esposa; una mujer no tiene el poder de desautorizar las promesas de su esposo.
Lo que me resulta interesante es que el poder de anulación que se da a los hombres es siempre dentro del contexto de una relación. Una mujer soltera adulta cumple o incumple sus propias promesas, mientras que un marido puede desautorizar las promesas de su esposa y un padre las de su hija (pero solo en su juventud, mientras está bajo su tutela). Esto me lleva a creer que aquí la Torá no se refiere a la capacidad de una mujer de ser independiente y pensar por sí misma, sino que aquí la moraleja tiene que ver más bien con el vínculo entre un padre y su hija, y entre marido y mujer.
Si bien la Torá en su totalidad debe ser entendida en un sentido literal, cada pasaje tiene también un mensaje eterno con un sentido más abstracto, psicoespiritual. Las enseñanzas jasídicas explican que todos nosotros tenemos una combinación de cualidades masculinas y femeninas. Hay una parte nuestra que hace promesas y otra que puede desautorizarlas. Según las enseñanzas jasídicas, estas dos partes se corresponden con los dos atributos intelectuales de biná, que es femenino, y jojmá, que es masculino.
Hay muchos textos jasídicos que exploran los atributos de jojmá y biná y las relaciones que existen entre ellos. En resumen, jojmá es una idea y biná es su desarrollo; jojmá es el panorama general y biná son los detalles. Jojmá es abstracto y, de alguna manera, está desprendido del mundo, mientras que biná está más involucrado con este mundo.
Como la biná predomina en las mujeres, una mujer puede, por ejemplo, invertir grandes esfuerzos no sólo en cocinar un plato maravilloso, sino también en presentarlo y servirlo. Un hombre puede ser por completo feliz sólo con una comida caliente. Una mujer puede preocuparse por los juegos de sábanas y porque las cortinas combinen, mientras que un hombre es feliz con dormir en cualquier superficie plana.
Esto no quiere decir que todas las mujeres sean obsesivas de los detalles y todos los hombres sean neandertales inconscientes. Como ya mencionamos, todos nosotros tenemos tanto energías femeninas como masculinas. Algunos hombres tienen un lado femenino que se expresa con más fuerza y viceversa.
Entonces, ¿qué tiene esto que ver con las promesas? Una mujer que está consumida por la infinidad de detalles que implica mantener un hogar puede preocuparse por ser demasiado frívola, por perder todo su tiempo en actividades inútiles, y entonces puede decidir rendirse. Entonces se hace una promesa a sí misma para “afligir su propia alma”. ¿Por qué leer una docena de libros de cocina para armar un menú espectacular esta festividad? Quizás debería leer un libro de salmos en lugar de eso. ¿Me preocupo demasiado por mi ropa y por mi apariencia? Tal vez debería dejar de comprar ropa nueva por un tiempo.
Y el atributo de jojmá, como lo representa el esposo o el padre, es el que dice que no. Estás haciéndolo bien. Poner energía en cuestiones terrenales no es malo. De hecho, Di-s nos pone aquí en este mundo por una razón. No tenía por qué crear un mundo físico, para nada. Pero lo hizo, y quiere que nos involucremos en él, que lo desarrollemos y lo embellezcamos para convertirlo en un lugar que él pueda llamar hogar. No quiere que nos retraigamos y nos volvamos ascéticos. Entonces, por favor, no dejes de intentar convertir tu hogar en un lugar bello, tu mesa en un banquete para los ojos. Necesitamos trabajar juntos, jojmá y biná, lo masculino y lo femenino.
Es por esto que la absolución de promesas sólo sucede en el marco de una relación. El vínculo entre padre e hija, o entre esposo y esposa, garantiza el equilibrio de energías. Necesitamos de los rasgos masculinos de objetividad y perspectiva general, jojmá, nos aseguren que nuestras actividades mundanas no sean abandonadas ni exageradas. Sólo así puede florecer el arte de la biná, y lo que sea que hagamos para embellecer nuestros hogares o a nosotros mismos servirá para un propósito más elevado. El hombre no se entromete para reprimir a la mujer, sino todo lo contrario: para elevarla y dignificarla, para asegurarse de que ella misma aprecie lo que pone sobre la mesa.
Y a través del vínculo entre jojmá y biná, traemos a nosotros la energía divina suprema y hacemos de nuestro hogar y de nuestro mundo un verdadero dirá, un palacio en el que Di-s puede residir.
(Basado en un discurso del Rebe de Lubavitch, Shabat Parshat Matot-Masei 5722 [1962], publicado en Likutei Sijot, vol. 4, pp. 1076 y ss.).
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