Llegué a la conclusión que Di-s ofrece períodos de prueba gratis, libres de riesgo y sin compromiso de compra. Hay varios paquetes disponibles: algunos son promociones de noventa días, otros son por períodos incluso más largos, también pueden ser por menos tiempo. Y los regalos de bienvenida son increíbles. ¿Me estás siguiendo? Llegué a la conclusión que es así como, quienes que no han crecido en hogares o entornos observantes, se vuelven observantes.
Tuve esta revelación hace poco tiempo, cuando en un seminario le estaba enseñando a un grupo de jóvenes, todas educadas en hogares religiosos. Querían saber cómo fue que empecé a estar interesada en vivir una vida observante. A medida que describí la transformación que se había ido dando en mi vida más de diez años atrás, me di cuenta que lo que inicialmente me debe haber atraído fue el aviso publicitario. Después vinieron los regalos promocionales y, para cuando había terminado el período de prueba sin cargo, me olvidé que ya estaba recibiendo una factura mensual por mi tarjeta de crédito. En un principio pensaba quedarme el tiempo necesario para recibir los regalos y que después cancelaría con tiempo pero, quedé tan enganchada, que ni llegué a darme cuenta que el período de prueba había terminado. Y, de pronto, me había convertido en un miembro con todos los derechos, pagaba mis cuotas y disfrutaba de unos beneficios que iban más allá de mis expectativas más ambiciosas.
Sí, estoy convencida que Di-s sabe más de ‘marketing’ que el mejor profesional. Sabe cómo vender bien Su producto. Es un veterano en este tema. De no ser así ¿por qué motivo es que una persona cuerda, exitosa e inteligente opta por dejar de lado una cómoda vida ‘laica’ para llevar una que parece estar únicamente dictada por normas, reglas y costumbres?
Para que veas: nunca tuve la intención de llevar una vida religiosa. En realidad nunca tuve ningún tipo de intención. Imaginaba que iba a vivir de día en día, de a uno por vez y que iría tomando las decisiones a medida que fuera necesario. Me gustaba la idea de tener un pensamiento liberal y estar abierta a cualquier posibilidad y le temía a las limitaciones, a cualquier nivel que fuera. En esos tiempos yo estaba cursando el bachillerato ¿qué mejor momento para tener esta postura frente a la vida?
Pero Di-s me tenía preparados otros planes (¿verdad que Él siempre los tiene?) y mi alegre e insignificante vida se volvió bastante difícil y complicada. A esto no contribuyó el hecho que estaba pasando un año en Israel, lejos de amigos y familia y distanciada de mi familia inmediata, al punto que no nos hablábamos. Junto a mi voto de silencio vino una billetera clausurada, lo que también significó que tenía que resolver todas mis necesidades financieras por mí misma.
Encontré un empleo de camarera en un hotel. Era la única judía y también la única mujer trabajando junto a cincuenta árabes. Trabajaba cuarenta y cinco horas por semana y me había inscripto en cinco clases. Mis horarios no dejaban mucho tiempo libre para la vida social, pero al menos me pagaban las cuentas.
De modo que no estaba precisamente en una posición de búsqueda espiritual. Me dedicaba a sobrevivir. Y, si bien me crié en un hogar tradicional que era kasher y crecí asistiendo al ‘shil’ en Shabat, podríamos decir que cuando llegué a Israel quedé todavía menos conectada con el judaísmo. En realidad ofrecían el doble por trabajar en Shabat y, por supuesto, yo era siempre la primera en ofrecerme como voluntaria.
Y fue entonces que vi el aviso publicitario. Conocí a estas personas espiritualmente iluminadas, intelectualmente desafiantes y emocionalmente realizadas. Me puse celosa. Tenía muchas preguntas pero ninguna respuesta verdadera. Mientras tanto, todas estas personas estaban conectadas con el tema de la Torá y parecían tener una relación personal y cercana con el D-os único y poderoso.
Hasta ese momento yo creía que Él apenas sabía de mi existencia. Nunca hice muchos esfuerzos por llegar a Él y cuando nos comunicábamos, nuestra relación era sumamente unilateral. Cuando tenía mucha necesidad de algo, me acordaba de Él y le prometía cambiar algunas cosas que estaban mal en mi vida. A cambio, esperaba que me sacara del apuro en el que me encontraba.
Lo interesante es que siempre tomé estos “tratos” muy en serio. Si le hacía una promesa a Di-s, nunca faltaba a ella y Él también mantenía Su parte del convenio. Traté de no hacer demasiadas promesas de este tipo pero cuando las hacía, también las mantenía. Recuerdo un episodio en particular, cuando el auto tuvo un desperfecto y me encontré sola, a altas horas de la noche, en un oscuro callejón de un barrio realmente peligroso del centro de Los Ángeles. Recuerdo haberme sentido totalmente indefensa. De pronto empecé a murmurar el Shemá, algo que no había hecho desde que era niña y que era lo que hacía cuando tenía pesadillas. Y entonces hice una de esas promesas inquebrantables. Prometí que si Él me salvaba de esa situación, nunca volvería a subirme a ese auto. Y nunca más lo hice. Mis amigos pensaban que me había vuelto loca, pero no volví a andar en ese coche.
Pero pasado uno de esos momentos de necesidad, yo prácticamente me olvidaba de Él. Y, como pensaba que era yo quien empezaba nuestros ocasionales compromisos, asumía que Él también se olvidaba de mí.
Como sea y volviendo al aviso comercial, realmente me convenció ver a todas estas personas que parecían estar en tan buenos términos con Él. Pero más que una relación amistosa, lo que realmente quería eran respuestas. Quería entender el significado y el propósito de mi vida y pensé que el mejor sitio para empezar era con Quien me puso aquí.
Acá es donde empieza el período de prueba, sin cargo. Después del aviso comercial no era necesario entrar en ningún tipo de compromiso, ni contratos para firmar, solamente una solicitud para brindar un poco de interés. Y estaba interesada. De modo que llamé al número telefónico gratuito, me presenté, mencioné que habíamos estado en contacto en algunas oportunidades anteriores y dije que me gustaría saber más sobre el Creador. El problema era que llevaba una vida realmente ocupada y que no sabía cómo iba a hacer para hacerle un poco de sitio a Él. Entre mis horarios de trabajo y de estudio, parecía que no iba a tener ni un momento libre.
Fue entonces que empezaron a aparecer esos regalos promocionales. Yo hacía un pedido y YA MISMO llegaba la respuesta. Era como “Aladino y la lámpara maravillosa”. ¿Estaba trabajando mucho? ¿Odiaba mi empleo? Ningún problema. Al día siguiente un amigo me invitó a almorzar y allí precisaban una
camarera. Antes de poder darme cuenta estaba trabajando la mitad de las horas que en mi trabajo anterior y ganando el doble. El nuevo empleo tenía un inconveniente, no podía trabajar en Shabat. El local estaba cerrado en Shabat.
Los regalos seguían llegando. Cuando las clases sobre judaísmo a las que quería asistir coincidían con mis horarios universitarios, los horarios cambiaban. De modo que estaba ganando bien, tenía los fines de semana libres, podía asistir a las cenas que ofrecían las familias locales en Shabat (muy estimadas entre los estudiantes universitarios de Jerusalén) y asistía a la Ieshivá local durante la mañana para estudiar un poco. No estaba mal.
Me empezó a dar miedo. Hacía un pedido, ya fuera en forma verbal o simplemente con el pensamiento y a las veinticuatro horas, más o menos, veía un resultado. Por un tiempo pensé que era muy agradable. Me gustaba recibir milagros diarios. Disponer de una “línea abierta” hacia El de arriba me hacía sentir poderosa. Pero entonces me di cuenta que esto ya no era una relación puramente unilateral. Ok, estaban respetando mi espacio, pero se suponía que yo debía dar algo a cambio.
A estas alturas estaba por terminar mi año académico y tenía algunas decisiones muy importantes que tomar. Sabía que estaba en un momento decisivo de mi vida, pero no estaba segura qué camino iba a tomar.
Era indudable que me había enamorado del judaísmo. Nunca antes me había sentido tan animada o más sintonizada con mi vida y el mundo que me rodeaba.
Aún así, estaba muy lejos de estar preparada para hacer la transición de una vida sin normas ni barreras a una de estructuras. Se acercaba la festividad de Shavuot, que conmemora la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, y me pareció que era una oportunidad para reflexionar y hacer una importante introspección.
Pero, una vez más resultó que mis planes y la realidad no coincidían totalmente. Unos días antes de Shavuot una de mis mejores amigas llegó, de sorpresa, a Israel. Se iba a quedar solamente una semana y quería viajar a Egipto conmigo. No sabía cómo explicarle que, en realidad, yo tenía pensado pasar la noche estudiando y después caminar a lo largo del Muro Occidental mientras amanecía. Ella no lo iba a poder entender y yo no estaba preparada para tratar de explicárselo.
De modo que ahí estaba, en Dahab, Egipto, el día antes de Shavuot. Dahab está en el extremo sur del desierto del Sinaí y es conocida por sus hermosas playas y su ambiente sumamente distendido. Debo admitir que no me llevó mucho tiempo olvidar que no había querido ir. Mientras haraganeaba al sol y disfrutaba de comidas increíbles, Shavuot se iba haciendo un recuerdo lejano. Pero la conversación con una señora me volvió a la realidad.
“¿De dónde vienes?” me preguntó amablemente. Si bien no tenía ganas de iniciar una conversación, le contesté que ese año estaba estudiando en Jerusalén. Para mi gran sorpresa se le iluminó la mirada y me empezó a preguntar sobre el judaísmo. Empecé a compartir mis limitados conocimientos e inmediatamente me encontré describiendo apasionada e intensamente cuán increíble era para mí el judaísmo desde el punto de vista emocional, espiritual e intelectual.
Nos quedamos hablando durante más de cinco horas y, de pronto, se había hecho la noche y seguíamos en la playa. Antes de irse, me preguntó inocentemente si esa noche no se celebraba una festividad judía. El corazón se me detuvo. Era la víspera de Shavuot. Me había olvidado por completo y estaba en Egipto.
Por primera vez en mi vida me di cuenta que me importaba. Me parecía que iba a salir perdiendo. Era como si hubiera recibido una invitación especial para encontrarme con Di-s y simplemente hubiera decidido hacer otra cosa. Hasta donde podía comprender la situación, el daño era irreparable.
Empecé a sentirme sumamente deprimida y como atrapada en ese “balneario”. Con muy pocas ganas fui a cenar con mi amiga y un grupo de otros conocidos. Para mi gran sorpresa me encontré con Mike, compañero de la Universidad Hebrea. Aunque no podríamos describirlo como observante, era bastante espiritual. Se nos unió para la cena y después comentó que tenía que irse. No me podía imaginar qué tenía que hacer en Dahab, de modo que le pregunté.
Me dijo que había venido especialmente a Dahab para Shavuot, ya que es una localidad muy cercana al sitio donde se piensa que está el Monte Sinaí. Pensaba pasar la noche estudiando y me preguntó si quería acompañarlo. No le pude contestar, pero las lágrimas que me empezaron a correr por las mejillas fueron respuesta suficiente. Nos despedimos de nuestros amigos y partimos.
Encontramos una pequeña choza iluminada por la luz de una vela. Mike había traído una Biblia en inglés y hebreo y decidimos leer por turnos. No teníamos idea de lo que estábamos haciendo, pero sentíamos la necesidad de pronunciar alguna bendición. De modo que nos lavamos las manos, tal como habíamos visto que se hacía antes de comer pan, y pronunciamos nuestra propia bendición, “Baruj Atá Hashem ... al HaTorá”.
Cuando la vela empezó a parpadear me di cuenta que ya no era necesaria. Estaba por amanecer y habíamos pasado toda la noche estudiando Torá. Decidí que me iba a quedar en Israel durante el verano para anotarme en un programa de estudios de tiempo completo.
También resolví hablar con mis padres y reparar nuestra relación fracturada. Y decidí que no seguiría viendo el judaísmo y su observancia como algo ajeno, sino que haría todo lo posible para guardar la Torá y sus mandamientos.
Era Shavuot y yo era digna de recibir la Torá. Caminé hacia el océano y pronuncié el Shemá con todo el poder de mi corazón, alma y mente. Sabía que D-os me estaba escuchando, como siempre lo había hecho y siempre lo haría.
Y así fue que mi período de prueba, gratis, llegó a su fin. No iba a haber más reintegros ni devoluciones. Que es precisamente como quería que fuera.
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