Estaba parado entre los vagones del tren, el viento volaba mi cabello mientras veía desfilar rápidamente los campos mejicanos.

Con cada hora que pasaba, las ruedas del tren me alejaban de mis obligaciones, mis cuentas, mi trabajo y la gente que me conocía. Luego de doce horas más en las que mi señora, mis dos hijos y yo bajamos del tren, tomamos un colectivo y viajamos varias horas, cruzamos en bote hacia un lugar en donde nadie nos conocía. Un sitio en el que no recibiríamos llamados telefónicos, ni facturas de electricidad, pues allí no había teléfono ni luz eléctrica. Tampoco había caminos asfaltados en la pequeña aldea en donde estaría nuestro hogar y entonces no tendríamos que cuidar de un automóvil, ni pagar boletas del seguro ni asumiríamos gastos de gasolina. La casa de campo con techo de paja – palapa - en la que vivimos costaba 150 dólares por año. Subsistiría del producto de mis manos, mi machete y me las arreglaría para que lo que logre pescar constituya la mayor parte de nuestra comida.

¡Era libre! Había dejado atrás facturas para pagar, obligaciones, las restricciones de las normas de la sociedad y las expectativas de los demás. ¡Mi tiempo y mi vida me pertenecían!

Hoy, tengo siete hijos. Trabajo entre 12 a 14 horas por día. Poseo menos tiempo que dinero. Mis obligaciones con mi familia, trabajo y la comunidad son mucho mayores que cualquiera de las cosas que dejé detrás cuando abordé el decrépito tren a Méjico. Y sin embargo, existe una sensación de libertad en estas obligaciones que superan los más idílicos días- plenos de sol- que pasaba pescando en una canoa en el Océano Pacífico.

La persona hambrienta no es libre, pues es esclavo de la necesidad de acallar el ruido de su estómago. Durante esos tiempos en Méjico, estaba hambriento de la conexión y de realización que pensé hallaría en ese ambiente primitivo y natural. La libertad y el placer que descubrí eran maravillosos, pero eran sólo una distracción del objetivo que me había propuesto alcanzar. Tarde de noche- sentado en nuestra palapa, los niños acostados en sus camas de bambú, la lámpara de kerosene proyectando su luz sobre la improvisada mesa, iluminando suavemente las frondosas palmeras que rodeaban nuestro hogar- sentía el mismo vacío que me había conducido a Méjico. Y pensé que no debía prestar atención a los pensamientos y sentimientos que se deslizaban sigilosamente en mi conciencia en el silencio de la oscuridad. Sabía perfectamente que el propósito de este viaje no se estaba cumpliendo. Estaba aún languideciendo por encontrarle sentido a la vida.

Mi hambre me había llevado a través de muchas experiencias e investigaciones, mucho estudio y exploración. Era una búsqueda que me hizo marchar desde los picos de las montañas de Oregon a las junglas de Méjico y otros lugares también. Pero sólo logré liberarme de mi hambre cuando llegué a la gris y rutinaria Milwaukee. Pues allí descubrí Jabad y el verdadero judaísmo de la Torá.

Nadie puede ser realmente libre si no conoce quién es en realidad, qué es en verdad lo que desea y qué es lo que debe hacer. No importa cuán fantásticas, románticas, dramáticas o aventureras hayan sido las caretas que usé, eran solamente máscaras y no mi verdadero rostro. Soy un judío conectado a Di-s a través de la Torá y las Mitzvot. Y cuando me convierto en quién realmente soy y cumplo el propósito por el cual fui traído a este mundo, los yugos de las obligaciones mundanas ya no constituyen los rotuladores de si soy libre o no. Son sólo las herramientas con las cuales ejercito mi libertad.

Necesito mi auto para enviar Mishloaj Manot (regalos) en Purim. Debo ganar dinero para dar a mis hijos la educación que necesitan para que se conviertan en amantes de la Torá. El teléfono es vital para mi trabajo y para permitirme comunicar palabras de Torá o para ayudar a algún amigo. La renta que pago (más dólares por semana que los que pagaba en Méjico por un año de alquiler por nuestra palapa) nos provee un hogar lleno de Torá y estudio, con Mitzvot y buenas acciones, calidez y amor que nutren a nuestros hijos dentro de una comunidad y un ambiente que fortifica, sostiene y alienta los valores en los que baso mi vida.

La aventura que buscaba la hallé en la exploración constante en quién soy y quién puedo ser, mientras me esfuerzo más y más en convertirme en el mejor padre, esposo, amigo, judío y jasid que puedo ser.
Hoy, no me duele el alma. Ella se nutre de una conexión con el Todopoderoso y de una sensación de Su Presencia a lo largo del día. Mi hambre se ha calmado, en lugar de sólo distraerse con el movimiento
constante de aventuras y placeres. Mi vida, gracias a Di-s, está plena de propósito, satisfacción y profundo amor de mi familia.

Mis hijos ya no corren descalzos en la arena, sino que caminan bien calzados a través de la vida, con los pies bien firmes en el camino de la Torá y de un estilo de vida que atesora lo más delicado y alto de lo Divino y de las cualidades humanas.

Ya no pesco, tengo poco tiempo para vacaciones, y cargo en mis manos el Talit y los Tefilín en lugar del machete. Estoy unido al yugo de la Torá. Soy un siervo (dentro de mis limitadas mejores habilidades) de la voluntad de Di-s.

Y nunca fui más libre que ahora.