Como la mayoría de las mujeres, amo las flores.
Mis favoritas son una docena o más de recién cortadas rosas rojas. Pero un ramo de cualquier resplandeciente variedad —tanto orquídeas, petunias o aves del paraíso, siempre me hacen sonreír.
Mi esposo conoce esta debilidad mía. La usa para su ventaja cuando quiera desea ganar mi corazón o lograr el perdón por alguno de los actos equivocados por los que son conocidos los esposos.
La otra tarde, cuando mi esposo se estaba dirigiendo hacia la puerta del frente, le recordé su promesa de volver rápidamente a las 7,30. Estaba enseñando en una clase a las 8 en punto y tenía algunos recados que hacer previamente. Le recalqué la necesidad de salir a tiempo y lo urgí a que no apartara la vista de su reloj o se distrajera.
Exactamente a las 7,31 estaba esperando impaciente ante la puerta del frente, buscando con la mirada más allá del edificio nuestra camioneta gris. A las 7,45 caminaba frenéticamente ida y vuelta por el corredor del frente mirando el reloj, y a las 7,53, cuando mi esposo finalmente subía sin prisa por las escaleras del frente, a duras penas me pude contener.
Poniendo un exquisito ramo en mis brazos, anunció que había pasado por un puesto en el que vendían flores especialmente bellas. Orgullosamente explicó que, sabiendo lo mucho que yo amaba las flores, decidió detenerse y se demoró “un poco” en el proceso.
Si no hubiera estado tan apurada, le habría dicho lo que pensaba, y al contrario de la percepción de mi esposo, habría expresado cuan enojada estaba. En cambio, sin palabras, tomé las llaves, arrojé las flores y salí dando un portazo.
Posponiendo mis planes de hacer recados, y pasándome algunas señales de alto por el camino, llegué a mi clase, justo a tiempo.
Tras algunos momentos, me calmé y realmente pude enseñar. Las numerosas participantes eran, como de costumbre, mujeres de una amplia variedad de entornos que exploraban su espiritualidad por vía de la Torá y el Jasidismo.
Cuando la clase concluyó, una estudiante, Diane, preguntó por qué una religión organizada era tan vital. “¿Por qué no sentir a Di-s en nuestros corazones? Después de todo, ¿Para qué necesitamos los hacer y no hacer del judaísmo?”
Pensé por un momento. Repentinamente la analogía me sacudió.
Relaté a las mujeres los acontecimientos de la tarde, antes de mi arribo a la clase. Pregunté si ellas pensaban que estaba justificado mi disgusto con la adquisición de mi marido.
Como hermanas mujeres, estaba segura de su respuesta. Por supuesto pensaban que ese comportamiento era completamente injustificado.
“¿Por qué?” Pregunté. “¿Qué había de malo en él al hacer algo que pensó que me gustaría?”
“Usted le dijo que lo necesitaba en casa a tiempo y el descuidó totalmente eso. Estaba demasiado absorto para comprender su perspectiva, su necesidad de estar a tiempo. Él no lo comprendió” expresó Diane lo que las otras estaban pensando.
“Si, pero el vino tarde por comprarme un regalo. ¿Eso no prueba su amor?” Estaba representando al abogado del diablo.
Diane era insistente. “Es verdad que quiso complacerla. Pero en sus términos y no en los de usted. Estaba descuidando su deseo y necesidad explícitos para hacer algo que él imaginó que usted disfrutaría.”.
Pienso que de eso se trata la Torá” dije. “Di-s nos dice sus términos —qué necesita de nuestra relación. Cierto que podemos pasar por alto sus deseos —y hasta hacer algo maravilloso y benevolente. Hasta podemos tenerLo en mente. Pero finalmente, ¿no es actuar en nuestros propios términos descuidando los Suyos? Puede que no siempre comprendamos Sus necesidades. Pero la Torá es la explícita comunicación de Di-s con nosotros, que nos dice esto es lo que necesito, eso es lo importante para Mí. Esto es lo que pueden hacer para tener una relación conmigo. Quizás no tenga sentido para ustedes. Quizás comprendan, quizás no, pero esto es lo que quiero que hagan”.
Cuando más tarde llegué a casa esa noche, las rosas estaban correctamente ordenadas en un florero de cristal en la mesa de la cocina. Al pie del florero había una pequeña tarjeta.
Era una nota de sinceras disculpas.
Pienso que algunas veces los esposos entienden.
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