Hace pocos días nos habíamos puesto de acuerdo en familia para comenzar a respetar la mitzvá de kashrut. Después de algunos arreglos necesarios, empezamos sin dificultades. Era mucho más sencillo que lo esperado, y el cumplimiento de la dieta no ofrecía inconvenientes.
Sin embargo, el jueves por la tarde se presentó un problema al recibir a través del correo electrónico dos invitaciones simultáneas para el próximo domingo. La primera era para el encendido de las luminarias de Janucá en una plaza pública. La segunda era una fiesta de cumpleaños con asado y fútbol de un ex compañero de estudios universitarios que iba a realizar en su campo, alejado de la ciudad. Evidentemente, nos resultaría imposible estar en los dos lugares al mismo tiempo ni tampoco estar un rato en cada lugar, así que tendríamos que elegir entre el tentador asado y participar del encendido de las luminarias.
"No sabía que comías kasher" -se sorprendió cuando le conté a mi compañero de estudios por teléfono- "yo también soy judío, pero como te imaginarás, no cumplo con esos preceptos. De cualquier modo me gustaría que vinieras. Tal vez puedas hacer una excepción esta vez".
Cuando terminamos de hablar me pregunté porque no le había dicho en forma directa que no iría. Es que realmente aún no estaba decidido. Después de todo, hace pocos días que habíamos empezado con esta mitzvá y, como había dicho mi amigo, pensaba en que tal vez pudiera hacer una excepción esta vez. Más aún, empecé a darme cuenta de las implicancias reales, no previstas, que el cambio traía. ¿Cuan firme debía ser mi voluntad? Era evidente que el cambio no era solamente en relación a la comida sino también en el aspecto social: ¿acaso el cumplimiento de este precepto debía limitar mi relación con la gente?
Como no estaba resuelto, lo único que pude hacer en ese momento fue esquivar el tema, tratando de olvidarlo, sobre todo porque todavía tenía tiempo para decidir. Mientras tanto, el viernes por la noche asistimos en familia al Kabalat Shabat y el sábado al servicio de rezos.
Lo que sigue en este relato no puedo explicarlo de modo racional, pero lo cierto es que al finalizar el Shabat sentí un `clic´ repentino. De todas las Tefilot que había leído, una de ellas quedó grabada en mi mente; una que comienza con las palabras "Confía en Di-s...". Y a partir de allí, inexplicablemente, se aclaró mi visión en relación a este asunto. Mi confianza se afianzó y mi balanza personal se inclinó hacia el lado correcto.
El sábado por la noche, después de Shabat, llamé a mi amigo para felicitarlo por su cumpleaños, y sin dar excusas le avisé que lamentaba no concurrir. "Ok, no hay problema, te entiendo" -me dijo de modo tranquilizador- "Cualquier día de estos nos podemos encontrar y me contás como es eso de comer kasher". ¡Sorpresa!: no solo no se había molestado, sino que también estaba interesado en conocer sobre kashrut.
Sin duda, yo ya estaba mucho más animado en relación a mi elección aunque, para ser sinceros, me había quedado con las `ganas´ de comer aquel asado.
Así, el domingo por la tarde fuimos con mi esposa al encendido de las luminarias. Durante un breve descanso en la actividad, me senté junto a un amigo del templo. "¿Te avisaron?" – Me preguntó sonriendo – "el Rav nos invita mañana a comer un asado", y mi rostro de pronto se iluminó.
Podemos llamarlo casualidad, podemos llamarlo pequeño milagro, o podemos llamarlo como se quiera, pero les aseguro que el placer de compartir esa inesperada comida kasher junto a otras personas que también iniciaron su acercamiento a nuestras raíces sobrepasó en mucho al de cualquier otra que recuerde. `¡Confía!´, dice la Tefilá. En algún momento, inesperadamente, la recompensa también llega.
Únete a la charla