Los Diez Mandamientos son repetidos en la Torá como parte del repaso de Moisés de los 40 años que los israelitas estuvieron en el desierto. Moisés describe como Di-s dijo estas palabras con “una voz poderosa que no termina” (Deuteronomio 5:19). Una de las explicaciones dadas por Rashi es que Moisés está comparando la voz de Di-s con las voces humanas. La voz finita de los seres humanos, aun de un Pavarotti, se desvanece y desfallece. No sigue para siempre. Pero la voz del Todopoderoso no termina, no se debilita. Continúa fuerte.

¿Es todo lo que el gran profeta tiene para enseñarnos acerca de la voz de Di-s? ¿Qué fue un poderoso barítono? ¿Qué resonaba? ¿Es la grandeza del Infinito que no sufre de falta de respiración, que no necesita inhalaciones de Ventolin? ¿Es esta una significativa motivación para que los judíos acepten la Torá?

Moisés fue el más grande de todos los profetas. El vio lo que ningún otro profeta pudo ver. Quizás vio gente atrapada por la civilización de la antigua Grecia, por la belleza, cultura, filosofía y arte de la época. Y ellos se preguntarían, ¿es aun relevante la Torá?

Quizás vio a los judíos poderosos por la Revolución Industrial, y que podrían haber pensado que la Torá es algo del pasado. O quizás durante la Revolución Rusa, en que consideraban a la Torá y a la religión como positivamente primitivas.

Quizás Moisés vio nuestra propia generación, con sus satélites y transbordadores espaciales, televisión y tecnología. Y vio a los jóvenes preguntándose si la Torá aun les habla.

Y por ello Moisés nos dice que la voz que resonó de Sinaí no era una voz ordinaria. La voz que proclamó los Diez Mandamientos, no sólo fue una voz poderosa en esa época, sino que “no terminó”. Aun suena, aun resuena, aun le habla a cada uno de nosotros en cada generación y en todas partes del mundo.

Las revoluciones van y vienen pero la revelación es eterna. La voz de Sinaí continúa proclamando verdades eternas que nunca se transforman en pasado o irrelevantes. Honra a Tus Padres, respétalos, cuídalos en la ancianidad en lugar de abandonarlos en algún decrépito geriátrico. Vivan vidas morales; no estropeen el sagrado carácter de la vida familiar, sean sensibles a las necesidades y sentimientos de los otros. Dediquen un día cada semana y hagan santo ese día. Déle la espalda a la carrera de ratas y redescubra su humanidad y a sus hijos. No sea culpable de codicia, envidia, deshonestidad o corrupción.

¿Tienen fecha esas ideas y valores? ¿Esos mandamientos están agotados, son viejos o irrelevantes? Por el contrario. Ellos nos hablan quizás como nunca antes. La voz Divina no ha perdido nada de su fuerza, nada de su majestad. La voz mortal del hombre declina y cae en el olvido. Los políticos y doctores confusos vienen y van, pero el sonido celestial reverbera a través del tiempo.

La Torá es verdad y la verdad es eterna. La voz de Di-s nunca se acallará.