Consideremos una semilla. Se planta en la tierra. La semilla posee sabor limitado y ningún olor. Es de forma redondeada y simple, no posee interés visual, y es bastante plana en todo los aspectos. Sin embargo, esta semilla evoluciona en un bonito árbol de palmera o en un cedro majestuoso. O arroja árboles de fruta con fruta colorida y de sabor exquisito, a veces de apariencia exótica.

¿Dónde estaba esa explosión de belleza, color y sabor antes de que la semilla se transformara en fruta? Obviamente que dentro de las disposiciones exteriores aparentemente simples y llanas de la semilla, reside un potencial enorme- que va mucho más allá de la explicación molecular. La semilla aloja la forma espiritual de las cosas que vendrán.

Pero la semilla no puede rendir la prosperidad de su tesoro potencial hasta que se plante en la tierra. La tierra posee el poder para catalizar la semilla en actividad febril, obligándola a que se desprenda de su cáscara exterior, aparentemente autodestruyéndose, y transmutándose en la nueva planta y árbol.

La Cábala describe a la semilla como "masculina," y a la tierra como "femenina". La metáfora se desprende de la "semilla" y "tierra" humanas -en sí una metáfora. La semilla masculina posee el potencial de la forma humana. Pero sin la nutrición femenina del útero, el poder de la semilla queda inactivo—en estado potencial. Es el útero hembra que tiene el poder de sacar la inmensa complejidad del ser humano, fuera de la simplicidad aparente de una gota microscópica.

En términos cabalísticos más profundos, las seiscientas veinte Mitzvot (613 mitzvot de la Torá escrita y otras siete de promulgaciones proféticas rabínicas) son los "los pilares de luz" masculinos -las emanaciones—del nivel de Keter (Corona). Estas emanaciones se conectan con la tierra en el "pilar" más bajo de Maljut ( Realeza) que actúan como la "tierra" al flujo de 620 "semillas". A través de nuestro cumplimiento físico de las mitzvot, proporcionamos a la tierra el poder de sacar el borbotón de crecimiento de esta semilla.

Esto se describe en Jasidut como "la verdad dentro de Iaacob". Iaacob es la semilla tal como se planta en la tierra viviente, e Israel es la flor que florece.


Ejercicio de Meditación: Mire la naturaleza a su alrededor. Empiece a despojarla de su dimensión de tiempo y espacio. Haga esto enviando el objeto de su observación en el tiempo, a su juventud, a su niñez, a su nacimiento, a su concepción. En el caso de una planta, llévela a su estado de semilla. En el caso de un edificio, vuélvalo al tablero de dibujo original. Y vaya más allá. Permítase reducir a la planta a su estado potencial dentro del árbol- padre, y el dibujo arquitectónico al estado de concepto. Comprenda que este proceso es verdad para todo. A través de este enfoque podrá vivir todos los días en un estado de asombro y de profunda apreciación, debido a su estado de conocimiento consciente y respeto por la naturaleza de la Creación.