No hace mucho, mi esposo y yo plantamos un árbol. Lo regamos y lo proveímos de luz y sustento. Soñamos con el día en el que llegaría a la madurez y se elevaría por encima de nosotros. Pero mientras nutríamos nuestra cosecha y la veíamos crecer, ocurrió lo inesperado. Nosotros también comenzamos a desarrollarnos y florecer.

Ese árbol es nuestro hijo de tres años. Y así como la ley judía requiere que un granjero deje sin cosechar a un árbol recientemente plantado durante los primeros tres años como un regalo a Di-s, dejamos intocado el cabello de nuestro hijo.

Recientemente celebramos su upsherin, en el que cortamos por primera vez su cabello. A pesar que anhelaba el día en que no tendría que luchar con sus rebeldes rizos, llegué reluctante al acontecimiento. Un upsherin, que en Yiddish significa "cortar", marca el comienzo de la educación judía formal del niño. Pero también marca el fin de su primera infancia.

Cuando mi esposo me contó por primera vez acerca de la costumbre de su familia, exhibí miríadas de argumentos. Quería un bebé con apariencia de querubín, con el pelo correctamente cortado y no tenía tiempo para ordenar un cabello enredado. Aparte, la costumbre chocaba con mi sensibilidad moderna. Tales tradiciones son más apropiadas para judíos ultra ortodoxos en fuertemente aisladas comunidades donde todos se adhieren a una rama rígida del judaísmo. ¿Cómo explicaría su apariencia? Todos lo confundirían con una niña.

Pero también estaba asombrada de que la tradición hubiera pasado por generaciones en la familia de mi esposo. Es una alegre expresión de fe que conecta a sus ancestros con sus descendientes de manera significativa. Vivir judaicamente, me di cuenta, es más que seguir una serie de harás y no harás. Es una forma de vida a la que podemos enriquecer más y hacer más satisfactoria a través de actos espontáneos que hacen a nuestra religión algo vivo. Decidí que continuar la tradición debía preceder a mis propias preferencias.

El origen del upsherin está en un versículo de la Torá que compara al hombre con un árbol. Así como un árbol surge de una pequeña semilla para crecer alto y dar frutos, así también un pequeño niño crece en conocimiento y da el fruto de sus buenos actos. Por lo tanto, así como la Torá requiere que un árbol frutal recientemente plantado crezca sin ser cosechado durante tres años y ofrecer los frutos a Di-s, la tradición dice que se debe dejar sin cortar el cabello de un niño.

La edad de tres años también señala un momento crucial en el desarrollo intelectual de un niño. En los primeros meses de la vida de mi hijo, vi pocos frutos o manifestaciones tangibles de los esfuerzos por criar a mi hijo. Ahora, sin embargo, veo la cosecha de santidad y las recompensas de su educación. Participa activamente en los rituales religiosos, recitando las bendiciones y plegarias con suficiente fervor como para inspirar a un ateo.

Pero su larga melena es algo a lo que estábamos acostumbrados. Se rehusaba a usar una cola de caballo o un sombrero, así que no podía ocultar su creciente masa de rizos. Mientras paseaba por la ciudad con mi hippie, todos comentaban acerca de mi hermosa niña. Mis amigos modernos y no ortodoxos estaban asomb6rados que alguien como yo mantuviera esa tradición del "viejo mundo".

Con el tiempo, a medida que mi hijo crecía más alto y su cabello más largo, la tradición crecía en mí. La encontraba hermosa y significativa y la adoptaba como propia. Cuando explicaba la costumbre a otros, la mayoría la encontraba tan adorable como yo. Si no les aseguraba que el comienzo con largos cabellos en la cabeza de mi hijo, le evitaría una rebelión de pelo largo en la adolescencia. Cuando los extraños elogiaban a mi hija, les agradecía y les demostraba la verdad cambiando su pañal allí mismo.

Pronto descubrí que no era la única madre fuera de Borough Park cuyo hijo parecía un Niño Flor. Numerosas familias ortodoxas modernas han adoptado la costumbre en los últimos años y han encontrado formas creativas para celebrarlo. Algunos viajan a Tzfat para cortar el pelo ante la tumba de Rabí Shimon Bar Iojai. Otros llevan al niño a una ieshivá donde el niño es obsequiado con una serenata de versículos bíblicos.

Planear el upsherin de mi hijo era intimidante porque nunca había asistido a uno. Afortunadamente, tengo un amigo de Lubavitch, Zalman Shmotkin, que me explicó los detalles. Nos dio una colección de hermosas ideas y nosotros las adaptamos para reflejar nuestras personalidades. Aprendimos que es preferible llevar a cabo el upsherin en un lugar santo y que una persona justa cortara el pelo. Por lo que lo hicimos en nuestra sinagoga y le dimos el primer mechón a un rabino al que admiramos. También es costumbre que el niño sumerja los dedos en miel y los ponga sobre letras hebreas, para traer a casa la dulzura del estudio. En lugar de esto trajimos chupetines con forma de Torá, una torta con una pequeña Torá arriba y un músico que interpretaba música hebrea.

Nuestro rabino habló elocuentemente, pero mi hijo, vestido con pantalones a cuadros y un chaleco haciendo juego, se robó el show. Se paró en una silla y cantó Torá Tziva Lanu Moshe con tanto entusiasmo como un hombre en un comercial de cerveza. Entonces llegó el momento del corte de pelo. Nuestro rabino hizo el primer corte en el lugar preciso, anunció, donde un día mi hijo colocará sus tefilín. Mantuve mis ojos cerrados, esperando escuchar los mismos gritos que oí en su bris (circuncisión), que me parecía que había sido ayer. Pero cuando miré, él estaba sonriendo. Los únicos ojos con lágrimas eran los míos.

Cuando tijereteamos su apariencia de bebé, simbólicamente separé a mi hijo de mi cordón umbilical y lo empujé hacia la adultez. Miré mientras las tijeras pasaban desde nuestro rabino a nuestros parientes y amigos y sentí que mi hijo se trasladaba desde la seguridad de mi vientre hacia una comunidad más grande.

Cuando todo terminó, hicimos una rueda alrededor de mi hijo y bailamos. Él estaba entusiasmado con su nuevo peinado, que fue terminado por un peluquero profesional. Mirándose en el espejo proclamó "¡Soy un hombre!"

La mayoría de los padres guardan el pelo para la posteridad. Nosotros lo dimos para una causa mejor. A la mañana siguiente del upsherin, envié los rizos dorados de mi hijo a Locks for Love, una organización que hace pelucas para niños que perdieron el pelo por el cáncer. Fue inspirador el saber que alguien más se beneficiaría del upsherin de mi hijo.

Durante los días siguientes miraba a mi hijo, quien repentinamente se veía mayor. Mi bebé se había ido, siendo reemplazado por un niño. Juré saborear esta nueva etapa recordando sus travesuras y capturándolo con la cámara. Pero preví el futuro: menos besos, tomar la mano y cuentos antes de dormir.

Eventualmente el querrá plantar su propio jardín y se irá de nuestra casa a la suya propia. La paz y tranquilidad que yo ansiaba cuando el nació retornará más rápidamente que lo que pensaba. A veces deseo que el hombre sea más como un árbol, sin cambios y arraigado en el tiempo y lugar por siglos. Pero se que no es nuestra vocación. A medida que crecemos, nos trasladamos fuera de nuestras raíces a nuevos hogares, amistades y carreras. Nos esforzamos por dejar nuestra marca en el mundo, pero a medida que cambian las estaciones, nuestras obras son olvidadas. Muchos de nuestros logros son tan efímeros y temporarios como las hojas que florecen en primavera y caen en otoño.

Pero me reconforta saber las pequeñas cosas que podemos hacer y que son duraderas: Podemos plantar un árbol. Podemos crear recuerdos felices. Podemos pasar a nuestros hijos una hermosa costumbre. Ese es, después de todo, el regalo final que podemos dar a nuestros descendientes.

Algún día, espero, cuando las ramas de mi hijo se extiendan para formar nuevas semillas, se lo diga por lo menos a sus hijos.