En nuestra Parshá1 la Torá ordena, con lujo de detalles, sobre la necesidad de levantar "ciudades de refugio" donde pudiera escapar quien inconscientemente causó la muerte de una persona. En estas ciudades, el asesino no premeditado, debe residir hasta que fallezca el Sumo Sacerdote, protegido del vengador de la sangre de la víctima.
La Torá es eterna
No sólo quien causó una muerte no intencional se salvaba a través de las ciudades de refugio, sino también el asesino premeditado. Dijeron nuestros Sabios Z"L2: "tanto el asesino no intencional como el intencional primero van a la ciudad de refugio". Es decir, que todos se escapaban- ante todo- a la ciudad de refugio, ahí estaban protegidos del Vengador de la sangre. Luego, el Tribunal procedía a llevar de ahí al homicida para juzgarlo. Resulta entonces, que la ciudad de refugio protegía (aunque sea temporalmente) incluso al asesino intencional.
A partir de la destrucción del Sagrado Templo y de la expulsión del pueblo judío de la Tierra de Israel, dejaron de existir las ciudades de refugio. Sin embargo, siendo que la Torá es eterna y todas sus instrucciones son eternas y vigentes en todo lugar y momento, también el sentido espiritual de las ciudades de refugio perdura en el tiempo, sólo que en la actualidad adquiere una forma diferente.
El arrepentimiento ayuda
Nuestros Sabios3 enseñan que "las palabras de la Torá dan refugio", es decir, son una especie de ciudad de refugio para el homicida (espiritual)
Todo aquel que peca es considerado "homicida espiritual", puesto que genera a su alma cierta muerte espiritual. Las Mitzvot, los preceptos, son las "cuerdas" de vida del alma, mientras que las transgresiones la hieren y desprenden esos cordones de vida.
Nos dice la Torá que incluso quien "asesinó", pecó tanto hasta que desconectó su alma de su fuente de vida, Hashem, sin embargo le ofrece un "refugio": si se arrepentirá totalmente ("Teshuvá Shelemá") y se apegará a la Torá, podrá salvarse.
En este aspecto hay una ventaja hoy en día en comparación a la época en la que estaba el Sagrado Templo. En la época del Bet Hamikdash no le era suficiente al pecador expiar sus transgresiones solamente a través del arrepentimiento. Quien cometió un homicidio no intencional debía mudarse a la ciudad de refugio hasta la muerte del Sumo Sacerdote. Y a quien asesinó premeditadamente, cumpliéndose todos los requisitos como para sentenciarlo a muerte, se le aplicaba la pena capital. Mientras que hoy en día una Teshuvá verdadera ayuda incluso para el pecado más grave.
El mes de refugio
El "Nodá BiYehudá" explica en una de sus responsas4 el motivo de esta diferencia: en la época del Sagrado Templo, cuando muchos de los castigos estaban en manos del Tribunal terrenal, el arrepentimiento no podía anular una pena del Tribunal debido a que "el juez posee sólo lo que ven sus ojos", y por ende no puede saber si el hombre se arrepintió y hasta qué punto su Teshuvá es seria. Pero una vez que quedó abolida la pena capital a manos de un tribunal terrenal, y quedaron sólo los castigos que son aplicados desde el Cielo, resulta entonces que frente a Hashem, está abierto y sabido también todo lo que ocurre en el corazón del hombre, y por ende si se arrepiente de sus pecados con una Teshuvá completa, su comportamiento le vale frente a Hashem incluso para la trasgresión más grave.
De la misma manera como la Torá es una ciudad de refugio que salva del pecado, así también hay en el tiempo un período especialmente apropiado para el arrepentimiento, y es que en el mes de Elul (al que estamos ingresando la semana entrante). Como se aprende del versículo5 que trata sobre la ciudad de refugio y forma- con la primera letra hebrea de las palabras "lo puso al alcance de su mano y te daré (un lugar para escapar de ahí)" la palabra Elul, indicando que este mes es la ciudad de refugio de todos los pecados en los que uno puede haber incurrido durante el año que culmina. Hay que "escapar" a lo profundo de Elul, y "radicarse" ahí – en su conducta especial de Teshuvá, Tefilá, Torá y Mitzvot (especialmente Tzedaká), y entonces estamos asegurados que nos haremos meritorios de un año bueno y dulce.
(Likutei Sijot tomo II Pág., 625)
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