Los recaudadores de tzedaká de puerta en puerta son una visión común en la mayoría de los vecindarios judíos. Tanto representantes de instituciones de caridad como recaudadores para sus propias necesidades, son tradicionalmente bienvenidos en la casa, reciben una palabra amistosa y una donación, y luego continúan su camino. Nuestra tribu disfruta una reputación de corazones y billeteras abiertos, y es una cuestión de orgullo que cuidamos como propio.
Cuando éramos niños peleábamos por llegar primeros a la puerta para recibir a los meshulajim (recaudadores). Mi familia daba su donación y luego era nuestro turno. Entregábamos uno o dos dólares y nos daban un recibo. Los meshulajim nunca parecían pensar en una imposición, divertidos o perplejos por la seriedad con que tratábamos la transacción. Conservo mi colección de recibos en el primer cajón y vívidamente recuerdo el haber comparado y contrastado los diferentes tipos de recibos con que las diversas instituciones equipaban a sus representantes en sus viajes.
Obviamente mis padres esperaban instilar en nosotros la comprensión de que dar tzedaká es un privilegio, no una carga, y que el pobre hombre que golpea a tu puerta es un huésped bienvenido y no una molestia.
Hay un Midrash fascinante en la sección de esta semana de la Torá que se ocupa de este punto. La construcción del Tabernáculo fue financiada por las generosas donaciones de todos los judíos en el desierto. Hombres, mujeres y niños se pusieron en fila, ansiosos por contribuir para la causa. Difícilmente uno se puede imaginar que la donación de los niños era de mucha importancia para un proyecto tan grande como el del Tabernáculo. En efecto, la Torá relata que poco tiempo después de su primer pedido de fondos, Moisés se vio obligado a cerrar las puertas, abrumado por la espontánea generosidad de su pueblo. Claramente ellos animaron a los niños para que contribuyeran por motivos educativos más que por necesidad.
El Tabernáculo era la casa de Di-s, un lugar para que Di-s morara. Todos compartimos la habilidad y responsabilidad de cambiar al mundo, trayendo lo Divino a nuestras vidas. Si esperan demasiado en entrenar a sus hijos para que hagan su contribución para la sociedad, pueden darse cuenta que es demasiado tarde. Dando la bienvenida y alentando a los niños a que den de lo suyo para la causa común, ayudamos a que crezcan como ciudadanos plenos, con una valorización de sus dones y disposición para compartir.
Si podemos criar a nuestros jóvenes con esta amplitud de visión y generosidad de espíritu, pronto mereceremos ser convocados para el proyector de construcción máximo: el tercer y definitivo Templo de Jerusalén.
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