Cierta vez, un rabino le encargó al sastre de su ciudad un par de pantalones nuevos. El tiempo pasaba y el sastre no cumplía con el plazo de entrega, una y otra vez. Finalmente, meses después de la fecha acordada, los pantalones estuvieron listos.

Si bien estaban perfectamente confeccionados, el rabino aún estaba molesto por el retraso y decidió hacer mención a ello, gentilmente. “Explíqueme una cosa, por favor. A Di-s, le llevó nada más que seis días crear el Universo, y ¿ usted se tomó casi seis meses para hacer un solo par de pantalones?”.

“Ah, -respondió el sastre-, pero ¿cómo puede comparar? Fíjese qué desastre hizo Di-s... y mire usted ¡qué hermoso par de pantalones le entrego!”.

Ser judío, a veces, es reclamarle a Di-s y estar convencido secretamente de que tú -dada la oportunidad- hubieras hecho un mejor trabajo.

Aquí esta mi pregunta para Di-s. En la parashá de esta semana, comenzamos con la elección inmortal: “Vean, pongo frente a ustedes, hoy, la bendición y la maldición”. Es decir, el bien contra el mal, la vida contra la muerte. Mi queja: No me des la elección, no crees el mal. Tú relájate, déjanos relajarnos y estaremos todos felices.

El gran maestro jasídico Rabi Levi Itzjak de Berdichev tenía una queja paralela: “Di-s, no es justo. Para que un judío se confronte con el mal, solo tiene que caminar por una calle importante, y descubrirá tentaciones por doquier, dispuestas llamativamente en las más atractivas formas posibles. Para intimidarlo a ser derecho y correcto, tendrás que llevarlo a un libro viejo y polvoriento en el que se detallan desgarradoras descripciones de las penas del infierno...

“Te prometo, Di-s, que si pusieras las visiones y sonidos del Gehinom a la vista de todos y enterrases las tentaciones mundanas en una choza vieja, nadie nunca pecaría. ¡Es todo tu culpa!”.

Hace algunos años, una de esas chispas brillantes que empleamos para sentarnos en el Departamento de Educación y emitir directivas divertidas vino con una astucia excepcional: de ahora en más, no se marcarán los puntos durante el arbitraje de los encuentros deportivos de los niños. Perder, competir y todos esos vicios desagradables van en contra de la última corrección política puesta de manifiesto.

Recuerdo haber discutido en aquel momento que si eran serios en la iniciativa, debían abandonar los puestos de gol (que estimulan un comportamiento egoísta y de corto plazo) y pensar, a partir de una conclusión lógica, que todos los niños estén en el mismo equipo.

El único problema era que los niños no compraron la idea.

Los deportes, por definición, son competitivos. Sin un método para marcar el puntaje, sin un ganador y un perdedor, el juego se vuelve inútil.

Lo mismo pasa con la vida.

Di-s podía haber creado todos los ángeles que hubiera querido comportándose así de manera ejemplar y otorgando las más altas calificaciones cada vez. En lugar de eso, nos creó a nosotros. Nosotros aspiramos, tratamos. A veces ganamos, a veces perdemos.

Cuando lo hacemos bien, avanzamos en el tablero algunas casillas. Equivócate y te encontrarás al final de un tobogán buscando una escalera para subir de vuelta.

Las recompensas de la vida se predicen en nuestra conquista sobre el mal. Para que cambiemos y crezcamos, necesitamos un oponente con quien luchar y a quien derrotar, finalmente.

En el gran juego llamado vida, el mal representa los peones negros, que se acercan a ti. Véncelos, llega al extremo del tablero y serás coronado como Reina.