Saúl se preguntaba cada mañana cuál era la misión de su vida. Después de unos días D-os le contesta: ¿Ves esta montaña en frente de tu casa? Debes empujarla cada mañana durante una hora.
Feliz de la vida, se levantó con entusiasmo la mañana siguiente y se puso a empujar la montaña. Así hizo cada mañana durante un mes. Al cumplirse un mes se puso a pensar ¡Qué estupidez! ¿Cómo era posible mover la montaña, empujándola? ¿Acaso D-os se estaba burlando de él?
En su desesperación se dirige a D-os y le dice: ¿Para qué sirve lo que me mandaste hacer? ¡Es totalmente inútil! Me siento como un estúpido haciendo una tarea que está destinada al fracaso. Es imposible mover la montaña, empujándola.
Y ¿quién dijo que el objetivo era mover la montaña? contestó D-os.
¿Cuál era el objetivo, entonces?
Mira tus músculos, respondió D-os. ¿Son iguales ahora que hace un mes? Ese es el resultado que tenía en mente.
* * *
Muchos se preguntan: Si D-os realmente existe, ¿por qué no se comunica conmigo? ¿Por qué no lo veo?
En la lectura bíblica de esta semana, Vaierá1 , la Torá nos cuenta como D-os le apareció a Avraham al tercer día luego de haberse circuncidado.
Relatan que el quinto Rebe de Jabad, Rabí Shalom DovBer, cuando era un niño de 4 - 5 años, entró a ver al Rebe de aquel entonces, su abuelo, el Tzémaj Tzédek, para recibir su bendición en ocasión de su cumpleaños y estalló en un llanto.
“¿Por qué lloras?” preguntó el Rebe.
“Me enseñaron en el Jéider que D-os le habló a Avraham. ¿Por qué no habla conmigo?” respondió el niño con lágrimas.
El Rebe lo escuchó y le dijo: “Cuando un Tzadik a los 99 años decide que debe circuncidarse merece que D-os se le aparezca.”
¿Qué quiere decir esto? Y ¿Cómo lo podemos aplicar en nuestras vidas personales?
He aquí una explicación posible.
Hay dos maneras de aproximarse a la vida: 1) desde nuestra perspectiva personal y subjetiva; 2) desde una perspectiva libre de las distorsiones de nuestra subjetividad.
No es fácil liberarnos de los “lentes” que estamos acostumbrados a utilizar para ver e interpretar al mundo que nos rodea. Todos tenemos una versión de nuestra “historia” personal que adquirimos de chico y de la cual nos apropiamos. Esa “historia” nos tiñe todo lo que vemos y nos hace creer que las cosas son como las entendemos. Al conscientizarnos que nuestra “historia” personal es algo adquirido y no es necesariamente ni real ni propia, estaremos en condiciones más libres y abiertas para ver la realidad por lo que realmente es.
El mero hecho de que a los noventa y nueve años Avraham consideró que todavía no está perfecto y que tenía que sacarse lo que le sobra y afecta la percepción de la realidad, fue lo que lo habilitó para ser sensible a escuchar la voz de D-os hablándole.
Lo mismo pasa con nosotros. Si nos aferramos a nuestra forma cómoda (aunque sea errónea) de ver las cosas, difícilmente estaremos en condiciones de ver algo más allá de lo que esa visión nos permita. Para poder lograr nuestra verdadera libertad personal tenemos que estar dispuestos a sacarnos los “lentes” cómodos y aceptar la realidad por lo que realmente es y trabajar a partir de ahí.
El elefante
Llegó el circo a la ciudad. Toda la población vino a ver a los animales exóticos. Daniel, un hombre muy observador, se preguntó cómo era que ese gran elefante lo ataban a una pequeña estaca. ¿Acaso no podía arrancar la estaca y escaparse?
El cuidador del elefante le reveló el secreto. Cuando el elefante recién nació lo ataron a la estaca. Durante días intentó escaparse pero no pudo hasta que finalmente se dio por vencido y entendió que “no se puede liberar de la estaca”. Nunca más se cuestionó sobre esa realidad, recordando que “no puede”.
¿Cuántos de nosotros somos como ese elefante? Pensamos que no podemos lograr algo porque así nos acostumbramos a pensar desde chico. Al estar dispuestos a desafiar nuestra forma de ver las cosas, estaremos en condiciones de ver las cosas de otra manera, hasta poder ver y escuchar la presencia de D-os mismo.
Adorando el polvo de los pies
La Torá no sigue contando que Avraham levantó la vista y vio en la distancia tres ángeles, disfrazados de árabes. Le dijo a D-os que esperara2 y salió corriendo para invitarlos a que vengan a su tienda a descansar y refrescarse. “Tomen un poco de agua, laven sus pies y descansen debajo del árbol,” les dijo.
¿Cuál fue la importancia de lavar los pies antes de entrar a su domicilio?
Explican nuestros sabios que dado que los árabes solían adorar el polvo de sus pies, Avraham, pensando que eran árabes, no quería permitir que entren a su casa con su idolatría.
Hay que entender: ¿Qué sentido tenía adorar el polvo de los pies?
Una explicación es que adoraban al polvo de los pies simplemente porque fue generado por ellos mismos. O sea, tanta importancia se dieron a sí mismos hasta el punto que cualquier cosa generada por ellos, aunque fuera nada más que el polvo de los pies, merecía su adoración.
Puede parecer algo exagerado, pero si lo pensamos bien, ¿cuántos de nosotros hacemos algo parecido? Nos damos tanta importancia a nosotros mismos, nos colocamos en el centro de la existencia, hasta el punto que a cualquier opinión o perspectiva generada por nosotros le damos una importancia inapelable.
Siempre me preguntaba: cuando dos personas discuten y una gana la discusión, generalmente la que gana está contenta y la que pierde está triste. ¿No debería ser al revés, ya que el que ganó la discusión no ganó nada nuevo; ya sabía lo que sabe. En cambio el que perdió la discusión ¡ganó conocimiento!?
En realidad depende de la persona. Hay quienes discuten porque quieren ganar y hay quienes discuten porque creen en la verdad de su posición. El que quiere ganar no celebrará el haber perdido el argumento y ganado conocimiento, ya que no era ese su objetivo. En cambio el que busca la verdad y discute porque cree que la tiene, estaría más que feliz al perder la discusión y ganar conocimiento nuevo.
Los prototipos de ambas posturas son justamente Avraham y los árabes de su época. Avraham, aun después de una trayectoria de servicio de casi un siglo, estaba dispuesto a despojarse de lo que no servía, a diferencia de los árabes que tanto se aferraban a su propia importancia hasta que adoraban el polvo acumulado en sus pies.
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