Hay muchas presiones para que un padre ajuste la educación de sus hijos a las modalidades prevalecientes en el mundo secular. Si resiste estas presiones y le da a su hijo una educación con un contenido judío significativo, es probable que se sienta satisfecho de haber cumplido su obligación de velar por que su hijo aprendiese la Torá. 

Puede tener la acuciante duda en el fondo de que quizás se pudo haber dado una mejor educación sobre la Torá, pero en Rosh Hashaná se sentirá bastante justificado de no preocuparse por ello, ya que cada minuto de Rosh Hashaná es precioso.

Y sucede que la haftarah de Jana, leída en Rosh Hashaná, responde a este reclamo. La haftorah relata la historia de los esfuerzos de Jana para tener un hijo, y su dolor al ser estéril mientras que la otra esposa Peninna sí daba fruto, hasta que finalmente ella tuvo un hijo. 

Jana, recordaremos, santificó a su hijo totalmente a D-os. Peninna, sin embargo, también le dio a sus hijos una educación de acuerdo con la Torá, como vemos, ya que los llevó con ella a Shiloh. Lo que hizo Jana entonces fue no solamente darle una educación de acuerdo con la Torá a su hijo, sino darle la mejor que hubiese disponible.

Podemos identificar lo anterior como el concepto fundamental de la haftarah: una persona no puede descansar hasta que le haya dado a un niño judío la mejor educación conforme a la Torá. El hecho de que leamos la haftarah aún antes de que hagamos sonar el shofar demuestra la prioridad de la educación-ningún momento es demasiado precioso como para no dedicárselo.

¿Merece la educación de un solo hijo tal énfasis?

Esto también es respondido en la haftarah: el niño creció y llegó a ser el profeta Shmuel. Él fue el que ungió al Rey David, iniciando así la línea real de la que vendrá el Mashiaj y por lo tanto la redención final.

 

(Sija del 6 de Tishrei 5737)