La primera vez que escuché hablar de Sammy Rosenbaum fue en 1965, cuando la señora Rawicz, de Rabka, se presentó en mi oficina en Viena para brindar testimonio en el juicio por crímenes de guerra.

La Sra. Rawicz recordaba a Sammy Rosenbaum como “un niño frágil, de carita delgada y grandes ojos oscuros, que parecía ser mucho mayor de la edad que tenía, como muchos otros niños que se enfrentaban demasiado tempranamente a la vida”. Sammy tenía nueve años en 1939 cuando los alemanes entraron en Rabka y convirtieron la vida en una pesadilla.

El padre de Sammy era un sastre que vivía en una casa vieja, en dos cuartos con olor a rancio junto a una pequeña cocina. Pero era una familia feliz y religiosa. Cada viernes de noche, después que su madre y hermana encendían las velas de Shabat, Sammy iba con su padre a la sinagoga.

En 1940 la SS estableció un centro de entrenamiento en lo que habían sido los barracones del ejército polaco, cerca de Rabka. En la primera fase de la guerra los pelotones de la SS fusilaban a sus víctimas; cincuenta, cien, incluso ciento cincuenta personas por día.

En Rabka se iba endureciendo a los integrantes de la SS para insensibilizarlos ante la sangre, a los gritos de las mujeres y niños. El trabajo tenía que ser llevado a cabo con el mínimo de alboroto y el máximo de eficiencia. Eran las órdenes del “Führer”, el “Führerbefehl”.

El comandante de la unidad era el “Untersturmführer” de la SS, Wilhelm Rosenbaum de Hamburgo. Cínico y brutal, siempre llevaba una fusta en la mano. “Su mera presencia nos infundía temor”, recordaba la mujer de Rabka.

A principios de 1942, el SS Rosenbaum ordenó que todos los judíos de Rabka se presentaran en la escuela local para “registrarse”. Los enfermos y los viejos iban a ser deportados, los otros trabajarían para la “Wehrmacht”.

Cuando la revisación estaba por terminar llegó el “Führer” de la SS Rosenbaum, acompañado de dos lugartenientes, Hermann Oder y Walter Proch. El “Führer” de la SS Rosenbaum leyó la lista de nombres. “De pronto, golpeó con fuerza la mesa con su fusta”, me relató la mujer de Rabka. “Nos sobresaltamos, como si cada uno de nosotros hubiera recibido un latigazo”. El SS Rosenbaum gritó: “¿Qué significa esto?

¿Rosenbaum? ¡Judíos! ¿Cómo es que estos malditos judíos se atreven a llevar mi noble nombre alemán?”

Arrojó la lista sobre la mesa y salió de la habitación. Sabíamos que era solo una cuestión de tiempo: los Rosenbaum habían sido sentenciados a muerte. A las personas se las ejecutaba por el mero hecho que su apellido era Rosenberg, o porque daba la casualidad que su primer nombre era Adolf o Hermann.

La escuela de policía llevaba a cabo las ejecuciones en un claro del bosque. Bajo la mirada del SS “Führer” Rosenbaum los estudiantes ejecutaban a los judíos y polacos detenidos por la Gestapo y éste observaba de manera clínicamente distante las reacciones de los estudiantes. Si un estudiante dudaba o se sobresaltaba era retirado del pelotón de ejecución y enviado al frente.

Después de la etapa de registro la Sra. Rawicz trabajó como limpiadora en la escuela de policía. “Cuando los hombres de la SS volvían del claro del bosque yo tenía que limpiar sus botas cubiertas de sangre”. Era un viernes de mañana en junio de 1942. Dos hombres de la SS escoltaron “al judío Rosenbaum”, a su mujer y a su hija de quince años Paula. Detrás de ellos iba el SS “Führer” Rosenbaum.

“La mujer y la joven fueron llevadas fuera del edificio de la escuela y después escuché algunos tiros”, declaró la testigo. “Pude ver cómo el SS Rosenbaum castigaba duramente a Rosenbaum con la fusta mientras gritaba: “¡Judíos mugrientos, les voy a dar una lección por llevar mi nombre alemán!” Después el SS sacó su revolver y disparó dos o tres tiros sobre Rosenbaum, el sastre. Luego el SS envió a un “kapo” sin armas (policía judío) a la cantera, a buscar a Sammy.

Éste fue a Zakryty en un carro tirado por un caballo. Paró y le hizo una seña con la mano a Sammy Rosenbaum. Todos los que estaban en la cantera se quedaron mirando, los trabajadores judíos y los guardias de la SS. Sammy colocó la piedra que tenía en sus manos en el camión y se dirigió hacia el carro.

Sammy elevó la mirada hacia el “kapo” y preguntó: “¿Dónde están? Papá, mamá y Paula. ¿Dónde? El “kapo” solamente sacudió la cabeza.

Sammy comprendió. “Están muertos”. Murmurando, dijo de manera realista: “Nuestro nombre es Rosenbaum y ahora me viniste a buscar a mi”. Subió al carro y se sentó al lado del “kapo”.

La reacción que el policía esperaba era que Sammy se echara a llorar, que quizás intentara escaparse. Al salir de Zakryty el policía iba pensando cómo habría podido advertir al chico, de qué manera permitirle que desapareciera en los bosques y quizás encontrar ayuda con la resistencia polaca. Ahora era demasiado tarde. Los guardias de la SS estaban vigilando.

El “kapo” le relató a Sammy lo ocurrido esa mañana. Sammy le pidió si podrían parar un momento en su casa. Una vez llegados allí, se bajó del carro y entró a la casa, dejando la puerta abierta. Paseó su mirada por la mesa con las tazas del desayuno medio vacías. Miró el reloj. Eran las tres y media. Papá, Mamá y Paula ya estaban enterrados y nadie había encendido una vela por ellos. Lenta y metódicamente Sammy sacó las cosas de la mesa y allí colocó los candelabros.

“Desde afuera podía ver a Sammy”, le contó el “kapo” a la Sra. Rawicz. “Se colocó su kipá y encendió las velas. Dos por su padre, dos por su madre, dos por su hermana. Y rezó. Observé cómo se movían sus labios. Rezó Kadish por ellos. “El Kadish es la oración por los muertos. Su padre siempre rezaba Kadish por sus padres fallecidos y le había enseñado a Sammy esta plegaria. Ahora él era el único que quedaba de su familia. Permaneció inmóvil mirando las seis velas.

Desde afuera el policía judío vio como Sammy sacudía lentamente la cabeza, como si de pronto se hubiera acordado de algo. Luego Sammy colocó dos velas más sobre la mesa, tomó un fósforo, las encendió y luego rezó.

“El chico sabía que ya estaba muerto”, dijo más tarde el policía. “Encendió las velas y rezó Kadish en su propio nombre”.

Sammy salió de la casa y se sentó al lado del “kapo”, que estaba llorando. El chico no lloraba. El “kapo” se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y tiró de las riendas, pero las lágrimas le seguían corriendo por las mejillas. El chico no pronunció palabra. Suavemente tocó el brazo del “kapo”, para consolarlo, para perdonarlo por llevarlo; yo agregaría, ¡a la muerte!

Se dirigieron al claro en el bosque, donde estaban esperando el SS Rosenbaum y sus estudiantes.

“¡Bueno, finalmente llegaron…! ¡Ya era hora!, gritó el SS.

Ninguna lápida lleva el nombre de Sammy Rosenbaum. Nadie podría recordarlo de no haber venido esta mujer de Rabka a mi oficina. Pero cada año, en un día de junio, enciendo dos velas en su memoria y rezo el Kadish.