A medida que el año 20001 se aproximaba, el pánico se apoderaba de la población. Se esperaban fallos generalizados en sistemas, irrupciones en servicios como la energía, las comunicaciones y las finanzas. Y el New York Times lanzó su edición con una tapa que describía como sería el mundo en el año 2050: Viajes intergalácticos, autos voladores, asistentes robóticos domésticos y perdido en una esquina aparecía un cuadradito con el horario de encendido de velas de Shabat.

—Hola Esther, ¿viste la tapa del New York Times?

—No, ¿por qué?

—Urgente anda a buscarla.

Esther fue hacia la puerta de su casa, levantó el diario y lo desenvolvió, lo apoyó sobre la mesa y fue escaneandolo de punta a punta, hasta que se encontró con ese cuadradito. Sorprendida fue hacia el teléfono, busco en su agenda el número y disco. Esperó varios rings hasta que del otro lado, el editor del New York Times, a quien ya conocía, respondió.

—¡Buenos días! Soy Esther Sternberg

—¿Cómo le va tanto tiempo? ¿En qué puedo ayudarla?

—Lo molesto para consultarle cómo fue que se le ocurrió poner en la tapa del diario de 2050, el horario del encendido de las velas de Shabat.

—Jajajajaja—rio el hombre— Y prosiguió: —Esther, todos sabemos que el mundo puede temblar, girar o darse vuelta, pero pase lo que pase, las mujeres judías seguirán encendiendo las velas.

Esther sonrió y terminó la conversación amablemente.


Era uno de esos viernes de verano en los que se derrite hasta la mirada, justo en esa hora implacable en la que no hay refugio sino es a la sombra, cuando caminaba de regreso al auto junto a mi hija. Veníamos juntas de la manicura, con tiempo de sobra para llegar a Shabat. Antes de salir había dejado la mesa puesta, la comida lista y el olor a jala todavía impregnando el aire.

Estábamos muy concentradas en nuestra charla en la que los temas se encimaban uno sobre otro sin orden: el calor, la ropa que nos podríamos para Shabat, los exámenes que se avecinaban, como ubicar a los invitados en la mesa, el casamiento de Ioji que ya llegaba, etc, etc, etc. De pronto, pasamos junto a una chica. Vestía un short y una remera que dejaba ver su ombligo, paseaba a su perro mientras hablaba por celular. Justo al cruzarnos, la escuchamos decir: “Shabat Shalom”. Solo atiné a mirarla. Ella también me miró, como si respondiera a una mirada mía que, sin querer, había sido intensa, casi hablada. Seguí caminando.

A los pocos pasos me frené y haciendo malabares, porque aún tenía las uñas “mojadas”, empecé a revolver mi cartera buscando la cajita de velas que llevo siempre. Mientras tanto le impartía a mi hija, que me miraba con desconcierto, una orden: googlea el horario de encendido de velas. Entonces con todo resuelto, le dije que me acompañara que teníamos que hacer una Mitzvá.

La chica ya había cortado la llamada pero miraba algo en su celular. Nos acercamos y le dije: “Hola, perdona que te moleste, te escuche decir “Shabat Shalom” y no sé si tenés velas para encender hoy”. Me dijo que no. Le dimos la cajita, le mostramos que en el dorso estaba la braja, mi hija le dio el horario y nos despedimos. A los pocos metros, como si la tarea no hubiese estado concluida, me volví hacia la chica. Mi hija ya no estaba desconcertada sino agotada, pero me siguió y entonces, con mi mejor sonrisa, le dije: “¿Sabes qué?, cuando prendas las velas aprovecha para pedir, Shabat Shalom”.

Seguimos camino al auto en un silencio absoluto, cada una ensimismada en lo suyo y cuando por fin nos sentamos y gozamos del aire acondicionado mi hija me miró y me dijo: “Ma, ¿no te sentís llena?”

Cuando el Rebe Menajem Mendel Schneerson invitó a la señora Esther Sternberg a impulsar la campaña de encendido de velas, puede que lo hayan soñado pero no sé si imaginaron que en Buenos Aires, una madre y su hija, muy lejos de seven seventy, vivirán algo así, pero tal como le dijo el editor del New York Times a Esther: siempre va a haber una mujer judía encendiendo las velas de Shabat.