Durante el verano de 2006 fui extra en la película "El Reino." La trama transcurría en Arabia Saudita, y yo debía ser uno de los soldados saudíes. Conseguí el trabajo porque tengo facciones de medio oriente.

Cuando comencé a trabajar preferí no revelar mi origen judío. Casi todos los extras eran musulmanes. ¿Cómo podía decirles que era judío? ¿No sería peligroso? Estaba seguro que en su mayoría serian respetuosos, pero dudaba en compartir esta información con ellos.

A medida que me fui conociendo con algunos de los extras, me comencé a aflojar y surgió el tema de mi religión. En ese punto me sentía cómodo de compartir que era judío con mis amigos. A los pocos días, por supuesto, todos sabían que era judío. Y me sorprendió descubrir una total aceptación.

A pesar de que me consideraba abierto, no sabía qué pensar de los musulmanes. Por alguna razón, estaba convencido que eran retrógrados y antisemitas. Me sorprendí al ver que eran como cualquier persona. Algunos eran agradables, otros simpáticos y algunos eran tontos. Eran humanos.

¡Eureka! ¡Qué gran descubrimiento!

Recuerdo cuando hablaba con el principal actor árabe, Ashraf Barhom, árabe israelí. Él era uno de los actores más amistosos del equipo. A diferencia de los demás actores principales, él no tenía problema de mostrarse amigable con los extras o el resto del equipo.

Hablamos de Israel. Hablamos en hebreo. Nunca me olvidaré de la pasión con la cual habló sobre traer paz a Medio Oriente, con la fuerza con la que el lo creía posible.

Me siento raro al recordar ese momento. Hoy, dos años y medio más tarde, estoy sentado en Israel, escribiendo a favor de los ataques contra Gaza. No puedo imaginarme lo qué Ashraf pensaría.

Recuerdo haber discutido con una muchacha libanesa sobre la guerra en Líbano. Furiosamente discutí contra la guerra, sobre como mi propio gobierno podía ser tan brutal. Ella, por su parte, defendía las acciones de Israel. Su familia era cristiana, y tuvo que abandonar el Líbano debido a la persecución que su familia había sufrido por parte de Hezbollah.

Me río al pensar en la ironía. Yo en contra de mi gobierno, mientras que una muchacha libanesa estaba a favor de los ataques.

Pero la memoria más intensa que tengo fue una pequeña y simple conversación que tuve con uno de los extras más viejos. Él tendría unos cincuenta o sesenta años. Era rechoncho, con un pequeño bigote y todavía tenía un fuerte acento. Recuerdo que me preguntó sobre mi vida como judío, esto ocurrió mucho antes de que comenzara el camino a la observancia y el compromiso firme con mi judaísmo.

Le dije que no estaba muy comprometido, aunque nunca realmente me había importado el aspecto religioso. Le dije que en los últimos años me había desconectado bastante.

Él me miró fijamente y me dijo "Nunca olvides quien eres". Algo extremadamente conmovedor me ocurrió en ese momento. Oír a alguien de una religión que supuestamente está en las antípodas de la mía significó mucho para mí. Si él creía que yo como judío, debía recordar quién era… ¿Quizás debía escuchar? ¿Quizás alguien más profundo intentaba comunicarse conmigo?

Puedo decir honestamente que esa conversación tuvo mucho que ver en mi redescubrimiento del judaísmo.

Cuando me cuesta escribir sobre este conflicto, a menudo pienso sobre la temporada que trabajé en "El Reino". Recuerdo a la gente maravillosa con la que trabajé. Recuerdo el deseo profundo y serio de Ashraf por la paz. Esta experiencia me dio esperanza en la paz entre los judíos y el resto del mundo.

Nunca me olvidaré la charla que cambió mi vida. Nunca olvidaré al hombre que me recordó que tenía un deber con mi pueblo, igual que el que él tenía con el suyo. Él quizá sabía que sus palabras me podrían llevar algún día a enfrentar a su propio pueblo.

Pero había algo profundo y sabio en esas palabras.

En este mundo actual que constantemente intenta mezclarnos en una sola identidad monótona, es a veces difícil aceptar que hay una parte nuestra que nunca cambiará. Una parte única, que nos conecta a nuestro pueblo.

El día en que abrí la puerta a esa parte, mi vida fue mucho más satisfactoria.

Lo que es simultáneamente triste y hermoso sobre la realidad del mundo es que las diferencias entre la gente son reales. Son las qué hacen este mundo glorioso, al igual que peligroso. Son las qué proporcionan color, y al mismo tiempo dolor.

Siempre recordare con cariño mis días en "El Reino" porque me enseñaron que es posible alcanzar la armonía sin borrar los colores. Me enseñó que la música es solamente hermosa cuando unimos diversas notas para crear una melodía.

Me enseñó que la paz con otros sólo es posible si antes hacemos la paz con quienes somos realmente.