Nací en Safro, Marruecos dónde asistí a la Ieshivá hasta los 16 años... Por entonces tuve que aprender una profesión. Fui a la ciudad de Fez dónde había más opciones. Decidí convertirme en dibujante y me anoté en una escuela profesional.

Cuando estalló la Segunda Guerra se puso muy difícil encontrar empleo - sobre todo en mi profesión, y más aún como judío. Las personas aceptaban cualquier trabajo.

Un día, solicité trabajo en una fábrica de muebles y otros artículos para el gobierno. La planta pertenecía a Francia y los obreros eran árabes y judíos. Era tiempo de guerra, y la industria permanecía abierta los siete días de la semana.

Antes de entrar, juré a mí mismo que nunca profanaría el Shabat. Me presenté al supervisor, y después de una corta entrevista, fui contratado.

Durante una semana entera trabajé muy diligentemente, recibiendo alabanzas por ello. Pero se acercaba Shabat y no había resuelto el problema.

En la mañana de Shabat, mis pies se dirigieron a la fábrica. Estaba determinado a no hacer ningún trabajo prohibido, aunque me despidieran. Agradecí a Di-s por cada momento que pasaba sin que el supervisor que lo notara. Cuando se acercaba, yo pretendía estar resolviendo una ecuación, pero podría asegurar que él sabía la verdad. No dije nada, y él continuó con sus rondas. Respiré aliviado. Mi primer Shabat había pasado en paz.

La segunda semana pasó como la primera. Trabajé diligentemente, pero mi mente estaba en otra parte. Qué pasaría el próximo Shabat.

De nuevo me encontré en la misma situación. Estaba de pie en mi lugar de trabajo, pero no toqué nada de la madera o maquinaria. Desgraciadamente, ese día el supervisor se presentó temprano. Era evidente que me estaba controlando.

Mi corazón empezó a golpear. "¿Por qué no está trabajando?" preguntó. No contesté, y él repitió la pregunta. Después agregó: "Si no empieza a trabajar, tendrá que encontrar un trabajo entre los judíos..."

Después de unos minutos el supervisor volvió, pero ya no estaba solo. ¡Caminaba junto al gerente de la fábrica! Mi cuerpo entero empezó a temblar como nunca antes lo había hecho.

El gerente me era familiar, pero no estaba muy seguro. El gerente me miró de la cabeza a los pies antes de susurrar algo al supervisor. La única palabra que pude oír fue "dibujante."

Todos sabían que el dibujante de la planta había dejado su puesto. A la fábrica le faltaba un proyectista de jornada completa. Nunca se me había ocurrido solicitar el puesto, pues era demasiado tímido.

De repente, el gerente dijo: "No estoy equivocado, yo firmé su diploma".
En ese momento comprendí. "Sí" contesté.
"Ven a mi oficina mañana," dijo.

Al otro día empecé mi carrera como dibujante oficial de la planta. Estaba encantado por la promoción inesperada, pero preocupado por cuidar el Shabat.
Llegó Shabat. Decidí tomar la iniciativa. Fui a la oficina del gerente y anuncié, "No trabajo los sábados". Empalideció. No dijo nada y asintió ligeramente.

Trabajé allí durante muchos años. Pero nunca crucé ese umbral en Shabat.

Una vez, en un momento de candor, el gerente me confió: "Debes saber que nunca me ganaron en una discusión. Eres la primera persona que tuvo éxito, y consiguió que cediera. Un pequeño judío, consiguió lo mejor de mí..."