Los dos Patriarcas, Abraham e Itzjak, activaron de manera diferente el uno del otro. En algunos aspectos, sus caminos incluso eran opuestos. Ambos estaban entregados al Altísimo con todo el corazón y todo el alma y difundieron a Su santidad en todo lugar, pero cada uno lo hizo de manera diferente.

Abraham se trasladaba de lugar en lugar, tanto en la tierra de Cnaán y tanto fuera de ella, y difundió el nombre de Hashem en el mundo. La Guemará1 interpreta el versículo2: "Y proclamó ahí el nombre de Hashem Di-s del mundo"- "no leas y 'proclamó' sino e 'hizo proclamar'- Abraham el Patriarca hizo proclamar el nombre del Altísimo en boca de todo paseante". Esto lo lograba a través de su extraordinaria manera de recibir a los forasteros, y por otros medios3, como lo relata la Torá. Esto combinaba perfectamente con la característica esencial de Abraham, que era el jesed, la bondad, el dar y brindar al prójimo.

Llegar Solo

Diferente era el camino y la actividad de Itzjak: Él nunca salió de la tierra de Israel. Su cualidad esencial era la guevurá, la rigidez, que implica la característica de escalar y elevar de abajo hacia arriba (en contraposición a la bondad ('jesed'), cuya característica es dar y trasmitir de arriba hacia abajo).

Esto se reflejó también en su ocupación de excavar pozos4: Itzjak revelaba las aguas surgentes escondidas en la profundidad de la tierra, y las elevaba hacia arriba. No dirigió al pozo aguas provenientes de otro lado, sino que quitó la tierra o el barro y las piedras, y reveló que este lugar desolado ¡contiene en su seno agua surgente!

A diferencia de Abraham, que introdujo la santidad en el mundo, Itzjak se preocupó principalmente de revelar la santidad existente en el propio mundo. Enseñó a los hombres a que llegaran por medio de su esfuerzo a hacer del mundo un instrumento para la Divinidad.

Enseñar al Prójimo

Con sus actos, los Patriarcas constituyeron un modelo viviente para cada uno de nosotros. De Abraham debemos aprender a traer al mundo material la Santidad y la luz de la Torá y los preceptos. Si se encuentra a un judío que aún no sabe de la luz de la Torá y sus preceptos- hay que entregarse a él, enseñarle y revelarle la verdad Divina.

Pero con ello no es suficiente. Hay que aprender de Itzjak el oficio de excavar 'pozos'- poner al descubierto la verdad oculta en el fuero interno de cada judío. No nos podemos dar por satisfechos con enseñarle al prójimo, debemos saber cómo descubrir en su seno y en su alma la propia fe y la chispa Divina que está en él desde antes.

No Perder la Esperanza

Itzjak nos enseña cual debe ser nuestra visión y actitud hacia aquellos judíos en los que exteriormente sólo vemos "tierra, barro y piedras". Resulta que en realidad esto es sólo un camuflaje. En su fuero más íntimo fluyen fuentes de agua de bondad, fe y amor al judaísmo. Es necesario tan sólo quitar el 'barro' externo y poner al descubierto el manantial- el alma pura que hay dentro de ellos.

Va a venir alguien y argumentar: ya 'excavé' una y otra vez y no encontré nada; ¡no tuve éxito en descubrir ni un atisbo de judío!. Volvamos a mirar el relato de Itzjak: excavó y no se desanimó incluso cuando los filisteos taparon sus pozos una y otra vez. También nosotros tenemos prohibido perder la esperanza en ningún judío. Sólo hay que volver a excavar' y buscar en él la chispa, y al final, se nos asegura que llegaremos (al pozo llamado 'Rejovot'5) cuando "Di-s nos concedió la amplitud" (=hirjiv, en hebreo).

(Likutei Sijot Tomo 1, Pág. 27)