Aieka es una pregunta. Quiere decir, en el hebreo bíblico, dónde estás. Y es la primera pregunta que le hizo Di-s al primer hombre.

En frio pasillo en penumbras trae el sonido de unas botas militares acercándose. Los hombres en la sala tiemblan. Saben, por la forma decidida de caminar, que debe ser alguno de "los jefes", que viene. Efectivamente, unos segundos más tarde entra en el apenas iluminado recinto un ministro del Zar. Los carceleros tiemblan de nuevo, y se acomodan como pueden las raidas camisas.
Sin embargo, el ministro ha fijado la vista desde que entró, en el único hombre que ha permanecido impasible en ese lugar. Su rostro, que denota una sólida paz interna, se ve adusto, pero calmo. Es un anciano con una gran barba gris que desciende pro su pecho otorgándole un aspecto de gran majestad. Es un Rebe, un lider espiritual de cientos de miles de judíos, quizás millones, alrededor del mundo. Está preso por difundir Torá públicamente en cada rincón del territorio de la Rusia zarista, sin temer en absoluto el furioso antisemitismo de este régimen oscurantista y despiadado, que tiene sumida a casi toda la población en la miseria y el terror. Lo han acusado, incluso, de enviar dinero a los turcos, para apoyar una insurrección contra el imperio Ruso. Evidentemente está sumido en profundos pensamientos, porque no parece notar la presencia de los vigilantes, ni parece que su delicada situación lo afectara en su introspección.
No es la primera que el ministro visita al Rebe Viejo. Así es como lo llaman cariñosamente sus seguidores, el Alter Rebe

El Rebe posa su poderosa mirada en los ojos del ministro, y ahora es este ruso de enorme influencia en la corte del Zar, el que tiembla. Está lleno de respeto y admiración por este hombre santo, y ya ha tenido la oportunidad de hacerle varios favores, y aún hará más para beneficiarlo en el futuro. Di-s, misteriosamente, ha hecho de este hombre un aliado secreto del Rebe.
-"Vengo a hacerle una pregunta al Rebe"- rompe el silencio con un tono respetuoso, desviando la mirada hacia el suelo.
-"Haga su pregunta, que con la ayuda de Di-s intentaré responderle", dice el Rebe. El ministro es un entusiasta estudioso de los textos bíblicos, y ya tuvo oportunidad de reconocer, en conversaciones anteriores, a este Rabino como un erudito de inigualables conocimientos en la materia.
Juntando valor, dirige nuevamente la mirada al Rebe, que ha permanecido inmutable, observando al ministro con gesto bondadoso, aunque severo.
-"Rebe", le dice finalmente al Rebe, desviando la mirada ya definitivamente, "Vengo a hacerle una pregunta. Hay un punto en particular en el Pentateuco, como lo llaman ustedes "la Torá", al cual no he hallado respuesta, y por más que he consultado con los más grandes eruditos de nuestro tiempo, aún no he encontrado una explicación que me satisfaga"-
El hombre carraspeó un poco, y contuvo el aliento inflando el pecho.
-"En el libro del Génesis -empezó- se narra que luego de que Adán pecó, por comer del árbol del Conocimiento, en contra del mandato Divino, él y su mujer notaron que se encontraban desnudos, y por esa razón se escondieron, temiendo que Di-s los descubriera y los castigara. En el texto bíblico dice que Di-s paseaba por el Jardín del Edén, y no viendo a Adán, El preguntó: "¿Dónde estás?.
Mi pregunta es la siguiente: ¿Cómo puede ser que Di-s no sepa dónde está cualquiera de sus criaturas a cada instante, y en cualquier lugar en que se encuentren?"- terminó el ministro, buscando sin quere con la mirada la aprobación de los guardianes, que asintieron con gestos de circunstancia, aunque sin haber entendido nada.
El Alter Rebe observó al ministro largamente. Su rostro despedía una especie de luz invisible. En el silencio de ese instante, al ministro le parecía escuchar a su corazón latir.
El Alter Rebe le dijo al ministro del Zar algo así:
-"Minitro: ¿Cree usted que la Torá es eterna, inmutable y aplicable indistintamente en todos los tiempos y a todas las circunstancias?"
-"¡Sí, lo creo!", respondió el ministro.
-" Entonces, debe saber que la pregunta de D-s es una pregunta que El hace en todos los tiempos, a cada generación y a cada hombre. Lo que Hashem, Di-s, le estaba preguntando a Adam Harishón (el primer hombre), es en dónde se encontraba con respecto a su lugar en la vida, su situación frente a D-s. Lo que Di-s quería que Adam se viera obligado a responder es qué había hecho para refinarse a si mismo, y para refinar el mundo que le tocaba vivir. ¿Aieka?, dice en la lengua Sagrada, al principio del Libro de Bereshjt, el Génesis, como le dicen ustedes. ¿Dónde estás? Esa fuer la primer pregunta de D-s a Adam, el primer hombre, y por supuesto a Javá, la primera mujer.

Ministro, usted tiene tantos y tantos años, tantos meses y tantos días (dijo el número correcto), tiene hijos, tiene fortuna, y tiene todo lo que desea. Es importante. ¿Pero qué ha hecho usted de su vida? Usted tal vez piensa que ha llegado muy lejos, pero ¿se ha preguntado a sí mismo dónde se encuentra en su relación con el Creador, qué ha hecho con los años, los días, los segundos que Hashem le ha dado de vida, y qué hará con el tiempo que aún le resta de vida sobre este mundo, el bien que hizo, y el bien que le queda por hacer? Y esta es la pregunta que cada ser humano debe hacerse a sí mismo: ¿Dónde estoy? ¿Aieka¿ ¿Qué hecho para mejorar la porción de mundo que me toca, y para mejorarme a mí mismo... para cumplir con el cometido de mi vida sobre la Tierra?